El tema del que me propongo hablar
aquí no es sencillo. Mi intención no es hacer un análisis histórico,
antropológico o politológico de la monarquía; desde luego que no. Mi intención es hacer un análisis del fundamento
monárquico en su origen, a través de la mitología y la forma en la que ha evolucionado
este tipo de organización política. Sin embargo, para ello me veré
irremediablemente obligado a dar algún que otro rodeo y explicación que
probablemente dejen a más de uno insatisfecho.
Digo esto porque en numerosas
ocasiones se ha hablado del carácter divino que legitimaba la acción del
monarca, pero personalmente considero apropiado estudiarlo en el origen,
retrayéndonos a cómo el relato mitológico de una comunidad concreta faculta al
monarca a reinar en ella.
Hacer un análisis mitológico de
la figura del rey no es tan simple como remontarnos al principio de los
tiempos, para comprenderlo es necesario entender algunos conceptos tan
abstractos como el dharma, el ciclo cosmogónico, el flujo universal o algunos
de las referencias edípicas de mi análisis.
Probablemente lo más complicado
sea el comienzo, al fin y al cabo, ¿por dónde empezar a analizar el círculo?
Del héroe al rey
Antes de hablar de reyes hemos de
hablar de héroes.
Tanto en la mitología como en la épica, el
héroe es un modelo de representación mediante el que se busca el reconocimiento
y la identificación del lector/oyente. Podemos decir que encarna aquellos
rasgos que son valorados en su cultura específica. Sin embargo, en la figura
del héroe también podemos hallar algunas características que son valoradas por
igual en toda cultura humana. La cobardía, por ejemplo, no es una de las
características que se predican de aquellos que conocemos como héroes.
El héroe es, usualmente, un ser
virtuoso, un ejemplo a seguir. Tanto en las epopeyas homéricas como en el
Mahabharata hindú se nos habla de una suerte de orden, moral, justicia o
virtud. Homero se referiría a ella como diké (Δίκη); los egipcios como maat; los
Vedas como rta; Vyasa como dharma.
Si bien el héroe no siempre resulta
ser un ejemplo perfecto que seguir, siempre suele haber en toda epopeya o mito una
serie de personajes que personifiquen este dharma, el propio Rama en el
Ramayana, Yudhisthira en el Mahabharata. Por ello podemos inferir que el
respeto y la defensa del dharma, del orden natural de la realidad, es una de
las características principales del héroe, quizá la más importante de todas
ellas.
Por supuesto, aparte de estas
características espirituales el héroe cuenta con otras que le ayudan en su
aventura. El héroe del mito y la epopeya siempre cuenta con fuerzas
extraordinarias desde su nacimiento o concepción. La valentía, la inteligencia,
la fuerza sobrehumana y la destreza marcial son algunos de los ejemplos más
comunes. Rara vez es representado como un mero ser humano que vuelve de su
aventura dotado de poder. Para cruzar el umbral que separa al hombre mundano
del héroe es necesario algo más que la insignificante ordinariez. Afirmar esto es acorde al punto de vista de
aquellos que defienden que el heroísmo es algo que está predestinado, por lo
que no que puede ser alcanzado por el común de los mortales.
Los dioses marcan a los héroes al
otorgarles parte de sí mismos, su fuerza. Esta fuerza sobrehumana que proviene
de la fuerza creadora, del flujo dador de vida que recorre el universo. El
hecho de que este poder se traduzca en numerosas ocasiones en potencia marcial
no es baladí. El sentido de la existencia del héroe cobra significado al
anteponerlo a su antagonista, a su sombra.
Me explico; en ocasiones el ciclo
cosmogónico se estanca, la energía se acumula. O bien el dios desmesurado se convierte
en demonio destructor de vida o el héroe de antaño se convierte en tirano,
corrompido su poder. Es entonces cuando los dioses reclaman a un nuevo héroe,
alguien que represente esta nueva energía activa y que acabe con la pasividad y
el caos, con el dragón y el tirano. “El héroe en el mito es el campeón de las
cosas por hacer y el único capaz de hacerlas, no logra lo que alguien ya ha
logrado, sino que logra aquello que nadie ha hecho. El héroe es quien pone el
ciclo en movimiento, elimina el pasado. El ogro-tirano es el campeón del hecho
(pasado) prodigioso; el héroe es el campeón de la vida creadora"
(Campbell, 1949).
Una vez explicado esto hemos de
hacer una distinción entre el arquetipo primitivo héroe-titán propio del mito y
el héroe enteramente humano.
Es de este segundo tipo de dónde
proviene la figura del monarca tal y como la conocemos. La segunda generación
del héroe es la propia de la épica, de figura antropomorfa (lo que favorece la identificación
humana) y grandes cualidades. Cualquiera de los héroes homéricos encajaría en
esta categoría.
Una vez la civilización ya se ha
extendido sobre la tierra, los pueblos y ciudades comienzan a ser atacados, son
puestos en peligro por monstruosas criaturas pertenecientes a otros tiempos,
más inhóspitos y crueles. Estos seres primitivos atacan la comunidad humana a
la vez que surgen los primeros ogros-tiranos, corruptos y egoístas, aquellos
que se aprovechan del poder de la comunidad en su propio beneficio. Las hazañas
del héroe de esta era consisten en vagar por los campos y librarlos de toda
suerte de enemigos, ya sean quimeras o déspotas. Los héroes de esta era son
fácilmente identificables: guerreros resplandecientes que se enfrentan y
exterminan al Dragón (Cambpell, 1949).
Pero el héroe no sólo está
encargado de continuar la dinámica del ciclo cosmogónico acabando con el statu
quo, también es un representante de la sabiduría, de la Presencia Única, del desconocido invisible. “El héroe regresa de su
aventura iluminado por el Invisible Desconocido, que es el Padre. Vuelve para
representar a los dioses entre los hombres, ya sea como maestro o como
emperador, su palabra es la palabra de los dioses, ergo ley” (Campbell, 1949).
Hércules luchando contra la Hidra de Lerna
La espiritualidad que ha
experimentado el héroe en su viaje y contacto con el Invisible Desconocido es
algo que va más allá de lo meramente humano y le capacita para regir justamente
entre los hombres. Entonces el héroe recibe de él el libro de la ley (al estilo
de los Diez Mandamientos de Moisés) y el cetro de dominio. Sus decisiones están
entonces legitimadas con la autoridad de lo divino. El héroe se convierte en guía
y líder de su pueblo, es decir, en rey. El héroe-rey es la encarnación del
sentido de la existencia, del flujo universal y del ciclo cosmogónico.
Mediante el análisis que he
realizado resulta clara la relación que existe entre el origen del poder
monárquico y el fundamento divino. Es el carácter divino de esta potestad lo
que la hace indiscutible y ello es una constante en toda organización humana, aunque
el fundamento monárquico no está exento de una posterior evolución. Entre los
muchos ejemplos posibles podemos hallar al monarca romano, encargado de leer los
auspicios y el único capacitado para ejecutar la voluntad de los dioses, pues es
de ellos de donde proviene su poder.
Por supuesto la representación
del Padre que lleva a cabo el héroe coronado puede corromperse, pero eso es
algo que merece ser analizado profundamente en otro momento.
La pluma y la espada
Estudiando las creencias más
primitivas de nuestros antepasados podemos encontrar una clara dicotomía entre
lo que podríamos llamar la pluma y la espada. Este enfrentamiento se ve
reflejado también a escala divina con las comunes rencillas entre los dioses
que simbolizaban ambos elementos: Neptuno vs Júpiter, Poseidón vs Zeus, Enki vs
Enli, Varuna vs Indra. Si bien ambas deidades no se enfrentaban directamente, sí
era cierto que existía cierta rivalidad entre ellas por la hegemonía en el
panteón.
Esta colisión entre ambos destaca
no sólo por su lucha, sino también por la separación funcional que se hacía
entre ambos tipos de poder. Esto es, el poder marcial (rayo) y el poder
legal/justicia (Sol).
No pasaría demasiado tiempo hasta
que el poderío marcial se impusiera sobre su contrincante. El culto al fuerte
termina por prevalecer. Esto es algo fácilmente observable si atendemos al
propio Rig-Veda, uno de los textos literarios más antiguos propio de la cultura
védica previa al hinduísmo. Varuna es considerado el dios soberano, deidad de
los cielos y representación del orden del universo: el rta, que posteriormente recibiría el nombre de dharma. Ese orden
del universo se plasma en una serie de mandatos de carácter divino que podemos
asociar a la ley natural. Esas leyes, sobre las que se configura el conjunto de
la naturaleza, han también de ser obedecidas por los humanos, de lo contrario
se exponen al castigo divino. En este sentido es Varuna también el
administrador de la justicia. Sobre el concepto de justicia en la mitología
hablaré también en otro momento.
Sin embargo, siglos más tarde
podemos observar en la epopeya del Ramayana cómo se acaba relegando a Varuna a
un segundo plano, como un mero dios de las aguas. Aquel que en el primero de
los Vedas había sido el dios soberano acaba humillándose ante Rama temiendo por
su vida cuando dirige sus flechas hacia el Océano.
La deidad que acaba ocupando su
lugar como Rey-juez de los Dioses es Indra. Indra ya es popular en la época de
los Vedas, pues es a él a quien más himnos se dedican en todos ellos, pero su
culto, al contrario que el de Varuna, va a terminar por calar en las
instituciones políticas, religiosas y culturales indias. Indra representa el
poder viril y marcial, es conocido como Sakra, es decir, poderoso. Indra es
principalmente dios de la tormenta y el rayo. Es él quien, tras derrotar a la
serpiente Vritra, da lugar a la vida y acaba ocupando el mismo lugar que ocupa
Zeus a la cabeza de los olímpicos (Monterín, 2007).
Por supuesto, toda esta lucha por
la hegemonía va a tener un reflejo en la organización política de las
sociedades humanas. Los primeros reyes van a ser meros generales, líderes
militares únicamente dotados de poder marcial, con capacidad para unir a las
tribus y comandarlas hacia la guerra. Representantes de los dioses en cuanto a
encarnación del rayo. El poder jurídico y legal, también emanado de los dioses,
no va a ser todavía de su competencia.
Posteriormente, al tiempo que
dioses como Zeus e Indra ganaban importancia en detrimento de Poseidón y Varuna
e iban reclamando para sí sus atributos como reyes soberanos; los reyes fueron
identificándose con el aspecto regulador del Sol y adquiriendo también
potestades relacionadas con el Derecho.
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