lunes, 1 de abril de 2019

Análisis mitológico del rey (Parte 1)



El tema del que me propongo hablar aquí no es sencillo. Mi intención no es hacer un análisis histórico, antropológico o politológico de la monarquía; desde luego que no. Mi intención es hacer un análisis del fundamento monárquico en su origen, a través de la mitología y la forma en la que ha evolucionado este tipo de organización política. Sin embargo, para ello me veré irremediablemente obligado a dar algún que otro rodeo y explicación que probablemente dejen a más de uno insatisfecho.
Digo esto porque en numerosas ocasiones se ha hablado del carácter divino que legitimaba la acción del monarca, pero personalmente considero apropiado estudiarlo en el origen, retrayéndonos a cómo el relato mitológico de una comunidad concreta faculta al monarca a reinar en ella.
Hacer un análisis mitológico de la figura del rey no es tan simple como remontarnos al principio de los tiempos, para comprenderlo es necesario entender algunos conceptos tan abstractos como el dharma, el ciclo cosmogónico, el flujo universal o algunos de las referencias edípicas de mi análisis.
Probablemente lo más complicado sea el comienzo, al fin y al cabo, ¿por dónde empezar a analizar el círculo?

Del héroe al rey

Antes de hablar de reyes hemos de hablar de héroes.
Tanto en la mitología como en la épica, el héroe es un modelo de representación mediante el que se busca el reconocimiento y la identificación del lector/oyente. Podemos decir que encarna aquellos rasgos que son valorados en su cultura específica. Sin embargo, en la figura del héroe también podemos hallar algunas características que son valoradas por igual en toda cultura humana. La cobardía, por ejemplo, no es una de las características que se predican de aquellos que conocemos como héroes.
El héroe es, usualmente, un ser virtuoso, un ejemplo a seguir. Tanto en las epopeyas homéricas como en el Mahabharata hindú se nos habla de una suerte de orden, moral, justicia o virtud. Homero se referiría a ella como diké (Δίκη); los egipcios como maat; los Vedas como rta; Vyasa como dharma.
Si bien el héroe no siempre resulta ser un ejemplo perfecto que seguir, siempre suele haber en toda epopeya o mito una serie de personajes que personifiquen este dharma, el propio Rama en el Ramayana, Yudhisthira en el Mahabharata. Por ello podemos inferir que el respeto y la defensa del dharma, del orden natural de la realidad, es una de las características principales del héroe, quizá la más importante de todas ellas.
Por supuesto, aparte de estas características espirituales el héroe cuenta con otras que le ayudan en su aventura. El héroe del mito y la epopeya siempre cuenta con fuerzas extraordinarias desde su nacimiento o concepción. La valentía, la inteligencia, la fuerza sobrehumana y la destreza marcial son algunos de los ejemplos más comunes. Rara vez es representado como un mero ser humano que vuelve de su aventura dotado de poder. Para cruzar el umbral que separa al hombre mundano del héroe es necesario algo más que la insignificante ordinariez.  Afirmar esto es acorde al punto de vista de aquellos que defienden que el heroísmo es algo que está predestinado, por lo que no que puede ser alcanzado por el común de los mortales.
Los dioses marcan a los héroes al otorgarles parte de sí mismos, su fuerza. Esta fuerza sobrehumana que proviene de la fuerza creadora, del flujo dador de vida que recorre el universo. El hecho de que este poder se traduzca en numerosas ocasiones en potencia marcial no es baladí. El sentido de la existencia del héroe cobra significado al anteponerlo a su antagonista, a su sombra.
Me explico; en ocasiones el ciclo cosmogónico se estanca, la energía se acumula. O bien el dios desmesurado se convierte en demonio destructor de vida o el héroe de antaño se convierte en tirano, corrompido su poder. Es entonces cuando los dioses reclaman a un nuevo héroe, alguien que represente esta nueva energía activa y que acabe con la pasividad y el caos, con el dragón y el tirano. “El héroe en el mito es el campeón de las cosas por hacer y el único capaz de hacerlas, no logra lo que alguien ya ha logrado, sino que logra aquello que nadie ha hecho. El héroe es quien pone el ciclo en movimiento, elimina el pasado. El ogro-tirano es el campeón del hecho (pasado) prodigioso; el héroe es el campeón de la vida creadora" (Campbell, 1949).
Una vez explicado esto hemos de hacer una distinción entre el arquetipo primitivo héroe-titán propio del mito y el héroe enteramente humano.


El primer tipo de héroe es el ser sobrenatural que “funda la ciudad y dona la cultura a su pueblo” (Cambpell, 1949). Seres sabios y longevos, más cerca de dioses que de hombres. Podríamos decir que son propios de una era anterior a la civilización. Considero a Quirón el centauro un buen ejemplo de esta primera tipología.
Es de este segundo tipo de dónde proviene la figura del monarca tal y como la conocemos. La segunda generación del héroe es la propia de la épica, de figura antropomorfa (lo que favorece la identificación humana) y grandes cualidades. Cualquiera de los héroes homéricos encajaría en esta categoría.
Una vez la civilización ya se ha extendido sobre la tierra, los pueblos y ciudades comienzan a ser atacados, son puestos en peligro por monstruosas criaturas pertenecientes a otros tiempos, más inhóspitos y crueles. Estos seres primitivos atacan la comunidad humana a la vez que surgen los primeros ogros-tiranos, corruptos y egoístas, aquellos que se aprovechan del poder de la comunidad en su propio beneficio. Las hazañas del héroe de esta era consisten en vagar por los campos y librarlos de toda suerte de enemigos, ya sean quimeras o déspotas. Los héroes de esta era son fácilmente identificables: guerreros resplandecientes que se enfrentan y exterminan al Dragón (Cambpell, 1949).
Pero el héroe no sólo está encargado de continuar la dinámica del ciclo cosmogónico acabando con el statu quo, también es un representante de la sabiduría, de la Presencia Única, del desconocido invisible. “El héroe regresa de su aventura iluminado por el Invisible Desconocido, que es el Padre. Vuelve para representar a los dioses entre los hombres, ya sea como maestro o como emperador, su palabra es la palabra de los dioses, ergo ley” (Campbell, 1949).  


Hércules luchando contra la Hidra de Lerna

La espiritualidad que ha experimentado el héroe en su viaje y contacto con el Invisible Desconocido es algo que va más allá de lo meramente humano y le capacita para regir justamente entre los hombres. Entonces el héroe recibe de él el libro de la ley (al estilo de los Diez Mandamientos de Moisés) y el cetro de dominio. Sus decisiones están entonces legitimadas con la autoridad de lo divino. El héroe se convierte en guía y líder de su pueblo, es decir, en rey. El héroe-rey es la encarnación del sentido de la existencia, del flujo universal y del ciclo cosmogónico.
Mediante el análisis que he realizado resulta clara la relación que existe entre el origen del poder monárquico y el fundamento divino. Es el carácter divino de esta potestad lo que la hace indiscutible y ello es una constante en toda organización humana, aunque el fundamento monárquico no está exento de una posterior evolución. Entre los muchos ejemplos posibles podemos hallar al monarca romano, encargado de leer los auspicios y el único capacitado para ejecutar la voluntad de los dioses, pues es de ellos de donde proviene su poder.
Por supuesto la representación del Padre que lleva a cabo el héroe coronado puede corromperse, pero eso es algo que merece ser analizado profundamente en otro momento.

La pluma y la espada

Estudiando las creencias más primitivas de nuestros antepasados podemos encontrar una clara dicotomía entre lo que podríamos llamar la pluma y la espada. Este enfrentamiento se ve reflejado también a escala divina con las comunes rencillas entre los dioses que simbolizaban ambos elementos: Neptuno vs Júpiter, Poseidón vs Zeus, Enki vs Enli, Varuna vs Indra. Si bien ambas deidades no se enfrentaban directamente, sí era cierto que existía cierta rivalidad entre ellas por la hegemonía en el panteón.
Esta colisión entre ambos destaca no sólo por su lucha, sino también por la separación funcional que se hacía entre ambos tipos de poder. Esto es, el poder marcial (rayo) y el poder legal/justicia (Sol).
No pasaría demasiado tiempo hasta que el poderío marcial se impusiera sobre su contrincante. El culto al fuerte termina por prevalecer. Esto es algo fácilmente observable si atendemos al propio Rig-Veda, uno de los textos literarios más antiguos propio de la cultura védica previa al hinduísmo. Varuna es considerado el dios soberano, deidad de los cielos y representación del orden del universo: el rta, que posteriormente recibiría el nombre de dharma. Ese orden del universo se plasma en una serie de mandatos de carácter divino que podemos asociar a la ley natural. Esas leyes, sobre las que se configura el conjunto de la naturaleza, han también de ser obedecidas por los humanos, de lo contrario se exponen al castigo divino. En este sentido es Varuna también el administrador de la justicia. Sobre el concepto de justicia en la mitología hablaré también en otro momento.
Sin embargo, siglos más tarde podemos observar en la epopeya del Ramayana cómo se acaba relegando a Varuna a un segundo plano, como un mero dios de las aguas. Aquel que en el primero de los Vedas había sido el dios soberano acaba humillándose ante Rama temiendo por su vida cuando dirige sus flechas hacia el Océano.



La deidad que acaba ocupando su lugar como Rey-juez de los Dioses es Indra. Indra ya es popular en la época de los Vedas, pues es a él a quien más himnos se dedican en todos ellos, pero su culto, al contrario que el de Varuna, va a terminar por calar en las instituciones políticas, religiosas y culturales indias. Indra representa el poder viril y marcial, es conocido como Sakra, es decir, poderoso. Indra es principalmente dios de la tormenta y el rayo. Es él quien, tras derrotar a la serpiente Vritra, da lugar a la vida y acaba ocupando el mismo lugar que ocupa Zeus a la cabeza de los olímpicos (Monterín, 2007).

Algo muy similar ocurre en el panteón griego. Durante la etapa micénica no se asoció a Poseidón directamente con el mar. En las tablillas de Lineal B que todavía se conservan de esta etapa, el nombre de este dios aparece con mayor frecuencia que Zeus. Esto denota que en estos tiempos primitivos se le da una mayor importancia de la que tendrá posteriormente. Todavía queda alguna reminiscencia de esto en la Odisea de Homero, donde es Poseidón el causante de la mayoría de los fenómenos, por encima de Zeus y el resto de los olímpicos.
Por supuesto, toda esta lucha por la hegemonía va a tener un reflejo en la organización política de las sociedades humanas. Los primeros reyes van a ser meros generales, líderes militares únicamente dotados de poder marcial, con capacidad para unir a las tribus y comandarlas hacia la guerra. Representantes de los dioses en cuanto a encarnación del rayo. El poder jurídico y legal, también emanado de los dioses, no va a ser todavía de su competencia.

Un ejemplo de estos primitivos monarcas es el de la diarquía espartana, compuesta por los dos Basileus rivales. El origen de su autoridad es, como ya adelantaba en epígrafe anterior, divino. Según un antiguo mito, fue Licurgo, el legislador dorio, aquel que recibió la Gran Retra en el propio Oráculo de manos de los dioses. No tardó mucho en convertirse la palabra divina en la Constitución de Esparta.
Posteriormente, al tiempo que dioses como Zeus e Indra ganaban importancia en detrimento de Poseidón y Varuna e iban reclamando para sí sus atributos como reyes soberanos; los reyes fueron identificándose con el aspecto regulador del Sol y adquiriendo también potestades relacionadas con el Derecho.


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