martes, 25 de agosto de 2020

Cénit, ocaso y plenilunio - Anima: Beyond Fantasy



"Fue cuando el Sol se ocultaba por el horizonte cuando vine al mundo, flaco, raquítico y moreno.
Y las sonrisas se congelaron, y las risas murieron."

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Cénit, ocaso y plenilunio.

Mi nombre es Magnus Solomon Oxium y es hora de contar mi historia.

La mía es la historia de una antigua profecía, de un noble linaje, de una casa de héroes y de una eterna desgracia.

Una historia de traición, guerra, fuego y venganza.

La historia de mi familia y de su caída.

Pero es por el principio por dónde debemos empezar los mortales nuestras historias, hemos de remontarnos tanto como permita la memoria del hombre. La memoria de un hombre que una vez olvidó; pero que esta vez ha de recordar.

Los rubios cabellos y claros ojos de nuestra familia, los Oxium, provienen de los aion, los antiguos habitantes del imperio olvidado de Sólomon. Nuestra estirpe siempre fue una casta marcial, nuestros ancestros fueron poderosos nobles guerreros que lucharon junto a Zhorne Giovanni contra Rah y sus demonios en la Guerra de Dios. Una vez acabada la contienda fuimos recompensados con un amplio territorio en Dalaborn, al norte de Abel, y nos fue encargada la misión de defender al Imperio de sus enemigos, ya fuera de los bárbaros del Norte o de cualquier otra impía amenaza.

Nuestro ilustre antepasado, Alexei Oxium, fue proclamado Archiduque por la gracia del Emperador del territorio desde Puerto Lena hasta Pernov, nuestra capital. Es al primer Archiduque al que debemos el blasón de nuestra casa, un sol dorado sobre un fondo negro.

Los siglos se sucedieron y en su curso el feudo de los Oxium se convirtió en el último baluarte, la infranqueable frontera con el salvaje Norte de Goldar. Gracias a nuestros ancestros fue posible la conquista de sus tierras malditas y heladas. Los Oxium sangraron y murieron en la tundra y las llanuras nevadas de la Meseta Argadas, por el Imperio y por su Emperador, por el honor y la gloria, por la victoria o la muerte. Y nosotros continuamos recordándolos. Es tradición relatar sus historias a nuestros niños desde la cuna. El valor de la costumbre es fuerte en Dalaborn, tanto que llegó a convertirse en habitual que el señor de la casa transmitiera de esta forma el valor de sus antepasados a sus vástagos varones. Pero no fue ese mi caso.

Padre, el Archiduque Magnus Zhorne Oxium, siempre estuvo demasiado ocupado como para contar cuentos a sus hijos. Los asuntos del feudo y su relación con el Príncipe y Señor de la Guerra, Tadeus Van Horsman arrebataban la totalidad de su tiempo. 

Por supuesto, durante los recientes episodios en Arkángel que derivaron en la muerte del Emperador, Padre movilizó sus ejércitos en defensa de la Emperatriz, la legítima heredera al trono. Fueron sus tropas las que sacaron a Van Horsman de prisión, hazaña que por la que el Señor de la Guerra comenzó una duradera y fraternal relación de amistad con mi padre.

Gracias al apoyo que los Oxium habían prestado a la causa de la Emperatriz, Su Excelencia, a instancias del Señor de la Guerra, nos recompensó con un asiento en el Alto Senado, lo que aumentó el estatus de la familia al de alta nobleza, para envidia de muchos de los rivales políticos de Padre.

No es fácil dilucidar cuáles fueron las razones de Padre para dar a sus hijos una educación ajena al estado político de nuestra Casa en el Imperio. Por ese entonces me enervaba, pero ahora entiendo que quizá tratara de protegernos.

Alfred siempre nos dijo que Padre era un señor feudal amado y respetado por su pueblo, jamás abusó de su poder y de entre sus virtudes se destacaba la justicia. Fue toda su vida un hombre severo, de gesto grave, altivo y orgulloso como buen aristócrata, y, por supuesto, destacó en su juventud por su enorme destreza marcial, como todo buen miembro de la Casa Oxium. Sin embargo, pese a todas sus virtudes, no estaba carente de enemigos, en su mayoría competidores políticos de casas más jóvenes que la nuestra que ansiaban su poder y condición.

Padre necesitaba reforzar su posición con un heredero, un hijo a quien transmitir todos sus conocimientos, a quien educar en el código de honor, a quien curtir en las virtudes del noble caballero dalense.

Y no hubo hijo que encarnara mejor estas virtudes que Gwynn, el primogénito, el Sol en su Cénit. Poderoso y deslumbrante. Apuesto, varonil y orgulloso, el hijo que todo aristócrata habría deseado. Brillaba tanto, con su dorada armadura recién bruñida, que dolía mirarlo. Fuerte, valiente y carismático, un líder nato en toda regla…y un auténtico idiota.

Gwynn era confiado y generoso; se empeñaba en buscar todo lo bueno en las personas, por muy deleznables que hubieran sido sus acciones; jamás fue capaz de hacer daño a nadie, siempre obsesionado con proteger al débil y hacer justicia. Pensaba que todo el mundo merecía una oportunidad, que todo el mundo tenía su noble y dorado corazón.

Pero se equivocaba, y yo lo odié por eso.

Gwynn, el ansiado heredero, fue esperado con ilusión por todo el mundo. Ya habían preparado una gigantesca alcoba para el bebé, una cuna dorada y cientos de regalos. Padre organizó una magnífica fiesta con todos sus vasallos, el propio Horsman asistió al evento. Y con el Sol en su cénit nació él, bello, robusto y rubio. Llovieron los pétalos de flores, sonrisas y gozo.

Pero el vientre de Madre todavía no estaba vacío. Gwynn no venía solo. La segunda criatura prolongó largas horas su nacimiento. Una auténtica agonía para ella, que sufrió lo indecible para dar a luz a alguien que siempre prefirió la sombra. Fue cuando el Sol se ocultaba en el horizonte cuando vine yo al mundo, flaco, raquítico y moreno. Y las sonrisas se congelaron, y las risas murieron.

Madre jamás se recuperó por completo del parto doble. Las complicaciones al darme a luz habían sido demasiadas. Se convirtió en una mujer débil y enfermiza, pasaba postrada en cama la mayor parte del tiempo, rodeada de una legión de doncellas que atendían las múltiples necesidades de su frágil señora. Jamás se preocupó por nosotros, y nosotros jamás la necesitamos.

Fue Alfred, nuestro mayordomo, quien se ocupó de criarnos. Nos enseñó todo sobre lo que significaba ser noble, el protocolo de la Corte, el arte de persuadir y conseguir todo lo que nos propusiéramos. Por otro lado, Padre siempre fue algo frío hacia nosotros, especialmente hacia mí. Su actitud por lo común solía ser de indiferencia, únicamente se preocupaba por los progresos que llevábamos a cabo durante nuestros estudios. Pese a esto, crecí escuchando las hazañas de nuestros antepasados, a los que siempre vi reflejadas en la figura de Padre, él era mi héroe, mi ejemplo, mi meta. Y decidí que quería ser como él.

Cuando cumplimos la edad necesaria, Padre le asignó a Tíndaro, un sabio de Ilmora, la tarea de educarnos, por lo que se convirtió en nuestro tutor. El viejo Tíndaro estaba versado en todas las materias en las que existía conocimiento humano, por lo que se ocupó de que aprendiéramos al menos un poco sobre todas ellas. Y así aprendimos ciencia y herbolaria, historia y medicina, ocultismo y equitación. Pero también a apreciar el arte, el baile, la forja y la música.

No fue hasta cumplir los ocho años cuando empezamos nuestro entrenamiento marcial, que parecía que era lo único de lo que el viejo no tenía idea alguna. Esta fue encargada a Syrio, un antiguo templario de la orden de los Tol Rauko, amigo de Padre. Fue Syrio quien nos enseñó a dominar la espada, a luchar como caballeros, el honor y la gloria del combate. Pero también nos enseñó a montar, a cazar y a sobrevivir. Siempre se nos dijo que el peligro podía acechar en cualquier rincón, y nos prepararon a conciencia para combatirlo. 

Gwynn y yo entrenábamos juntos, bien el uno contra el otro, bien los dos contra nuestro maestro. Fue entonces cuando nació mi rivalidad por mi hermano. Hasta entonces no había sido consciente de la discriminación que había sufrido por ser el segundo hijo. Él siempre había recibido un trato especial por parte del servicio, incluso de nuestros padres. Madre dijo una vez que su hijo era una bendición de Dios. Y sí, “hijo”, en singular. Jamás me amaron como lo amaban a él.

Al cumplir los doce años, Padre nos hizo un inesperado presente. Dos espadas gemelas, una para cada hermano. La de Gwynn era gualda y reluciente, la mía argentada y mate. Él la llamó Áurea, la Espada del Mediodía, yo la llamé Ténebra, la Espada del Ocaso. Y cuando, esa misma mañana, cruzamos aceros, saltaron verdaderas chispas y un poder desconocido nos recorrió a ambos.

Fui yo el que mordió el polvo esa vez, como siempre.

Mi mellizo era perfecto, sí; pero nunca valdría para gobernar, le faltaba astucia, perspicacia y pragmatismo. Era incapaz de leer entre líneas y de ver las intenciones de la gente más allá de sus falsas sonrisas. Jamás habría sido capaz de manipular en condiciones. Inútil. No estaba hecho para esto, era demasiado para él. Discutía mucho con Padre, bastante a menudo, nunca me entrometí demasiado en sus peleas, Magnus Zhorne Oxium era verdaderamente terrorífico cuando se enfadaba. La relación entre Padre y Gwynn siempre fue tensa, realmente desconocía las razones. A mí me valía con que le echara la bronca a menudo, al menos había alguien que lo pusiera en su sitio.

Yo nunca fui capaz de hacerlo.

Él siempre fue perfecto, demasiado. Ambos crecimos altos, fuertes y corpulentos, pero él siempre me superaba con creces en todo. Ni siquiera entrenando por mi cuenta lograba nunca derrotarle. Y eso hizo crecer en mi interior un profundo rencor que no tardó en convertirse en odio. Luchaba contra él sin esperanza, pero con furia. Su altivez me hervía la sangre, su sonrisa de suficiencia mientras me desarmaba…maldición, como lo odiaba.

Pero ¿juntos? Éramos imparables. Combatíamos codo con codo contra nuestro maestro, su pericia y mi furia combinadas pusieron en aprietos a Syrio en más de una ocasión. Y mejorábamos más y más cada día. Hasta que logramos derrotarlo. Jamás he sentido tanta dicha como en ese momento. Ver a nuestro experimentado y marcial tutor en el suelo, desarmado y mirando con expresión de extrañeza a esos dos hermanos, uno dorado y otro oscuro. Dos auténticos paladines de Oxium. Las dos caras de una misma moneda.

Y todo podría haber ido bien, hasta que el tercero vino al mundo.

Madre volvía a estar embarazada, y, dado su frágil estado, los médicos temieron por su seguridad. Fueron unos días muy tensos en el castillo, todo el mundo estaba nervioso, incluso Padre, normalmente distante; estaba especialmente irascible. Sólo Gwynn era el único extasiado, sonreía a todo el mundo ampliamente y anunciaba por doquier que iba a tener un nuevo hermano para jugar.

Odié a Midas mucho antes de conocerlo.

Madre dio a luz al tercer hijo de la Casa Oxium durante el plenilunio, a la luz de la luna. Entre terribles dolores nació una criatura endeble, deforme y enfermiza. Me sentí profundamente decepcionado, aunque ver la cara de estupefacción de Gwynn al presentarle a su nuevo hermano casi mereció la pena. Casi.

Pronto el bebé se llevó la atención de todo el castillo, casi todos los sirvientes estaban al servicio de ese insignificante llorón. Padre veló a Midas durante muchas noches, algunas de ellas en compañía de Gwynn. En cuanto a mí…bueno, quizá se me pasara por la cabeza apretar bien fuerte una almohada contra su cara hasta que dejase de llorar de una vez. Puede que quizá unas pocas más veces de las necesarias.

Midas creció rápidamente, pero no como todos habrían esperado de un Oxium. Había nacido como un ser endeble y enfermizo a la luz de la Luna, y verdaderamente parecía que el astro lo había maldecido. Nos decepcionó a todos. A Padre, porque esperaba que se convirtiera en un gran guerrero, como Gwynn y yo. A Madre, porque esperaba una mujer. A mí, porque de verdad lo había considerado una amenaza, cuando más bien era un insulto. En cuanto a Gwynn, bueno, siempre fue un caso perdido.

Gwynn amó desde el principio al benjamín de los Oxium, le contaba historias antes de dormir, le montaba en su caballo, jugaban y reían juntos a menudo. Por otro lado, yo volqué todo mi rencor, mi furia y mis sentimientos negativos en la persona más vulnerable que encontré. Era un blanco perfecto, diminuto, de facciones andróginas y unos ojos grandes, bellos y curiosos que lo observaban todo como si fuera la primera vez. Me sacaba de quicio.

Midas resultó mucho más útil de lo que me pareció en un principio. Con mi hermano pequeño aprendí a golpear de tal forma que no quedara marca, a manipular la comida para convertirla en veneno, a provocar miedo, a manipular a los sirvientes para que no dijeran nada a Alfred o a Padre. Pero Gwynn siempre me impidió llegar demasiado lejos.

Su enorme ego le impedía quedarse parado mientras se abusaba de su enclenque hermano menor. Desenvainaba su arma y me miraba, desafiante. Retándome a tocarlo.

Lo protegía de mí.

Y hacía bien…porque de haberme dejado llevar puede que lo hubiera matado.

Y de esta forma crecimos los hijos de la Casa Oxium, y los años pasaron con celeridad. Poco a poco Midas fue agradando cada vez más a nuestros Padres, que comenzaron a vestirle como si fuera una mujer. Demostró ser mucho más capaz en aquellas artes reservadas a las damas que en la senda del guerrero. Demostró estar bendecido con un poder fuera de nuestro entendimiento. Todos quedaron satisfechos, y la decepción se tornó en complacencia.

Midas se convirtió en Medusa.

Por supuesto, yo jamás lo acepté y continué con mi actitud de siempre. El honor de un caballero me habría impedido hacer tales cosas a una mujer, por ello, Él no podía ser una mujer.

Paulatinamente, todos nos fuimos acomodando. No era feliz, ¿cómo podía serlo siendo un segundo hijo destinado a nada? Pero al menos contaba con Ténebra, mi única amiga, y la esgrima.

Hasta ese fatídico día.

Fui despertado por Alfred en mitad de la noche, tenía horribles quemaduras en su brazo, aunque no parecía notar dolor alguno. Sus ojos estaban sumamente abiertos, su expresión era de horror. Llevándose un dedo a los labios me susurró que saliera de la cama, por lo que me puse de pie de un salto y agarré mi espada al instante. Pronto me llegó el olor a humo y comencé a sudar por el calor.

Al salir ambos de la habitación escuché el sonido de un combate cercano. Los aceros entrechocando, los gritos de los hombres moribundos, las órdenes desesperadas, el crepitar del fuego y a Gwynn; su grito de batalla resonaba en el fragor de la lucha. Casi podía escuchar el silbido de Áurea al ser empuñada.

Me preparé para luchar.

Y él me lo impidió.

Alfred me agarró del brazo con fuerza y negó con la cabeza. En su mirada, en los ojos grises del hombre que me había criado había súplica y pavor. Fue eso lo que me hizo vacilar. Envainé la espada y lo seguí hasta la habitación de Midas, Alfred tomó a mi hermano en brazos y nos dirigimos hacia la parte sur del castillo, lejos del combate.

Escapamos de allí lo más rápidamente que pudimos. Alfred conocía mejor que nadie el camino entre los estrechos pasadizos de piedra en las catacumbas. Cuando finalmente salimos a la superficie eché la vista atrás y lo vi.

El espléndido Castillo Oxium, sede de nuestra familia desde los tiempos del primero de los Emperadores, último bastión del Imperio, la Fortaleza Inexpugnable.

Estaba en llamas.

Mi hogar, el legado de mi padre, se había convertido en una gigantesca pira, cuya columna de humo se perdía en el cielo nocturno.

Ahora estábamos solos, Alfred, Midas, Tenebra y yo.

Cualquier ambición, cualquier sentimiento y cualquier deseo que pudiera haber tenido antes de ese día ardieron hasta tornarse cenizas.

Y en el hueco que dejó sólo cabía una cosa: venganza.

Y con toda la furia que el odio pueda darme, juro que conseguiré mi objetivo.

Yo, Magnus Solomon Oxium, juro venganza.

Que mis enemigos teman la Espada del Ocaso, pues ni la muerte podrá detenerme.

viernes, 21 de agosto de 2020

Erótica entre mundos - Capítulo X

 

Autor: dalisacg


CONTENIDO +18  

Estas descripciones nacen de una partida de rol donde los jugadores encontraron un poemario con ilustraciones eróticas. Las descripciones son de mi autoría como solución a mis nulas capacidades artísticas, los poemas por otro lado están recogidos entre lo mas elegante y lo mas viejo verde que ofrece Internet.
 
 
DÉJAME sueltas las manos
y el corazón, déjame libre!
Deja que mis dedos corran
por los caminos de tu cuerpo.
La pasión, sangre, fuego, besos
me incendia a llamaradas trémulas.
Ay, tú no sabes lo que es esto!

Es la tempestad de mis sentidos
doblegando la selva sensible de mis nervios.
Es la carne que grita con sus ardientes lenguas!
Es el incendio!
Y estás aquí, mujer, como un madero intacto
ahora que vuela toda mi vida hecha cenizas
hacia tu cuerpo lleno, como la noche, de astros!

Déjame libre las manos
y el corazón, déjame libre!
Yo sólo te deseo, yo sólo te deseo!
No es amor, es deseo que se agosta y se extingue,
es precipitación de furias,
acercamiento de lo imposible,
pero estás tú,
estás para dármelo todo,
y a darme lo que tienes a la tierra viniste
como yo para contenerte,
y desearte,
y recibirte!

        -Déjame sueltas las manos, por Pablo Neruda
 

Nos hayamos en una habitación de paredes oscuras como la obsidiana. La única luz del habitáculo fluye como bruma de un color rojo muy débil, proveniente de unas rendijas en las aristas del techo. 

Un hombre se encuentra atado a la pared, con sus manos por encima de la cabeza. Se encuentra completamente desnudo, salvo por la venda que le cubre los ojos. Sus músculos están tensos y se aprecian pequeños destellos en su cuerpo producidos por el sudor.

Una mujer de una melena castaña se encuentra justo enfrente del hombre, también desnuda. Entrelaza una pierna con la de él y agarra sus glúteos atrayéndolo hacia sí. Descarga su peso contra él, presionando sus pechos desnudos contra su cuerpo y oprimiendo el miembro del hombre contra su vientre y sexo expuestos. 

La mujer besa el pectoral izquierdo del hombre, alzando la vista hacia el rostro de ojos tapados de este con una mirada ávida. Por su parte el prisionero muestra tensión en las venas del cuello y trata de controlar su agitada respiración.

 

***

Aquí concluye esta serie de post, a partir de ahora la sustituiremos por "Biología Gloomita". Esta tratara de dar trasfondo al mundo de "Forgiven Desencadenada" la nueva serie de post de Jeff66651 (Francisco Cerezo Tomás).

martes, 18 de agosto de 2020

Diario de J. S. Freud-Llamada de Cthulhu, parte 8 (¿final?)


VIAJE A SIWA


"Pensé que debíamos ser héroes. Cuán estúpidos fuimos"


Creo haber tocado fondo.

Cuando cierro los ojos todavía lo veo. Veo los pasadizos pintados de colores vivos y veo las cámaras repletas de oro y joyas. Siento la paciente mirada de las estatuas clavada en mí, y siento la piedra recién pulida bajo mis pies.

A veces incluso puedo oler el fragante aroma que reinaba en el ambiente, y sentir el calor de las antorchas que iluminaban los pasillos.

Es como si todo fuera un sueño…o más bien una pesadilla.

Doc me dice que estoy bien, que sólo necesito reposo, sólo necesito alejarme de mis libros por una temporada y todo volverá a la normalidad.

¿Normalidad?

Debe ser una broma.

Es comprensible para él, no carga con este peso que hace el vivir algo tan difícil.

No tiene las pesadillas que me asaltan en cuanto cierro los ojos.

No puede ver sus caras mirándome con odio, sus susurros acusándome, su rostro encapuchado…

Oh, Dios cruel ¿por qué?

¿Por qué yo? ¿Por qué he sido elegido?

Ya era difícil con el peso de Jefferson y Stephen.

¿Por qué me haces esto ahora?

¿Por qué tantas almas con las que cargar?

 

Sábado 8 de marzo de 1924

Los días posteriores a nuestro último caso me fui a pasar una temporada con mi sobrino, Leo Strauss, al que dejé una copia de mi diario e instrucciones de que, si algún día no volviera a saber de mí, contactara con Michael Moore para que le pusiera en contacto con el resto de mis compañeros de la Sociedad Enigma. 

Puede que haya condenado a mi ingenuo sobrino, pero ¿acaso no estamos ya todos condenados? Me siento mucho más seguro sabiendo que, cuando yo me vaya, habrá alguien que continuará con mi trabajo. Siempre he sido un hombre egoísta. 

Justo un mes tras el episodio en el que Steven perdió la vida, Tachenko y yo volvimos a nuestra vieja casa de Arkham para descubrir que no había nadie allí. En cambio, había una nota bajo la puerta que avisaba que nuestros colegas se habían mudado a las afueras de Arkham.

Desconfiados, Tachenko y yo nos desplazamos hasta la enorme mansión Van Laaden.

Una vez allí no pude salvo sentirme asombrado por la barroca inmensidad del edificio gótico. Entré como una exhalación y pedí a Harvey explicaciones nada más verlo. El viejo profesor trató de tranquilizarme diciendo que habían comprado la mansión con el dinero resultante de la venta de unos cuadros. La casa, al parecer, parecía estar embrujada, y ellos habían acabado con el fantasma que allí habitaba, los cuadros habían sido el pago por sus servicios. 

Me dejé convencer fácilmente, no es que me fiara de que me estuviera diciendo toda la verdad, sino que me resultaba indiferente. Haciendo gala de una apatía nihilista, obvié toda presencia humana y subí hasta el piso de arriba, buscando la que sería mi futura habitación.

Estaba tan inmerso pensando en las reformas que había por hacer, que casi no me percaté de que había un desconocido en la casa.

El nuevo inquilino tenía pinta de vagabundo, por lo que regañé a Harvey y maldije para mis adentros. Era lo único que faltaba en nuestro circo de extraños.

El hombre se apellidaba Quack, y creo que no creo que le proporcionara una buena impresión. Aunque tampoco hice esfuerzo alguno por hacerlo. Se presentó como un investigador forense especializado en incendios, y pude ver como de vez en cuando tomaba notas en un pequeño cuaderno. Además de eso hacía muchas preguntas, lo que no fue muy de mi agrado. A veces la gente hace preguntas sobre cosas que no deberían saber.

Doc me convenció de que la casa necesitaba una serie de reformas, por lo que eché mano de la cuenta conjunta para pagar el cableado, la luz, el teléfono y  el resto de las reformas que necesitaba precisaba a ojos de mis derrochadores compañeros. 

Al rato llegó una carta a mi nombre. Parecía ser una oferta de trabajo, incluso nos prometían la formalización del contrato por escrito y una considerable suma remuneratoria al término del encargo. La carta estaba firmada a nombre de Franklin Jefferson, un filántropo septuagenario y multimillonario.

La decisión de aceptar el empleo fue unánime, y ese mismo día cogimos un taxi hacia la mansión de nuestro cliente.

Una vez allí el bien ataviado servicio nos atendió con educación hasta que Franklin pudo atendernos. El acomodado burgués nos recibió efusivamente y se deshizo en halagos hacia mí y nuestro alegre banda. Al parecer, últimamente estaba realizando una serie de negocios en el continente africano, más en concreto en la occidental región egipcia de Siwa. Sus excavadores se habían topado con la cámara de lo que sospechaban que era una pirámide enterrada bajo las dunas.

La expedición estaba siendo dirigida por Joseph Clay, un amigo de la familia, y Henry Henderson, un especialista en el Antiguo Egipto. Los últimos informes que habían llegado a América hace un par de semanas advertían de que la expedición había encontrado una puerta hacia la tumba que parecía imposible de abrir, por lo que contaban con nosotros para ello y lograr que la excavación continuara su natural curso. 

La paga era demasiado buena, por lo que aceptamos sin dudarlo. Nada más despedirnos de nuestro anfitrión marchamos a comprar utensilios que pudieran servirnos de utilidad en el implacable desierto del Sahara.

 

Miércoles 24 de marzo de 1924

Nuestro transatlántico llegó al Cairo por la mañana. No perdimos tiempo y nos reunimos con Joseph Clay tan pronto como nos fue posible. Clay informó de que habían descubierto un sello en la puerta de la pirámide que eran incapaces de abrir y que Henderson, el egiptólogo, tenía la teoría de que habían descubierto un lugar de culto hacia una deidad. No obstante, según su experto criterio, un templo no debería estar en un lugar como aquel. Harvey coincidía con el tipo. Quise indagar más, pero el hombre no parecía saber mucho y tampoco estaba del todo seguro. Al parecer él estaba algo desconectado del trabajo de campo. Ya tendríamos tiempo para investigar cuando llegásemos a Siwa.

 

Viernes 26 de marzo de 1924

Llegamos a Siwa cercano el ocaso, con el Sol amenazando por desaparecer entre las dunas de arena blanca. Clay nos condujo hasta la excavación entre las tiendas de los miembros de la expedición. A simple vista calculé que habría con facilidad unos trescientos trabajadores afanados en desenterrar la vetusta edificación.

En la puerta del descomunal templo nos esperaba Henderson, un hombre de carácter afable que nos puso al corriente del estado de la excavación. Nos dijo que habían encontrado una abertura por lo que creían que era uno de los laterales del templo, sin embargo, no parecía conducir a ninguna parte, pues había sido obstruida por los escombros. También desechó la idea de que se trata de una pirámide, todo apuntaba a que su estructura era rectangular al fin y al cabo. 

Harvey y yo observamos la puerta con interés, el sello no parecía estar formado por jeroglíficos, sino por algo mucho más esotérico. Era un signo de protección, grabado para guarecer aquello que moraba en el interior del templo de los peligros del exterior. Un símbolo de poder, proveniente de Aquel que no debe ser nombrado.

Una vez seguros de que no podríamos entrar por la puerta principal, pedimos a Henderson que nos mostrara la otra apertura. Subimos por un andamio y encontramos un estrecho agujero, ensanchado por el inexorable paso del tiempo.

Lancé una bengala y pude ver como realmente no parecía conducir a ninguna parte, los escombros cubrían casi toda la cámara.

Atamos una cuerda a la cintura de Harvey y lo hicimos descender cuidadosamente hasta el fondo de la cámara. Cuando ya estaba cerca del suelo la cuerda desapareció de nuestras manos. Apenas nos dio tiempo a llamar a nuestro amigo cuando lo escuchamos desenfundar y disparar el arma en el interior de la tumba. Había disparado en dirección a sus propios pies.

Pensando que mi colega había enloquecido, llamé a Harvey a gritos. Mi colega respondió que había disparado a una serpiente y que estaba bien, pero teníamos que bajar para ver lo que él estaba viendo.

Algo en su voz me resultó extraño, por lo que desconfié. Mi instinto trataba de advertirme y cuanto más insistía el arqueólogo más raro me parecía lo que pedía. Podíamos verlo por la apertura desde el exterior, mirando a su alrededor con los ojos muy abiertos y expresión de asombro. Como si hubiera algo más que escombros y arena ahí abajo. Receloso, insté a mis compañeros a que lanzáramos otra cuerda a Harvey para ayudarle a salir de allí. En un principio se negó, así que seguí insistiendo y acabé por convencerlo de continuar esta conversación en el exterior como personas civilizadas. Además, estaba comenzando a anochecer y las noches en el desierto egipcio distaban mucho de ser plácidas. 

Harvey cogió la cuerda y comenzó a trepar por ella. De pronto, la cuerda se rompió y nuestro compañero volvió a caer al suelo. Cuando estiramos de la cuerda hacia arriba vimos que el corte era limpio, pero él no había sido capaz de cortarla.

Nerviosos, lanzamos una cadena y esta vez logró ascender a la superficie, pero distaba de haber recuperado su conducta anterior. Actuaba extraño, como ido, como si no hubiera salido de allí. Era como si algo quisiera que hubiéramos entrado con él al templo. 

Después de cenar y ya en la tienda, lo atamos de manos antes de retirarnos a descansar. Se quejó, obviamente no lo teníamos atado por su propia voluntad, pero todos y no sólo yo desconfiábamos de Harvey y su singular comportamiento. 

Con estos pensamientos sin poder abandonar mi cabeza, caí en un vigilante duermevela.

 

Sábado 27 de marzo de 1924

Me desperté sobresaltado en mitad de la noche para descubrir, no sin demasiado asombro, que Harvey no estaba. Cogí mi pistola y salí corriendo por el campamento, gritando para despertar a los demás.

Lo encontré en la puerta del templo, observando fijamente el sello. No recuerdo que me dijo, pero yo sabía la verdad, alguien lo estaba controlando y no iba a dejar que nos pusiera a todos en peligro. Lo retuve allí con la fuerza de mis palabras y di tiempo a mis compañeros para llegar hasta nosotros. Cuando lo hicieron, Tachenko agarró al profesor para inmovilizarle y le hizo una llave para inutilizarle una pierna. Sin embargo, aplicó demasiada fuerza y lesionó a Harvey de levedad.

Con este nuevamente atado de manos y ahora además tullido, volvimos a la tienda a descansar durante las pocas horas que faltaban hasta que saliera el sol.

Nada más amanecer, nos despabilaron unos gritos provenientes del campamento. Cuando salimos pudimos de nuestras tiendas fue para observar a una multitud congregada alrededor de un cadáver.

Haciendo a un lado a la gente, Doc examinó el cuerpo reseco. Es como si hubieran chupado su vida hasta dejarlo momificado en un asombrosamente buen estado de conservación. Por su antigüedad, la momia debía tener más de dos siglos, sin embargo, el resto de trabajadores estaba firmemente convencido de que se trataba del cadáver de uno de los excavadores. Nos maldecían, por ser blancos y extranjeros y rezaban a Alá para evitar un destino así. Algunos de ellos abandonaron la excavación, pero los capataces lograron mantener la calma al cabo de un rato. 

El pánico no debía cundir por el campamento, sólo habíamos sufrido un desgraciado accidente. Esa fue la versión que nos repetimos los unos a los otros, por increíble que pareciera. El trabajo debía continuar. 

Una vez nos hubimos deshecho del cuerpo, Harvey se sinceró con nosotros y volvió a insistir en que debíamos entrar en el templo por el agujero donde él había estado el día anterior. Susurró que aquello que había dentro ya había salido hace mucho y ahora debíamos ser nosotros quienes acabáramos con lo que moraba en el interior de aquel santuario maldito. Al principio me negué, no quería que todos acabáramos como él, sin embargo, ¿cómo podíamos derrotar a nuestro enemigo sin ir hasta él? Adentrarnos en su terreno era la única opción posible. 

Pensé que debíamos ser héroes. Cuán estúpidos fuimos. 

Descendimos a la cámara donde Harvey había estado con la cadena que había utilizado para sacarlo de allí. Nada más entrar los escombros desaparecieron, dando lugar a tres arcos bien ornamentados de decoración egipcia que conducían al interior de la construcción.

Por uno de estos pasillos vimos a una figura avanzar hacia nosotros. Era Harvey, pues el que hasta ahora había estado con nosotros ahora se había desvanecido sin dejar rastro alguno. El recién llegado profesor nos explicó lo que había ocurrido con pelos y señales. 

Era algo de locos, tenía que serlo. No obstante, no me resultó difícil de creer y comprender, para bien o para mal he de decir que voy acostumbrándome.

Nuestra alma partida en dos y atada a este lugar, dos partes de nosotros conectadas, un hechizo sobre el templo, una gran ilusión, el Innombrable…

Puede que fuera algo de locos, pero sus ojos veían lo mismo que los míos. Y los míos me decían que había retrocedido en el tiempo a una era en la que los dioses erraban por la tierra como hombres.

Fue Doc el único inmune a nuestra locura, era Doc quien siempre veía y había visto el mundo de forma racional, el último atisbo de un alma pura en esta vorágine de demencia.

Todos juntos caminamos a través de los pasillos pintados de dorado y carmín, cubiertos de jeroglíficos multicromáticos. A medida que avanzábamos, Harvey iba traduciendo en voz alta las antediluvianas inscripciones grabadas en la piedra.

No habíamos caminado demasiado, cuando entramos en una sala cuadrada, en cuyo centro había una luminosa caja de madera. En los cuatro vértices del habitáculo se encontraban cuatro estatuas antropomorfas con testa de chacal que empuñaban pesados khopesh.

Recordando los episodios de la caja de Numbos y el Cubo Resplandeciente advertí a mis compañeros de que llevaran cuidado en no tocar nada y seguimos avanzando.

Nuestro camino nos llevó hasta un pasillo notablemente más ancho que desembocaba en lo que parecía ser la puerta del templo, aquella que estaba cerrada con el sello desde el exterior.

Harvey, entusiasmado mientras descifraba las inscripciones, pasó por alto mi advertencia y pisó de forma descuidada una losa que cedió ante su peso. Nada más darnos cuenta de lo que sucedía fuimos testigos, con horror, de que las estatuas de la sala anterior cobraban vida y se lanzaban a la carrera a por nosotros.

Gracias a nuestra suerte, todos excepto Harvey logramos esquivar los golpes de las efigies animadas y salir ilesos del combate. No obstante el profesor, todavía debilitado por la luxación de su pierna, no tuvo tanta suerte. Fue alcanzado por una de las afiladas armas y comenzó a sangrar como un cerdo por un amplio tajo en su pecho. Su estado era crítico, pero contra todo pronóstico se las arregló para permanecer consciente.

Yo por mi parte, descargué mis armas sobre tres de las estatuas, reduciéndolos a escombros, mientras que Tachenko acababa con el último. No negaré que suspiré aliviado cuando vi apagarse la endemoniada luz azul de sus ojos de piedra.

Sin tiempo que perder, agarré mi maletín médico y traté las heridas de Harvey tan bien como pude, logrando estabilizarlo y conteniendo la hemorragia que manaba de su pecho abierto. 

Fue entonces cuando escuché Su Voz.

El tiempo se detuvo, el mundo dejó de girar, y ante nosotros apareció Él.

¿Su rostro? Oculto.

¿Su voz? Sonando en el más recóndito rincón de mi mente.

¿Su nombre? Impronunciable

Y nos propuso el trato, sí que lo hizo.

El ruso calló, incapaz de articular palabra.

Sus ojos ámbar estaban clavados en mí, esperando una respuesta.

Y acepté, no podía rechazarlo.

Pensé en que todos dependían de mí, de lo que yo respondiera en ese momento.

Él sabía que aceptaría el pacto incluso antes de hacerlo.

Nos dijo que abriría las puertas para que pudiéramos cumplir nuestra parte.

Nos dijo que las almas de nuestros compañeros quedarían perdonadas.

Y abrió la puerta; una puerta que jamás debió abrirse.

Y yo sigo siendo el único culpable.

Ahora debo cargar con este peso hasta el fin de mis días.

Puede que no hubiera otra opción, es lo que me digo continuamente para evitar volverme loco.

Puede que realmente no la hubiera, pero eso no me hace inocente.

Fui yo el único responsable de esa masacre, de esa desgracia, de todas esas almas…

Fui yo, Jack Sigmund Freud, su único asesino.

***


Como habéis podido leer en el título ya hemos llegado al final de las aventuras publicadas de J. S. Freud. En primer lugar, me gustaría agradecer a todo el que esté leyendo estas palabras el haber llegado aquí. Si bien la idea de crear el blog fue nuestra, sois los lectores más fieles aquellos que hacéis que todo esto siga siendo posible. La buena acogida que tuvo el re-estreno fue felizmente inesperada y es a causa de vuestro interés y no otra cosa lo que nos motivó y nos sigue motivando a continuar escribiendo y abrir el blog a otra clase de géneros y temáticas. 

En lo que respecta al Freudiario, todo el que haya leído la entrada de hoy ya sabrá que las aventuras del parapsicólogo no han finalizado con su más que profetizada muerte, como habéis podido comprobar a lo largo de sus aventuras este hombre no es fácil de matar, sino por la simple razón de que sus aventuras en la campaña de rol no han continuado por ahora. 

Echando la vista atrás es curioso recordar el momento en que nacieron estas aventuras. Recuerdo bien esa calurosa tarde de verano en que un buen amigo mío, el jugador que se esconde tras la infame señorita Jefferson, me convenció para unirme a esta campaña de rol. Quién me iba a decir que aquella supondría una de mis mejores experiencias roleras, y la mejor puerta de entrada al maravilloso mundo de los Mitos de Cthulhu del maestro Howard Phillip Lovecraft.

Por todo ello me gustaría dar las gracias a todos mis compañeros en este viaje, tanto a mis camaradas de la Sociedad Enigma como al magnánimo director de juego que dotaron de una emoción y color a estas partidas imposibles de plasmar en cualquier diario. 

Pero no tenéis por qué llorar, Freud volverá. Todavía no sé cómo, cuando ni en qué forma, pero os aseguro que lo hará y que en el futuro volveré a ponerme en los zapatos del que para mí es uno de los mejores personajes que he tenido el placer de interpretar. Hasta entonces, sus aventuras quedarán para su re-lectura en el archivo de la Torre Morada, esperemos que por mucho mucho tiempo. 

Aunque si lo que buscáis es contenido fresco, tampoco tendréis que esperar demasiado, pronto comenzará una nueva historia que estrenará el inicio de la más extensa saga que el blog haya visto hasta la fecha: Forgiven Desencadenada. 

Me hace mucha ilusión anunciar este nuevo proyecto en el que llevamos trabajando distintos autores ya bastante tiempo y estoy muy seguro de que superará vuestras mejores expectativas.

Dicho esto poco más, gracias de nuevo por haber llegado hasta aquí y espero que pronto vuelvan a cruzarse nuestros caminos.

Nos vemos en la Torre Morada. 

viernes, 14 de agosto de 2020

Erótica entre mundos - Capítulo IX

 

Autor: NS/NC

 

CONTENIDO +18  

Estas descripciones nacen de una partida de rol donde los jugadores encontraron un poemario con ilustraciones eróticas. Las descripciones son de mi autoría como solución a mis nulas capacidades artísticas, los poemas por otro lado están recogidos entre lo mas elegante y lo mas viejo verde que ofrece Internet.
 

Avaricio tu cuerpo, tu suave piel
resbalando en la mía. Tu piel:
mapa memorizado en sal
Avaricio ese pálpito lingual en mi saliente
bombeando pierna dentro:
ritual-despertador de nuestros instintos,
saliva compartida, efluvios unísonos

Avaricio tu sencilla desnudez,
la decadencia de alientos,
nuestras miradas perdidas que se buscan,
tu nuca abierta a mí,
la fragilidad de esa ascensión momentánea
que nos traslada al cuerpo del otro
donde morimos, otra vez, en vida,
donde vivimos un instante, en muerte

        - Codicia, por Virtudes Montoro


Nos encontramos en la perspectiva de un hombre recostado en una playa. El sol está en su punto álgido y sus rayos se reflejan en el suave oleaje del mar. Él se encuentra a la sombra de unas palmeras, y una mujer ocupa el centro de su visión.

Es una mujer de piel morena y pelo negro, con un vestido de dos partes, amarillo en la parte que cubre sus pechos y una falda roja que tapa sus piernas. La parte superior se encuentra muy holgada y casi da la sensación de que en cualquier momento podría caerse del todo. Está arrodillada sobre las piernas del hombre, al que mira directamente con sus ojos esmeraldas. Mientras tanto es posible apreciar un movimiento debajo de sus faldas, pues la mujer se restriega contra las piernas de él. Se acaricia el vientre desnudo de forma tentadora, y con su otra mano frota sobre la ropa abultada, la entrepierna del hombre. Sus labios forman una "O" denotando sorpresa.


martes, 11 de agosto de 2020

What love does


                                       
                                             "How can something so beautiful be so ungodly?"



Rehab


I surrender to the cadence of phatic words

and opium-based melodies,

because no matter how hard I try,

no drug will ever 

taste like you.



Once again


Long phone calls

after midnight.

Stolen smiles

that come unannounced.

Explaining yourself,

over and over again.

The feeling of a

retrieved love.

Second chances

of infinite extension.



Immorality


Your eyes are auburn

and deadly,

beaming and

pernicious.


Chaos 

follows you

like a loyal shadow.


I gloat

at the lethal douceur

of your presence,

unperturbed.


Your eyes meet mine,

and my heart stings with 

bliss

and affliction.


And I ask myself

How can something so beautiful

be so ungodly?



- paula luzia


viernes, 7 de agosto de 2020

Erótica entre mundos - Capítulo VIII


Autor: nebezial

CONTENIDO +18  

Estas descripciones nacen de una partida de rol donde los jugadores encontraron un poemario con ilustraciones eróticas. Las descripciones son de mi autoría como solución a mis nulas capacidades artísticas, los poemas por otro lado están recogidos entre lo mas elegante y lo mas viejo verde que ofrece Internet.


Cuando, después de amarnos, te coges el cabello
desordenado, ¡cómo son de hermosos tus brazos!
cual en un libro abierto, surge la letra negra
de tus axilas, fina, dulce sobre lo blanco.

Y en el gesto violento, se te abren los pechos,
y los pezones, tantas veces acariciados,
parecen, desde lejos, más oscuros, más grandes…
el sexo se te esconde, más pequeño y más blando…

¡Oh, qué desdoblamiento de cosas!
Luego, el traje
lo torna todo al paisaje cotidiano,
como una madriguera en donde se ocultaran,
lo mismo que culebras, pechos, muslos y brazos.


        - Cuando, después de amarnos, por Juan Ramón Jiménez

Nuestro punto de vista está sobre una cama de matrimonio, la cabecera de la cama es de hierro forjado, y la parte superior, en forma de arco, está decorada en sus dos mitades con la forma de un par de serpientes que se besan en el centro.

En un lado de la cama una mujer se encuentra sentada al borde, su pelo castaño se encuentra despeinado y se deja caer por sus hombros y espalda desnuda.

Mientras intenta arreglarse el pelo, en la otra mitad de la cama, un hombre está tumbado de lado en dirección a ella. Se encuentra desnudo, tiene un pelo negro rizado y una perilla que parece acentuar aun más la sonrisa que tiene en su rostro.

La mirada de los ojos grises del hombre se centra en las nalgas expuestas de la mujer, que descansan en el extremo del lecho acentuando su turgencia. Tiene un brazo extendido con el que pellizca un glúteo.
La mujer se gira levemente hacia él, con una mirada de reproche en sus ojos oscuros, pero con una sonrisa en los labios.


martes, 4 de agosto de 2020

Diario de J. S. Freud - Llamada de Cthulhu, parte 7


CERRADLE LA PUERTA AL VIENTO


"Entramos en el túmulo con armas y linternas en ristre, apuntando a toda sombra que pudiera parecer sospechosa."

Durante los dos meses siguientes me dediqué a estudiar algunos de mis libros en francés, llegando a leer al completo Cultes des Goules y empezando en la lectura del Diccionario Infernal. Al adentrarme en los misterios profanos de esas páginas prohibidas comprendí muchas cosas, quizá demasiado. Fue reflexionando cuando llegué a la conclusión de que había leído más de lo que debería, pues había conocimientos que no habían sido plasmados en papel para ser descifrados por el común de los mortales.

El conocimiento es poder, y me siento mucho más preparado ahora que sé sobre todo a lo que nos hemos enfrentado desde que empezó esta locura… y sobre lo que podríamos llegar a enfrentarnos.

Después de todo, hemos sobrevivido a incontables peligros, hemos mandado de vuelta al abismo a horribles criaturas y hemos ahondado en conocimientos que siempre debieron permanecer ocultos.

Sin embargo, habrá un día en que no salgamos victoriosos. Habrá algún día en que fracasemos, pues esa es la naturaleza humana.

En ese caso, pobres de los que moren sobre la tierra.

Pobres de aquellos que estén aquí cuando, al morir nosotros, no quede nadie para cerrar la puerta al viento.


Viernes 23 de noviembre de 1923

Me encontraba en la biblioteca de la casa junto con Harvey, sumidos ambos en nuestras sendas lecturas, cuando Doc y Tachenko me pidieron que bajara al piso inferior.

Al parecer, había llegado una carta a nombre del joven estudiante, procedente de uno de sus profesores de la universidad.

El autor de la carta era Samuel Gobson, doctor en antropología, y en ella informaba a Doc de algunos extraños sucesos acontecidos en unas excavaciones que había llevado a cabo cerca de Búfalo, en Nueva York. Buscando antiguos restos de pueblos indios habían descubierto una tumba de piedra excavada en roca viva, con grabados de inscripciones indescifrables y criaturas extrañas que no pertenecían a ningún pueblo indio. La excavación había sido suspendida, y el doctor había decidido pedir nuestra asesoría, dada nuestra reputación resolviendo casos paranormales. Como erudito de renombre, el doctor Gobson contaba con cierta fama en los círculos intelectuales de la ciudad, por lo que no dudé en que debíamos aceptar el caso. Mandé a Doc que telefoneara al Profesor Gobson rápidamente para comunicarle que aceptábamos el caso.

Se hallaba al teléfono cuando de pronto su cara perdió el color y soltó el aparato, del que salía un ruido infernal. Colgué ese cachorro y me giré hacia nuestro compañero, que estaba completamente paralizado, lívido e inmóvil. Cuando logró volver en sí, nos dijo que algo había pasado con el profesor. Sabíamos su dirección y se me ocurrió que deberíamos ir a su casa para ver qué era lo que había pasado que tanto había escuchado a Doc. El joven seguía murmurando entre dientes algo sobre el viento, el endemoniado viento.

No llegamos a salir aquella noche, pues la terrible tormenta que se había desencadenado fue tal que incluso cortó la línea de teléfonos. Con tales ráfagas de vientos huracanados, abandonar la casa habría sido un suicidio.

Esperamos, ¿acaso podíamos hacer alguna otra cosa? Me sentía impotente. El destino no parecía querer nuestro encuentro con Samuel Gobson. El destino… ¿o quizá algo más?

Sábado 24 de noviembre de 1923

Nada más despertar encendí la radio, esperando el parte de la prensa. No me sorprendió demasiado la noticia de las catastróficas consecuencias que había tenido la tormenta de la noche pasada.

Un auténtico huracán, sin ser previsto por meteorólogo alguno, había devastado la ciudad de Akham, especialmente uno de los barrios al norte de la ciudad en el que no había quedado piedra sobre piedra y habían perdido su vida decenas de familias. Los supervivientes, perdidas sus moradas, habían sido internados en el psiquiátrico Aloisius Ryer de Arkham.

Aprovechamos que nos movíamos en nuestro vehículo para avistar el barrio del que había hablado la radio, que, como no podía ser de otra forma, era donde se encontraba la casa de nuestro desafortunado cliente. Allí encontramos a la policía, a la que hicimos algunas preguntas relacionadas con el paradero de Gobson, sin embargo nos informaron de que no se había encontrado el cuerpo.

Fuimos al hospital de la ciudad y la morgue preguntando por el Profesor Gobson, alegando falsamente ser sus únicos familiares, pero no nos informaron de que el hombre al que buscábamos no se encontraba en ninguno de los dos lugares.

Tras esto, decidimos visitar el sanatorio, en primer lugar, por si acaso Gobson se encontrara allí, en segundo lugar, para interrogar a alguno de desdichados testigos de la virulencia del vendaval. Sinceramente, no creí que hubieran sido internados simplemente por un leve trastorno provocado por el shock de haber perdido su casa y familias. Mi experiencia en este tipo de casos me dice que siempre hay algo más, algo más oscuro que una simple tormenta. 

En el sanatorio, el enfermero jefe de la recepción no me permitió ver a ninguno de los recién internados. Todo parecía estar muy ajetreado. Pese a lo mucho que insistí, parecía que iba a ser imposible cuando de pronto se fijó en el maletín médico que siempre llevo conmigo para realizar facilitar unos primeros auxilios a mis compañeros. Me preguntó si era médico y por supuesto afirmé que sí, al parecer el desastre les había producido una carencia de sanitarios. El enfermero, ahora mucho más cordial, me condujo hacia el responsable del centro, el doctor Robert Weber.

El doctor Weber se mostró amable con un compañero de oficio y me informó sobre los síntomas que padecían los pacientes, pidiéndome mi opinión profesional. Pese a que realmente no soy médico, y no creo que mi opinión le sirviera para mucho, soy excelente haciéndome pasar por uno. Fácilmente logré improvisar algo y salir de allí con la información que necesitaba para la investigación.

Por lo que pude sacar en claro, que no fue mucho, todos los pacientes padecían síntomas de histeria, farfullan que vieron “algo con garras” y la más mínima ráfaga de aire les puede llegar a provocar una grave crisis nerviosa. Parecía un patrón. 

Me reuní con mi mermado grupo, esta vez estaba formado por Tachenko, Harvey y el ya mencionado Doc, y les puse al corriente. Entre todos decidimos que debíamos ir a ver a los compañeros del profesor el lunes en la universidad. Hecho esto, ellos marcharon a tomar algo y yo me volví a casa, reflexionando sobre qué podía ser aquel ser que había provocado la destrucción de un barrio entero.

Hay veces que pienso que todo aquel que se relaciona con nosotros ha de tener un fatídico final. ¿Es el mero hecho de vincularse con nosotros aquel que lo causa, o es la esfera en la que nos movemos aquella que nos une a la gente que está destinada a perecer de tan horrible forma?

¿Había sido el propio doctor quien habría encontrado su fin o habíamos sido nosotros culpables de su desgraciado destino?

Lunes 26 de noviembre de 1923

A primera hora de la mañana nos dirigimos hacia la universidad de Miskatonic preguntando por el Profesor Samuel Gobson. Nos recibió su secretaria en su despacho, que dijo que el buen doctor, que se encontraba desaparecido, le había dejado una caja con ciertas pertenencias y dado instrucciones de dárselas a Doc cuando fuera allí.

En la caja se encontraba el diario de Gobson. Rápidamente me hice con el cuaderno y fui directamente a las últimas páginas. En el diario contaba que se encontraba realizando unas excavaciones en los alrededores del pueblo de Huntington, cerca de Buffalo y Hunninqton. El día 21 de ese mismo mes habían comenzado las excavaciones y apenas tardaron en lograr un gran hallazgo. Un día más tarde el profesor regresó a Arkham, hizo una serie de comprobaciones, consultó algunos libros en la biblioteca de la Universidad e hizo una serie de llamadas desde su despacho.

Tras despedirnos de la secretaria, fuimos a la biblioteca de la universidad, donde pedimos consultar los libros que había consultado el doctor. El bibliotecario Jeremías Marsh, no nos lo permitió en un principio, afirmando que esos libros pertenecen a la sección 240 BL que no puede ser consultada por cualquiera. Sin embargo, Doc, gracias a su carné de estudiante, logró convencer al viejo, que nos informó sobre los libros que el doctor había consultado. 

Entre los tres tomos, el más relevante era Mitos y leyendas iroquesas, que guardaba un interesante pasaje entre las hojas. Se trataba de una leyenda iroquesa que hablaba de una puerta de piedra, una montaña sagrada y una Bestia. La Bestia acechaba en el rugir del viento y la única forma de encerrarla era recitar un cántico y sacrificar un animal al Gran Espíritu, solo así la Bestia quedaría encerrada bajo las puertas de piedra. Pero la puerta debía permanecer enterrada bajo tierra, o la Bestia sería liberada.

Harvey y yo cruzamos una mirada de reconocimiento. La Bestia a la que se referían los iroqueses no era una criatura cualquiera. Muchas veces habían mencionado mis libros al Primigenio Ithaqua, el que camina con el viento. Un ser tan viejo como el mismo mundo, un dios tan poderoso que podría acabar con todo lo que conocemos.

El profesor lo había liberado con sus excavaciones y ahora Ithaqua estaba libre por la tierra, lo que parecía explicar los extraños fenómenos meteorológicos que estaban aconteciendo. Pero todo esto podía ir a peor, lo sentía. Ithaqua debía ser encerrado de nuevo o las consecuencias podrían ser fatales.

Sin marcharnos de la universidad, decidimos colarnos en el despacho de Gobson, donde encontramos la agenda del doctor y un mapa de la zona en la que se estaban llevando a cabo las excavaciones. En su agenda tenía una cita hoy a las 20:00 en el número 25 de Boundary Street. También hallamos allí una tarjeta de visita de un tal “Profesor Phileas Thothgaum” y su dirección.

Primero decidimos ir a Boundary Street a la hora prevista y descubrimos que el número 25 de dicha calle era una vieja librería. Su dueño, Jacob Stromberg, confirmó que el señor Gobson vino a verle con un papel con símbolos extraños por si conocía a alguien que pudiera descifrarlos. Él le recomendó al filólogo Phileas Thothgaum, pero se quedó con una copia de los símbolos. También afirmó que había encontrado un libro que podía ser de mucha ayuda para descifrar los signos: Comentarios a la obra de John Dee. Por supuesto, el judío sólo aceptó desprenderse de ambos por una importante suma que nos vimos obligados a pagar.

El libro contenía algo que identificaba como las runas mágicas de Nug-Soth, muy similares a los símbolos que el profesor dibujó procedentes de la tumba de piedra.

Una vez con el libro y la copia de las escrituras en nuestro poder, fuimos al domicilio de Phileas, que nos dijo que gracias al libro podría ser capaz de descifrar los pictogramas. Sin embargo, le llevaría un tiempo.

Urgiéndole, pues era un asunto de vital importancia, el profesor dijo que se daría prisa.

Martes 27 de noviembre de 1923

Durante todo el día siguiente se produjeron por todo el país tormentas repentinas, durante las cuales desaparecía gente tragada por el viento y aparecía, días después, horriblemente mutilada. Algunas pequeñas poblaciones de interior fueron prácticamente destruidas.

Llamé al profesor y este nos informó de que todavía no había logrado descifrarlo. Me pidió paciencia y colgó. ¿Paciencia? ¿El destino de un mundo depende de mí y es paciencia lo que debo tener? Me cuesta creer que haya podido mantener la cordura tanto tiempo.

Miércoles 28 de noviembre de 1923

Finalmente, Phileas nos telefoneó, histérico, a la 1 de la madrugada del miércoles. Había descifrado la inscripción. El texto era una advertencia: debíamos cerrar la puerta al viento. Si la Bestia estaba más de una semana libre nunca más podría ser encerrado, y su poder sería tal como para destruir la tierra.

Nada más hacer cuentas tuve que reprimir un grito. Las excavaciones habían comenzado el día 21. El plazo se cumplía hoy. Teníamos veintitrés horas para volver a encerrar a Ithaqua y evitar la destrucción del mundo.

Fuimos Tachenko, Doc y yo quienes fuimos directamente al aeródromo. Nada más sonar el teléfono, Harvey se había esfumado, y no podíamos perder tiempo buscando al condenado borracho. Era muy tarde, de madrugada, cuando llegamos aeródromo. El piloto se mostró reticente ante la idea de llevarnos, de noche, hasta Nueva York, sobre todo con el tiempo tan alocado últimamente. No obstante, cierto es que le pagamos bien e incluso aceptó llevar a Doc en la bodeguilla. Apenas fuimos capaces de disuadir a Tachenko de llevarse su ametralladora. La pesada arma probablemente hubiera desestabilizado la avioneta. En su lugar se llevó la espada de Paracelso que había adquirido en la subasta de la casa Ausperg.

Llegamos a Nueva York a las 14:00 y desde allí cogimos un taxi hasta Hunninqton. Cuanto más nos aproximábamos a la zona de las excavaciones, más complicado era avanzar debido a las ráfagas huracanadas de viento. Pasamos además por un pueblo en ruinas. No costaba mucho imaginar al viento como fuente de la desgracia de aquel pequeño municipio.

A dos kilómetros de nuestro destino el taxista dio la vuelta y se marchó, por lo que tuvimos que recorrer el resto a pie. Allí el rastro del Primigenio era más obvio que nunca. Árboles arrancados, animales destrozadas, un violento vendaval… Y en mitad de todo ello, lo que podría ser el ojo del huracán, vimos una montaña intacta. Un lugar en el que no sopla el viento. Al instante me vino en la cabeza la montaña sagrada de los iroqueses de la que hablaba la leyenda y nos encaminamos con dificultades hacia allí.

En la montaña nos esperaba un anciano indio. Su nombre era Águila Blanca y nos dijo que era el último de su tribu, aquel que se había quedado para luchar contra la Bestia. Para encerrar al monstruo debíamos adentrarnos en el interior y ofrecer un alce de piedra en la cueva mientras él recitaba el cántico que encerraría a Ithaqua.

Entramos, con armas y linternas en ristre, apuntando a toda sombra que pudiera parecer sospechosa. Conforme nos adentrábamos en la oscuridad fuimos viendo cada vez más relieves extraños, tal y como Gobson los había dibujado.

La cueva se ensanchó para dar lugar a una amplia caverna que continuaba más allá, hacia la oscuridad. Cruzábamos esta curiosa amplitud de la gruta cuando escuchamos un grito estremecedor y un sonido de algo desgarrando la tierra. Del suelo surgieron, rodeándonos, ocho horribles esqueletos que corrieron a atacarnos con ávidos dedos óseos.

Tachenko cargó contra ellos con la espada por delante y Doc y yo abrimos fuego contra tales horrores, reduciéndolos a astillas. Lamentablemente, uno me alcanzó en el combate por lo que fui herido de levedad.

Continuamos en la caverna y pudimos ver que esta terminaba en un altar de piedra. Tachenko se puso rígido de pronto y nos contó que Águila Blanca estaba hablando en su cabeza. Poco después el indio apareció tras nosotros y dejó la ofrenda en el altar, comenzando su cántico sagrado.

Mientras el iroqués salmodiaba, Doc me apuntó con su escopeta. Apenas tuve tiempo de reaccionar cuando vi que no era mi amigo quien me estaba apuntando: algo había tomado posesión de él. Afortunadamente, Tachenko fue más rápido que yo y placó a Doc, sacándole de su sopor y mandando su escopeta lejos de él.

Escuchamos entonces un rugido de furia y desesperación, acompañado de un viento terrible que penetró en la tumba. A continuación, la tierra se abrió, tragándose a Águila Blanca, y la cueva entera comenzó a derrumbarse.

Por puro milagro conseguimos salir los tres con vida de aquel dantesco final. Ithaqua volvía a estar prisionero. Pero si alguna vez volviera, si la puerta de piedra volviera a desenterrase… La bestia volvería y no habría nadie para impedirlo.

Cuando nosotros ya no estemos, ¿quién se encargará de cerrar la puerta al viento?