viernes, 31 de julio de 2020

Erótica entre mundos - Capítulo VII



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Autor: Nan fe


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Estas descripciones nacen de una partida de rol donde los jugadores encontraron un poemario con ilustraciones eróticas. Las descripciones son de mi autoría como solución a mis nulas capacidades artísticas, los poemas por otro lado están recogidos entre lo mas elegante y lo mas viejo verde que ofrece Internet.


Lucía Martínez.
Umbría de seda roja.
Tus muslos como la tarde
van de la luz a la sombra.
Los azabaches recónditos
oscurecen tus magnolias.
Aquí estoy, Lucía Martínez.
Vengo a consumir tu boca
y arrastrarte del cabello
en madrugada de conchas.
Porque quiero, y porque puedo.
Umbría de seda roja.

        -Lucía Martínez - Federico García Lorca



Desde un balcón, con una balaustrada labrada en piedra, se puede ver un jardín de plantas tropicales y exóticas. El sol está a punto de ponerse, lo que impide que se puedan apreciar los vivos colores del jardín, quedando el conjunto como una sombra crepuscular y uniforme.
En el propio balcón una mujer se encuentra justo delante del sol, tapando la poca luz del dia que queda. Está reclinada justo al borde, llevando un vestido rojo de tela de dos piezas. La parte de arriba se encuentra con los tirantes colgando y está casi caída del todo, dejando ver los contornos de sus firmes pechos y apenas una sombra de sus pezones.
Con una mano, la mujer levanta la parte inferior del vestido dejando ver su intimidad, aunque apenas son nuevamente apreciables los contornos de sus muslos debido a la falta de luz.
Mira, con unos ojos oscuros que parecen refulgir con brillo propio, mientras se muerde la parte inferior del labio.
Con su otra mano hace una seña para que alguien que está en el interior se acerque.

martes, 28 de julio de 2020

Diario de J. S. Freud - Llamada de Cthulhu, parte 6



NOCHE EN BOURBON STREET


"Las chicas eran asaltas a altas horas de la madrugada las noches de luna llena, laceradas a golpes, violadas y estranguladas con una fuerza sobrehumana."


Durante los dos meses siguientes, acudí a los libros para mantener mi mente distraída y alejada de los últimos acontecimientos. Absorto en la lectura, las palabras conseguían alejar de mi mente el horror de los desafortunados hechos relacionados con la caja de Numbos y el fallecimiento de nuestra colega. 

Tras largas horas de profunda reflexión, había llegado a la conclusión de que debía subir peldaño a peldaño la escalera de ese conocimiento oculto a la mayoría de los hombres. Decidido a lograr mi objetivo, dediqué mi tiempo al estudio de The Magus, una de mis adquisiciones en la subasta de la Casa Ausperg.

Por lo que pude averiguar, el tomo era un tratado de ocultismo. Tenía continuas referencias a seres supraempíricos y deidades ultraterrenas, y, sin embargo, no había restos ni indicio alguno de fórmulas mágicas entre aquellas viejas hojas de papel. Tan sólo había páginas y páginas escritas en lenguaje decimonónico que hablaban sobre astrología y otras ciencias ocultas.

Jueves 20 de septiembre de 1923

Nos encontrábamos Yvonne, Doc y yo en la sala de estar cuando comencé a notar el ambiente cargado de energía estática. La tensión era tan densa que parecía poder cortarse con un cuchillo y me sobrevino un terrible escalofrío. De pronto, me invadió una sensación de angustia que se concentró en mi garganta. Sentí cómo la falta de aire comenzaba a hacer estragos en mi cuerpo mientras mi visión empeoraba por momentos y el mundo a mi alrededor comenzaba a girar y a tambalearse.

Mis compañeros no tardaron en darse cuenta del ambiente extremadamente cargado e intercambiaron miradas alarmadas antes de aproximarse rápidamente a sus armas. Entonces una revelación me sobrevino de golpe: algo se estaba aproximando.

La casa comenzó a temblar y del techo de la habitación surgió un vociferante y oscuro vórtice de pura energía. La masa de color negro me recordó nuestro episodio con el horror del Cubo y me avergüenza comunicar que, al revivir tan vívidamente esos episodios que creí enterrados en mi memoria, perdí el conocimiento.

Cuando desperté vi el rostro de Yvonne tratando de despertarme. Pude musitar que me encontraba bien al tiempo que me recostaba para ver a un desconocido hablando con Doc. Como pude deducir una vez aclaré mis pensamientos, el hombre había surgido (o tal vez sido expulsado) del vórtice de energía, que, obviamente, había desaparecido sin dejar rastro.
Parece que astros y dioses conspiran contra mí estado mental. ¿Cómo voy a poder demostrar a la comunidad científica que mi historia es cierta si no puedo apoyar mis hipótesis con pruebas que permanezcan en el mundo real? Por muy veraz que sea todo lo que apunto en mi cuaderno, sé lo increíble que puede resultar para alguien que no ha visto lo que yo he visto. Y no solo eso. Cuantas más pruebas se escurren entre nuestros dedos, más temo que todo esto tan solo se trate de una mera ilusión, un sueño dantesco del que espero mi pronto despertar.

Por supuesto, la extraña historia del desconocido no hizo más que aumentar las sospechas de mis compañeros y mis ganas de despertar de este mundo de locos.

El nombre del extraño personaje (pues sí, se trataba de todo un personaje) era Harvey But. Se definió a sí mismo como un arqueólogo y miembro de un grupo de investigadores que se encontraban en la jungla cuando fueron atacados por una tribu indígena. Huyendo de sus perseguidores se lanzó hacia un pozo, creyendo que en el fondo hallaría su muerte. Menuda sorpresa debió llevarse cuando apareció en mi salón. Claro, que mayor fue la mía, pues su puesta en escena fue de todo menos sutil.

Tras hacerle algunas preguntas al excéntrico Harvey, llegué a pensar que estaba borracho. Sin embargo, no olía a alcohol. Barajé diversas explicaciones a su extraño comportamiento, pero finalmente, tuve que concluir que estaba simple y rematadamente loco.
Nuestro involuntario invitado continuó balbuceando sobre la gran extensión de sus conocimientos. Dijo que provenía del futuro y era capaz de recitar poderosos hechizos.

Por supuesto, ante mis compañeros me mostré escéptico. Alguien debía tener la cordura del grupo. Doc desconfiaba de él y me recordó el asunto de Hunderprest, el hombre–reptil que se había hecho pasar por humano y había intentado matarnos. Si bien debíamos ser cautelosos ante el hecho de que Harvey hubiera aparecido en nuestra casa a través de un portal, si hubiera querido perjudicarnos ya lo habría hecho. Por otro lado, Hunderprest no trató de dialogar con nosotros en ningún momento. Harvey era harina de otro costal.

En efecto, todo lo que rodeaba a Havey era algo de locos. ¿Quién podría creer algo así? Yo lo hago. Cuando miro a ese loco contemplo mucho de Freud en Harvey. Le creo, por supuesto que le creo; pues cuando lo miro me veo a mí mismo. No lo que soy ahora, ni un reflejo de lo que he sido, sino en lo que puedo llegar a convertirme. Harvey es sólo un hombre que ha visto y vivido mucho más que nosotros. Él ha abandonado toda explicación lógica de la realidad ¿Podemos decir que está loco? ¿No será que está mucho más cuerdo que todos nosotros?

Fue justo en ese momento cuando llamaron a la puerta y llegó una carta del viejo amigo de mi padre Malcolm Edward Ferret. El hombre requería de mis servicios como investigador, pues mi fama había llegado hasta Nueva Orleans, su lugar de residencia. Al parecer desde hacía unos meses se estaban produciendo una serie de horribles asesinatos de chicas jóvenes y Mr. Ferret temía por la seguridad de su única hija, Ethel. En su carta me suplicaba que fuera a Nueva Orleans y pusiera en acción mis afamadas dotes detectivescas con el fin de descubrir al asesino.
Halagado, comenté el caso con mis colegas y ambos aceptaron. Garabateé una respuesta para Malcolm, diciendo que partiríamos cuanto antes y encontraríamos al asesino. Ojalá todo hubiera sido tan fácil como le hice creer a mi viejo amigo.

Sábado 22 de septiembre de 1923

El tren llegó a Nueva Orleans al anochecer. Había logrado convencer a mis compañeros para que Harvey nos acompañara, pues no paraba de afirmar que necesitaríamos sus conocimientos para resolver el caso. Tanto Yvonne como Doc acabaron cediendo, si bien fue el último el más reticente.

Nada más salir del tren pude ver a un hombre joven que sostenía un cartel con mi nombre. Me acerqué a él y le estreché la mano. El hombre se presentó como el hermano de Malcolm, Stephen Ferret. De camino a casa de su hermano traté de sonsacarle alguna información que nos pudiera resultar de utilidad, pero el hombre no parecía saber demasiado.

Una vez llegamos a su casa presenté a mis colegas a nuestro cliente, Mr Malcolm Ferret. Pese a mis protestas, nuestro anfitrión insistió en tratar el tema por la mañana y nos acostamos en las habitaciones que el servicio había preparado para nosotros.

Domingo 23 de septiembre de 1923

Al día siguiente acompañamos a Malcolm en el desayuno y nos puso al corriente. Las víctimas de los asesinatos parecían ser mujeres jóvenes entre los 18 y 26 años. Las adolescentes no tenían ningún aspecto físico en común, ni el asesino parecía tener predilección por ningún tipo de mujer. Las chicas eran asaltadas a altas horas de la madrugada las noches de luna llena, laceradas a golpes, violadas y estranguladas con una fuerza sobrehumana. Tal era la fuerza del agarre mortal que las vértebras de su cuello quedaban prácticamente pulverizadas. Los cadáveres habían sido encontrados por la policía todavía calientes, pero no había ningún sospechoso, ni rastros que los perros pudieran seguir.

Malcolm había contratado a un detective privado, Joe Finnigan al que fuimos a ver para que ampliara nuestra información.
Aparte de corroborar lo anterior, el detective nos contó que había habido al menos seis muertes, los hechos estaban intentando ser tapados por la policía local para no poner más nerviosa a la comunidad, pero igualmente se había hecho eco en la prensa sensacionalista. El homicida comenzaba a ser llamado “el Estrangulador” y la comunidad cada vez estaba más nerviosa.

Durante nuestra entrevista con el detective me percaté de que Harvey lo miraba con extraña fijeza. Una vez nos marchamos de su casa me explicó que estaba comprobando si Finnigan parpadeaba. No había que fiarse de alguien que no parpadea. Fue entonces cuando recordé nuestro episodio con Hunderprest y cómo no parpadeó ni una sola vez en todo el tiempo que estuvimos en la subasta. Grabé a fuego el consejo del arqueólogo en mis adentros, quizá  finalmente Harvey resultara tan útil como afirmaba ser.

Mientras que Doc e Yvonne iban a la comisaría, Harvey y yo buscamos alguna información sobre “el Estrangulador” en los periódicos locales. No encontramos ninguna información relevante y desistimos cuando cerraron la biblioteca al anochecer. Volvimos a casa de Malcolm, dónde habíamos decidido hospedarnos el tiempo que se prolongara nuestra estancia en Nueva Orleans, y nuestro anfitrión nos presentó a su hija.

Ethel Ferret era una bella jovencita de 23 años, alta, de pelo rizado y preciosos ojos oscuros. Una vez apareció ante nuestra vista quedó clara la forma en que tenía encandilados a su padre y su tío. Mientras Harvey comprobaba si parpadeaba, Yvonne fue a hablar con ella para intentar advertirla de los peligros que corría una joven mujer, sola en mitad de la noche y con un psicópata asesino andando cerca. No obstante, sus intentos de advertirla fueron en vano, la joven se marchó a seguir con su dionisíaca rutina. Varias veces volvimos a tratar de hablar con la arisca Ethel y ninguna de ellas nos prestó la menor atención.

Su padre nos había contado que después de la muerte de la madre de Ethel la había malcriado, dado el exacerbado patrimonio familiar la fémina "tenía la vida resuelta” y se mostraba incapaz de decirle que no a nada de lo que le pedía. 
A pesar de todo, el instinto de mis compañeros les alarmaba de que Ethel podría ser la siguiente víctima del “Estrangulador”, y no había una joven de Nueva Orleans que me importara más que la hija de mi cliente.

Por todo esto, decidimos seguirla y llamar a su tío, Stephen, para que nos ayudara a hacerla entrar en razón y garantizara su seguridad.
Los cinco seguimos a Ethel hasta un lugar de dudosa reputación, repleto de ruido y charlestón. Yvonne trató de entrar en aquel antro, pero todos los intentos resultaron infructuosos debido a la infranqueable seguridad del lugar. Finalmente esperamos el amanecer montando guardia en el coche de Stephen y una vez seguros de que Ethel no iba a salir de momento, nos marchamos.

Lunes 24 de septiembre de 1923

Cuando Doc e Yvonne habían ido a la comisaría el día anterior la policía se había negado a colaborar con ellos. Comenté esto a Malcolm y nuestro anfitrión dijo que dijéramos al jefe de policía que era él quien nos había contratado. Al parecer el apellido Ferret gozaba de buena reputación.

Ciertamente así fue, gracias a esto conseguimos reunirnos con el jefe de policía Hazard, aquel que estaba a cargo de la investigación. Amablemente, accedió a colaborar con nosotros e intercambiar información. La policía debía estar realmente desesperada como para acceder a colaborar con civiles, pero me guardé esos pensamientos para mis adentros.

Hazard nos dio los nombres, profesiones y edades de siete mujeres fallecidas en los últimos cuatro meses. Todas ellas habían sido asesinadas en noches de luna nueva o luna llena. Según el informe forense, habían sido profanadas post–mortem. Una de ellas Stella Parrish, había sido penetrada, pero su violación no había llegado a consumarse.
Además de esta información, nos dio la dirección del sargento Ronson, un agente que andaba haciendo ronda por Bourbon Street cuando abrió fuego contra un sospechoso vestido con una gabardina. Había sido él el que había encontrado el cadáver de Mrs Parrish. 

Ya casi estábamos yéndonos cuando el jefe de policía mencionó que hace unos meses se había llevado a cabo una redada en uno de los bosques cercanos a la ciudad. Al parecer se había desmantelado una banda criminal de origen sectario que llevaba a cabo rituales paganos en los bosques. La redada fue un rotundo éxito y, a excepción de los que murieron en el tiroteo, todos los miembros de la banda fueron encarcelados.

Cavilando esta nueva información fuimos a casa del sargento Ronson. El hombre nos confirmó que había abierto fuego contra un hombre alto, con gabardina justo después de descubrir el cadáver de una de las mujeres asesinadas. El sospechoso se movía a una velocidad que el sargento definió como inhumana, lo que provocó que fallara su tiro y escapara impune de la escena del crimen.

El sargento Ronson nos contó que también había participado en la redada de la llamada “Secta de los pantanos”. La finca había sido destruida y los miembros de la secta que continuaban con vida estaban encarcelados o habían sido recluidos en psiquiátricos.
Dimos las gracias al sargento y nos marchamos a la biblioteca para intentar obtener más información sobre dicha secta.

Fue allí donde descubrimos la relación de dicha secta con un libro de artes oscuras relacionado con la luna y la deidad griega Hécate Trivia. Inter dicta Selenis, el misterioso grimorio latino de la diosa de la magia y las encrucijadas. Lamentablemente, el libro no se encontraba en la biblioteca. Ojalá todo hubiera sido tan fácil.

Cuando ya estábamos a punto de marcharnos vi al sargento Ronson en la sección de ocultismo de la biblioteca. Me dijo, de forma parca, que sentía afición por las ciencias ocultas. Nuestra conversación no se extendió demasiado. El policía tenía prisa y se marchó de la biblioteca, llevando varios libros consigo.

Al salir de allí, comenzamos a repasar las pistas e información que poseíamos. Stella Parrish, Ethel, Ronson, la Secta de los pantanos, Inter dicta Selenis… Todos esos nombres daban vueltas en nuestras cabezas, sin una relación clara. Teorizamos largo y tendido. Todos nuestros conocidos eran potenciales sospechosos. Si algo teníamos claro es que el asesino tenía poderes que no eran de este mundo, fuerza y velocidad sobrehumanas, una secta de por medio… Aquello parecía un caso a nuestra altura. Como suele suceder, nos encontrábamos atascados entre tal torrente de información cuando la voz angelical de un joven nos sacó del ensimismamiento de nuestros pensamientos.

Por la calle pasó un repartidor de periódicos pregonando que los restos mortales de Martha Beshop, una de las mujeres asesinadas, habían sido profanados de su tumba.
Dando gracias a Dios por este golpe de suerte, Stephen condujo su vehículo con celeridad hacia el cementerio de la ciudad. Allí vimos a una patrulla de la policía custodiando a un hombre en estado catatónico, con sus ropas manchadas de barro.
Intentamos que el agente al cargo del caso colaborara con nosotros, pero todo fue en vano. El receloso policía nos alejó de allí y no nos quedó más remedio que acudir a la gendarmería.
El agente Hazard, en cambio, sí que nos permitió interrogar a Mr. Beshop, el hombre que había sido encontrado en la tumba abierta de su hija, Martha. El hombre no recordaba cómo había llegado al cementerio y se encontraba muy nervioso, todavía en estado de shock. Murmuraba que no debía cogerlo, que ÉL no debía hacerse con él. El objeto que debía ser protegido se hallaba en su casa, y pude prometerle que aquel que había matado a su hija no se haría con él.

Raudos como el rayo, acudimos a casa de Mr. Beshop. La detective consiguió forzar la cerradura de la puerta de su casa y fuimos directamente a su habitación, donde había un arcón de madera tapado por una sábana blanca. Al abrir el arcón encontramos el libro, Inter dicta Selenis, en su latín original.
Una vez con el grimorio en nuestro poder, decidimos refugiarnos de nuevo en casa de Malcolm, donde pensábamos pasar la noche.

Acabábamos de salir de la casa cuando nos asaltó un policía que nos preguntó qué estábamos haciendo. Gracias a Dios, logré convencerle de que éramos investigadores que colaborábamos con la policía y finalmente nos dejó en paz.
Habíamos estado cerca de correr el mismo destino que Jefferson, no podíamos permitirnos más problemas con la ley. La periodista lo pagó muy caro, y nosotros no debemos caer en sus mismos errores. 
Al fin y al cabo, ella se merecía lo que le sucedió. ¿No es cierto?

Martes 25 de septiembre de 1923

A la mañana siguiente, decidimos ir a casa de nuestro principal sospechoso: el sargento Ronson. Si una de nuestras teorías era correcta, es posible que fuera nuestro hombre. Harvey había leído en el libro sobre la maldición de Hécate, una maldición que provocaba un ansia insaciable de vida humana cada periodo de tiempo. Pensábamos que Ronson había sido destinatario de la maldición al haber participado en la redada que acabó con la secta. Si Ronson fuera consciente de su maldición, y todo apuntaba a que así era, intentaría por todos los medios posibles acabar con ella, lo que encajaba con que hubiera estado buscando sobre ocultismo en la biblioteca.
Por tanto, mi plan era contactar con él, hacerle saber que tenemos el libro y confirmar que él era el asesino si se desenmascaraba.

Tocamos al timbre del apartamento del sargento, pero no hubo respuesta. También pedimos su número al jefe Hazard, pero tampoco respondía al teléfono. Parecía no hallarse en la casa, y desde luego no íbamos a intentar allanar otra morada. 

Aturdidos, decidimos buscar a la hija de Malcolm en su casa. Ethel no se encontraba allí, por lo que aprovechamos para introducirnos en su habitación, por si encontrábamos alguna pista sobre su posible paradero. Aquella noche habría luna nueva.

Lo que encontramos en la habitación de Ethel fue escalofriante. En primer lugar, Harvey localizó un colgante de cristal y afirmó que se trataba de un amuleto capaz de otorgar poder sobre algo, pero ¿el qué?
Fue en el diario de la adolescente donde encontramos las evidencias. Ethel había sido la causante de las muertes de todas esas chicas. Había pertenecido a la “Secta de los pantanos”, junto con el resto de las víctimas y ahora se estaba dedicando a cazarlas para conseguir el libro y así restaurar la secta. Para lograrlo había hechizado a un pobre desgraciado y lo obligaba a seguir sus órdenes, haciendo que asesinara brutalmente a aquellas que Ethel pensaba que podrían haber escondido el libro.

Conmocionados con los nuevos descubrimientos, decidimos contárselo a Malcolm, pero el ingenuo buen hombre no nos creyó. De pronto me asaltó la retorcida idea de que podría ser mi viejo amigo aquel que estaba siendo controlado por su propia hija. Algo en su mente permanecía en el subconsciente, enterrado en lo más profundo de su ser. Algo que le cegaba. Algo que le impedía ver la verdad.

Logré recomponerme y tragué saliva. Si Malcolm era esa bestia, ya no debía tratarlo como amigo mío.

Doc atacó por la espalda a nuestro anfitrión y logró noquearlo. Lo atamos y aguardamos a la caída de la noche, esperando la llegada de la perversa luna.

Pasaron las horas, la noche era tan cerrada que no había luz alguna del firmamento capaz de atravesar la oscuridad que se cernía sobre Nueva Orleans. Ya muy tarde, en la madrugada, nos dimos cuenta de que Malcolm no era nuestro hombre. Stephen suspiró aliviado. Finalmente, su hermano no se había convertido el monstruo que, por un momento, habíamos pensado que era.

Montamos en el coche y, llevados por un presentimiento, nos encaminamos raudos hacia Bourbon Street. Allí encontramos el cuerpo todavía caliente de una joven mujer. La bestia andaba suelta.
Mientras yo telefoneaba en una cabina a la policía, Doc encontró un rastro cerca del cadáver y lo seguimos, armas en mano.

Finalmente los encontramos. Una criatura bípeda, una masa de músculos y pelo que despedía furiosa adrenalina, clavó su sangrienta mirada en nosotros. A su lado, Ethel alzó la mano en su dirección y ordenó a lo que quedaba del sargento Ronson acabar con nosotros.

La bestia se movió a una velocidad sobrehumana e intentó agarrar a Doc del cuello. Sin embargo, mi colega lo esquivó por instinto y la criatura erró en su ataque. Abrí fuego, hiriendo superficialmente a la criatura, pero esta ni siquiera pareció notarlo.

Fue Stephen quien nos salvó. Apuntó y disparó una única bala al monstruo, con la fortuna de que acertó en su perverso corazón. Ronson se desplomó lentamente en el suelo, muerto. Rápidamente volvió a transformarse en humano.

Miré alertado a mí alrededor, pero Ethel había desaparecido. Fue entonces cuando Harvey, musitando unas extrañas palabras, hizo un símbolo en el aire y pude ver en sus ojos un destello de reconocimiento. El arqueólogo gritó de alarma e Yvonne y Doc dispararon sus armas, acertando a Ethel, que se hallaba frente a nosotros entonando un cántico obsceno.
Al ser alcanzada por el fuego cruzado, la bruja se cayó al suelo con múltiples heridas. Mientras moría, aún tuvo tiempo para dirigirnos una mirada de odio mientras su cuerpo se convertía en cenizas.

Fue justo entonces cuando Stephen salió de su embrujo, miró a las cenizas y musitó que esa no era su sobrina.

El sargento Ronson fue encontrado culpable e identificado como “el Estrangulador”. Cuando informamos a Malcolm de lo sucedido nos contó que su hija, la verdadera Ethel, había muerto hacía años. No había modo alguno de hacerle recordar a la bella chica de pelo rizado que hace sólo unas horas había estado viviendo en su casa.

Finalmente nos pagó los 2.000$ dólares acordados y volvimos a Arkham, lejos de aquella espiral de muerte y locura y con un nuevo libro bajo el brazo. 
Al fin y al cabo, quizá no todo había resultado en vano.

viernes, 24 de julio de 2020

Erótica entre mundos - Capítulo VI


CONTENIDO +18  

Estas descripciones nacen de una partida de rol donde los jugadores encontraron un poemario con ilustraciones eróticas. Las descripciones son de mi autoría como solución a mis nulas capacidades artísticas, los poemas por otro lado están recogidos entre lo mas elegante y lo mas viejo verde que ofrece Internet.

Cada vez que tu voz de nuevo escucho
siento en mí la pasión que se inflama.
Tu gemir es algo que excita mucho,
y no menos el crujir de tu cama.

Pues, querida, los ruidos de tu amor
acompañan mis sueños más cochinos;
ya que tu amante no puedo ser yo,
me apaño mientras aún seamos vecinos.

                - _Robin_ ,  foros ACB

Un rascacielos se alza sobre las luces nocturnas de una ciudad. En sus transparentes cristales se reflejan los destellos borrosos de los edificios colindantes, en todos salvo por una ventana. En ese punto en concreto la reflexión se interrumpe y deja ver el interior del edificio.
Rodeados por una luz rojiza como la de una hoguera en la oscuridad se encuentran un hombre y una mujer. Ella esta de cara al cristal apoyando sus dos manos para evitar caer, exponiendo así sus senos pequeños pero firmes y su feminidad, a la noche. Su expresión deja ver una respiración acelerada, mientras mantiene los ojos cerrados. Sus rodillas parecen temblar como si estuviera a punto de caer, pero el hombre que se encuentra de pie, pegado a sus glúteos la sujeta con un brazo rodeándola levemente el abdomen, con su otra mano agarra el pelo rizado de ella mientras que al mismo tiempo acerca sus labios a los oídos de la mujer.

Dejando la escena de ambos amantes entregados el uno al otro, se puede observar una lucecita encendida en la ventana del piso inferior.



martes, 21 de julio de 2020

Historia de Aaron De la Roche - Anima: Beyond Fantasy



"El cazador siguió el rastro de sangre y llegó a la madriguera de la bestia."

Junto a muchos otros niños, Aaron fue abandonado en una cesta de mimbre a las puertas de un convento. Sólo quedaba un monje en aquella tierra alejada de la mano de Dios y éste al principio acogió a todos los niños con agrado. Les alimentó y enseñó a leer y escribir. Fue él quien les bautizó, cogiendo nombres que extraía de los textos bíblicos. Les cuidó cuanto pudo. Sin embargo, conforme comenzaban a llegar nuevos recién nacidos el monje tuvo que expulsar a los más mayores, los que habían sido los primeros en llegar. Al fin y al cabo solo era un monje, no tenía pan y miel para alimentar a tantas bocas.

Al principio medraron por la ciudad todos los niños juntos, como hermanos, ganándose el pan robando y mendigando; pero pronto comprendieron que era más fácil sobrevivir en solitario y tuvieron que separarse.

La ciudad era bulliciosa y para un pequeño criminal había muchas formas de ganarse la vida, pero Aaron no era así. No le gustaba tener que vivir a base de hurtos y limosna, por lo que pronto volvió al pueblo que lo había visto nacer y buscó una forma honrada de ganarse la vida. Cargar un carromato, llevar recados de un lado a otro, escribir alguna que otra carta… cosas simples. No tardó mucho tiempo en verse atraído por el bosque. Aquel que en su tierna infancia había visto como un lugar plagado de peligros ahora se convertía en un acervo de oportunidades.

Al principio, tan sólo recogía algunas plantas para venderlas en el pueblo o cazaba algunos peces en el arroyo. En cuanto pudo comprarse un cuchillo se hizo su propio arco y flechas y aprendió a usarlos por sí mismo. Comenzó a cazar, al principio por su propia subsistencia, más tarde para vender la carne y piel de sus piezas en el pueblo. Comía mejor que muchos lo que le permitió crecer alto y ágil. Su tiempo libre lo dedicó a entrenar su destreza con el arco.

Aaron era un lobo solitario, apenas había tenido algo parecido a una familia y la había abandonado por cuestión de supervivencia. Vivía, cazaba y dormía solo, en el bosque, tan lejos de la civilización como podía, pero sin cortar del todo los lazos con ella. La foresta se convirtió en su hogar, uno muy distinto de aquella horrible ciudad donde había pasado su sus primeros años fuera del convento. Por eso, a la vez que se enamoraba de la naturaleza, aprendió a odiar las minas y factorías de La Roche.

El joven comenzó a hacerse famoso por todo el pueblo, se decía que su destreza con el arco era algo sobrehumano, y ciertamente algo había de sobrehumano en la dirección de las saetas y en el instinto de cazador de Aaron. Su fama le condujo a nuevos trabajos. Esta vez no se le pedía cazar simples animales del bosque, sino auténticas bestias. Arañas gigantes de ojos múltiples, rugientes árboles carnívoros, terribles osos y jabalíes enfurecidos…

Y verdaderamente estos seres de la era de Rah eran terribles para el más común de los habitantes de Gabriel; pero Aaron era un cazador nato y para él no suponían un reto. Con la plata que ganó pudo conseguir las herramientas necesarias para construirse una pequeña choza en las afueras del bosque, cerca del pueblo. Compró buen acero para sus flechas y alguna que otra muda de ropa. Comprendió a sus veinte años que la plata te hacía vivir mejor.

Sabiendo esto comenzó a aceptar otro tipo de trabajos. Se pagaba buena plata por las bestias, pero el precio de los hombres era el oro. Y Aaron, cegado por la codicia, se convirtió en cazador de hombres.

Vendió su arco a distintos amos, fue mercenario, guardaespaldas y también asesino. Su fama como tirador alcanzó la propia ciudad y sus postores no dejaron de aumentar.

Fue así como Aaron aceptó un trabajo de protector de una caravana mercante que partía de La Roche hacía una ciudad cercana. Y así fue como conoció a su amada.

Judith era la hija del contratante de Aaron. Una mujer nacida en una próspera familia burguesa de La Roche. Algo en los rudos modales del cazador atrajo la atención de esta recatada mujer, y es menester decir que nuestro buen protagonista pasó una agradable noche en el carruaje de la dama.

Su indulgente padre no pudo negar a su hija su bendición y terminado el trabajo ambos, Aaron y Judith, se fueron a Treville donde los casó el monje del convento.

Cuando Judith dio a luz a Isabelle, Aaron decidió dejar su vida de mercenario. Vendió su cuero tachonado y su espada corta. Su pasado había acabado por avergonzarle y la familia fue la excusa que necesitó para huir de él. De todos modos, ya tenía suficiente dinero como para vivir opíparamente el resto de su vida.

Judith le dio a Aaron dos hijos más, Pierre y Jean, ambos varones. La tranquila vida de Aaron dio un vuelco con la llegada de los niños. Isabelle había sido una niña muy buena, pero sus hermanos eran harina de otro costal. Dos bebés rollizos, chillones y hambrientos. El apacible bosque se llenó de risas y de llantos. Era bueno no estar solo. Aaron todavía recuerda esos años como los mejores de toda su vida. Especialmente recuerda el momento en que enseñó a Jean a usar el arco y lo orgulloso que se sintió cuando acertó por primera vez en el blanco.

Conforme el tiempo pasaba y sus hijos crecían la vida de Aaron se iba volviendo cada vez más monótona, rutinaria y aburrida. No es que no disfrutara siendo padre de familia, pero no era a lo que estaba acostumbrado. Constantemente tenía deberes que le requerían, bien con su mujer, bien con sus hijos. Cuando sus hijos nacieron se prometió a sí mismo ser un padre cercano y atento. El sabía lo que era la vida de un huérfano y no deseaba lo mismo para sus hijos.

No se dio cuenta de que ello iba en contra de su propia naturaleza. El bosque lo llamaba constantemente, el deseo de volver a tomar el arco y correr entre los árboles. La emoción de la caza, el olor del musgo, los nocturnos sonidos de la foresta…lo echaba de menos.

Isabelle se convirtió en una hermosa joven de grandes ojos verdes, al igual que su madre, y los alrededores de la casa de Aaron se llenaron de garrulos pretendientes que éste espantaba con un par de flechas. Sin embargo, su padre no pudo evitar que conociera a un muchacho en el pueblo, el apuesto hijo de un próspero mercader. No tardaron mucho en enamorarse y antes de darse cuenta Aaron ya estaba dándoles su bendición con lágrimas en los ojos.

Marcharon a vivir a la ciudad, a la casa de los Argent, la familia de Nathan. Fue duro separarse de su pequeña, pero todavía más aceptar que se había convertido en una mujer. Aaron se topó con el problema de que no saber cómo desahogarse, y eso lo entristeció.

Por otro lado, Judith durante muchos años había vivido feliz con su marido y sus hijos, pero con el paso del tiempo su complacencia se tornó en molesta resignación. Ella se había criado en el barrio mercante de La Roche, en el seno de una familia próspera y acomodada. Y ahora vivía en una simple choza en el bosque. Recordaba su vida anterior con melancolía y por ello comenzó a pedir a Aaron dinero para cubrir ciertos gastos. Su plan era decorar y re-decorar el hogar familiar, buscando así un lujo que le hiciera olvidar todo lo que había perdido. 

Su marido aceptó de buena gana, lo que fuera para contentar a su amada esposa. Pero los gustos y caprichos de Judith fueron tornándose cada vez más caros y el oro que antaño había parecido suficiente, no tardó en agotarse.

Nuevamente Aaron tuvo que descolgar el arco (no tan a su pesar como debiera) y cazar bestias de nuevo. Seguía pagándose plata por ellas, pero Aaron ya no era el joven experto que una vez había sido. Seguía siendo diestro, sí, pero ya no era tan ágil, ni tan vigoroso.

Comenzaba a estar viejo para la vida de cazador.

Fue en este periodo en el que trabajó como explorador para los nobles de la ciudad y como guardabosques del pueblo, ganándose de nuevo su simpatía. Pasaba entonces mucho tiempo en el bosque, alejado de su casa. Al fin y al cabo, siempre había sido el bosque su auténtico hogar. El día y la noche pasaban sin que se percatara mientras seguía el rastro de su presa.

Aprovechó sus idas y venidas a la ciudad para visitar a su hija, teniendo que esquivar a los guardias que no permitían que alguien como él visitara aquellos barrios pudientes. Su yerno había heredado el negocio familiar y realmente le iba muy bien en los negocios. Isabelle vivía como una princesa de cuento y eso hacía feliz a Aaron.

Judith estaba complacida porque el dinero volvía a llegar a casa, sus hijos crecían altos y fuertes, y Aaron volvía a ser libre. Todo era perfecto.

Cuando llegó el invierno y volvió a Treville tras dos lunas de viaje y descubrió que su casa estaba en ruinas. De Judith, Pierre y Jean no había ni rastro. Solo una enorme mancha de sangre en el suelo cubierto de nieve. Al preguntar en el pueblo le dijeron que había sido un enorme oso negro. No se detuvo a llorar su muerte, apenas pudo hacerlo. No había rabia ni sed de venganza, sólo el frío del invierno. No sentía nada.

Siguió el rastro de sangre y llegó a la madriguera de la bestia. Dormía plácidamente, con una flecha clavada en su pata derecha. Jean había logrado alcanzarle.

El cazador dormido despertó dentro de Aaron. La punta de sus flechas se impregnó al instante de fuego mientras que el olor a la sangre de la bestia inundaba sus fosas nasales. Descargó una ráfaga de llameantes flechas contra la enorme alimaña. Esta despertó enfurecida y agonizante, y aún tuvo el suficiente tino como para arañarle con sus zarpas en el rostro, dejando tres profundas cicatrices con forma de garra y casi arrancándole un ojo.

Ni siquiera entonces Aaron vaciló. Saltaba, se movía y disparaba tan rápido como sus viejos músculos le permitían, henchidos ahora de una nueva fuerza instada por la sangre. No se detuvo hasta que el carcaj se vació a su espalda, mucho después de que el cadáver de la bestia yaciera inerte sobre su propia madriguera.

Sólo entonces Aaron soltó el arco y lloró la muerte de su familia. Nada le quedaba ya de ellos. ¿O tal vez sí?

Despellejó allí mismo al animal. Llevó su piel hasta lo que quedaba de su cabaña, donde la curtió y tachonó durante varios días hasta que se tornó dura y flexible. Utilizó el cuero para confeccionar una armadura de cuero. Mientras lo hacía escuchaba todavía los ecos de las risas de Jean y Pierre y la melosa voz de su amada Judith.

Lo había tenido todo, y ahora lo había perdido. El bosque volvió a quedarse frío y vacío.

Buscó en los restos de su casa y lo único que encontró fue su pequeño baúl, repleto de monedas de oro. Había sido el dinero lo que lo había empezado todo. Pensó deshacerse de ellas en el río, pero no fue capaz. El ya no las necesitaba ahora, pero puede que su hija lo hiciera algún día.

Desde aquel momento, Isabelle comenzó a odiar a su padre, afirmó que tendría que haber estado allí para haberlos defendido. Que debería haber muerto allí. Que ahora estaba muerto para ella. Eso le dijo.

Fue gracias a los vecinos del pueblo como se enteró de que Isabelle estaba embarazada. Sería abuelo pronto. Quizás su hija le dejaría acercarse al bebé cuando este naciese. Hasta entonces tendría que conformarse con frecuentar la ciudad desde las sombras y vigilar desde la distancia a ella y a su yerno. 

Realmente no les va mal. Seguramente mejor que como les iría con él.

En cuanto a él, bueno, han pasado ya un puñado de años desde lo que ocurrió. Reconstruyó su cabaña y ahora sólo caza para alimentarse. Su leyenda y las historias sobre el Cazador que se cuentan en el pueblo mantienen a salvo Treville y el bosque de extranjeros.

Su vida es más sencilla y humilde que nunca, pasa la mayor parte del tiempo solo, tocando la flauta y pescando en el arroyo mientras acaricia su armadura, soñando con la familia que tuvo y perdió.

Con un vacío interior que nunca podrá volver a llenar. Con un sentimiento de culpa que se llevará a la tumba. 

Demasiado viejo para vivir una nueva aventura.

¿O tal vez no?

viernes, 17 de julio de 2020

Erótica entre mundos - Capítulo V



Artista : Tatiana Hordiienko

CONTENIDO +18  

Estas descripciones nacen de una partida de rol donde los jugadores encontraron un poemario con ilustraciones eróticas. Las descripciones son de mi autoría como solución a mis nulas capacidades artísticas, los poemas por otro lado están recogidos entre lo mas elegante y lo mas viejo verde que ofrece Internet.

¡Sirinx, divina Sirinx! Buscar quiero la leve
caña que corresponda a tus labios esquivos;
haré de ella mi flauta e inventaré motivos
que extasiarán de amor a los cisnes de nieve.

Al canto mío el tiempo parecerá más breve;
como Pan en el campo haré danzar los chivos;
como Orfeo tendré los leones cautivos,
y moveré el imperio de Amor que todo mueve.

Y todo será, Syrinx, por la virtud secreta
que en la fibra sutil de la caña coloca
con la pasión del dios el sueño del poeta;

porque si de la flauta la boca mía toca
el sonoro carrizo, su misterio interpreta
y la harmonía nace del beso de tu boca.

 -Syrinx / Dafne, de Rubén Darío

La luna se alza sobre el estanque con una luz apenas capaz de alumbrar suavemente todo el paisaje.
Entre los juncos, cerca de la orilla, trata de ocultarse un sátiro. No lleva con él más que una flauta de pan que sujeta con fuerza mientras trata de observar el centro del estanque.
En él una elfa de cabello plateado se encuentra de pie, lleva un camisón blanco muy fino que se ciñe a sus curvas y a su figura delicada debido a la humedad del lugar.
Ella mira a los juncos de reojo y sonrie de forma picara mientras, como si no viera al sátiro la elfa comienza a subirse el camisón revelando el gluteo hasta el torneado y blanco muslo que da hacia los juncos.














martes, 14 de julio de 2020

Diario J. S. Freud - Llamada de Cthulhu, parte 5 (2/2)


LA CAJA DE NUMBOS


"Fue entonces cuando la vi. Entre la oscuridad me pareció ver algo reposando en el suelo. Una caja gris con un botón."


Viernes 20 de julio de 1923

Esperamos en Arkham un par de días a que Tachenko recibiera el alta médica para que pudiera acompañarnos. Donde quiera que nos llevara esa dirección, estaba seguro de que necesitaríamos un ruso con ametralladora.

Nada más salir del hospital le pusimos al corriente de todo lo que había sucedido en su ausencia y planeamos nuestro viaje a Nueva York.

Justo ese mismo día, Jefferson se entrevistó con el agente Allright, que logró que le concedieran una libertad bajo fianza debido a los extraños sucesos de dos días atrás.

 

Sábado 21 de julio de 1923

Llegamos a Nueva York al día siguiente. Nada más llegar propuse ir a la dirección para echar un primer vistazo. Las placas nos condujeron hacia un edificio de oficinas con un gran letrero en el que ponía: EMPRESAS OXIUM. Parte del esoterismo secretista con el que había relacionado a esa supuesta “secta”, desapareció de un plumazo. Nuestro enemigo era mucho más rico y poderoso de lo que imaginé en un principio. No sabíamos de qué era capaz. Ojalá hubiera podido evitar todo lo que sucedió a continuación.

Cerca del edificio Jefferson se sobresaltó, afirmando que había sentido algo. Nosotros le restamos importancia, ciertamente el edificio parecía inquietante, muy distinto a todo lo que nos habíamos enfrentado hasta ahora. Pero ninguno de nosotros nos percatamos de nada extraño. Doy gracias a Dios por ello. Puede que nunca sepa qué fue lo que alarmó a mi colega.

El edificio estaba cerrado a cal y canto, por lo que decidimos preparar nuestro equipo y volver al día siguiente.


Domingo 22 de Julio de 1923

Tachenko, Jefferson, Doc, Yvonne y yo nos equipamos con nuestras armas y utensilios. De nuevo íbamos a enfrentarnos a lo desconocido. ¿Quién sabe qué encontraríamos en el edificio Oxium? Desde luego, nada que jamás hubiera podido imaginar. 

Una vez nos montamos en el coche me recorrió una extraña sensación, algo veloz pasó por delante de mis ojos. Sentí frío. Después todo se volvió negro.

 

Cuando desperté y abrí los ojos no noté ninguna diferencia con tenerlos cerrados. La oscuridad era tan intensa que era imposible ver algo en la negrura. Palpé, aturdido a mi alrededor y noté la figura de mis compañeros a mi alrededor. Los desperté a todos, dejando a la periodista para el final. Una vez ésta abrió los ojos la estancia empezó a iluminarse.

Estábamos en el suelo de una habitación de piedra, como los antiguos calabozos medievales. Quien fuera que nos había recluido allí se había preocupado de desarmarnos. Las paredes estaban cubiertas de cierta luminiscencia y tratamos de seguirlas, buscando una salida. Fue en vano. La habitación se repetía como un bucle, si avanzabas demasiado por un extremo acababas saliendo por el otro. No había puertas, ventanas, ni corría el aire por ningún lado. Estábamos encerrados en un diabólico lugar sin salida.

Fue entonces cuando la vi. Entre la oscuridad me pareció ver algo reposando en el suelo. Una caja gris con un botón.

Grité a mis compañeros para alertarles sobre mi descubrimiento y Jefferson dio un respingo. Nos exigió que le entregáramos la caja. Mi instinto se alarmó, resultaba sospechoso. Me negué rotundamente a la periodista y así la caja, guardándola para mi. 

Conforme Jefferson iba repitiendo que le diéramos la caja, algo comenzó a suceder en la habitación. Las paredes comenzaban a moverse. Paulatinamente pudimos observar como en la roca surgía relieve, formando la figura de lo que parecía ser una caja con un botón.

Asombrado, acallé la voz de la curiosidad que me decía que pulsara el botón mientras Yvonne iba a la pared para examinar el relieve. Cuando lo hizo se giró rápidamente y hecha una furia golpeó con su puño a Jefferson, tumbándola en el suelo. 

Las paredes retumbaron y comenzaron a resquebrajarse, la leve luminiscencia se volvió roja intensa. Tachenko ahogó un grito y cayó al suelo. Doc y yo saltamos a separar a ambas mujeres.La detective gritaba como una demente que iba a matar a la periodista. 

Cuando finalmente conseguimos tranquilizarla nos dijo que Jefferson era la causante de todo, quien nos había encerrado allí. Las paredes olían a su perfume.

La luz roja atenuó y Jefferson comenzó a llorar desconsoladamente. Nada más caer las primeras lágrimas de los ojos de la mujer la habitación comenzó a inundarse a una velocidad vertiginosa.

Grité a Jefferson que dejara de gimotear y gracias a Dios que lo hizo. Justo entonces el agua desapareció tan rápidamente como había aparecido y volvió la calma.

El ruso estaba en el suelo, aturdido y nervioso. Sufría un shock tal, que ni siquiera recordaba quien era o qué hacía allí. Curiosa es la forma en que la mente humana se refugia en lugar de tratar de enfrentarse a aquello que no comprende. Mientras Doc trataba de calmarlo, me dirigí a la periodista.

Jefferson estaba desquiciada, estaba sentada en el suelo y parecía estar hablando con alguien que nadie más podía ver o escuchar. Traté de calmarla y hablar con ella con el fin de que me contara qué es lo que estaba pasando.

Jefferson nos contó que ÉL se le había aparecido la noche anterior y la había hipnotizado. Le había dado la caja y la había obligado a pulsar el botón cuando todos estuvieran reunidos. Ahora, ÉL estaba dentro de su cabeza. ÉL le decía que debía coger la caja y pulsar el botón. No todos podíamos salir de aquí. Éramos nosotros o ella.

De esto, dedujimos que, al haber pulsado el botón, Jefferson estaba conectada con la caja. Por un lado, todo lo que parecía suceder a Jefferson le sucedía también en el lugar donde estábamos. Por otro lado, ÉL no tenía intención de dejarnos salir a ninguno.

Porqué Jefferson no nos mató entonces, es algo que quizá nunca sepamos. Dentro de su cabeza ella era casi omnipotente, podría haber deseado nuestra muerte y simplemente nos habríamos desintegrado. Pero no lo hizo, quizá quedara algo de nuestra colega en su torturada mente.

Continuamente me pregunto qué habría hecho yo en su lugar. ¿Me habría atrevido a pelear con mis compañeros para arrebatarles la caja? ¿Habría sucumbido a la insistente voz en mi cabeza? ¿Habría enloquecido ante la presión? ¿Habría dado mi vida por mis compañeros?

Son preguntas que todavía me impiden, hoy en día, conciliar el sueño por las noches.

Las horas pasaban muy despacio y varias ideas fueron cobrando forma en nuestras cabezas.

Doc era partidario de destruir la caja, no pulsar el botón como Jefferson y ÉL querían. Quizá si estuviéramos dentro de la mente de Jefferson y la caja fuera el objeto causante de todo, destruirla nos habría liberado. En cambio, existía otra posibilidad. Era posible que estuviéramos dentro de la caja y el hecho de destruirla significara también nuestra destrucción.

Yvonne era partidaria de matar a Jefferson, segura de que así podríamos escapar de ese lugar. Sin embargo, yo no me mostraba tan proclive a matar a mis compañeros como la detective. Buscaba otra solución desesperadamente, una que no fuera tan arriesgada. 

La tercera solución era pulsar el botón, aunque parecía ser justo lo que ÉL y Jefferson querían. No sabíamos qué podría pasar si lo hacíamos. Jefferson tampoco tenía idea alguna. Las posibilidades eran tan infinitas como la imaginación del ente superior que nos tenía allí recluidos.

Después de todo me sentía responsable, era yo quien tenía la caja. Era yo quién debía dar la razón a uno u otro. La vida de mis compañeros pendía en mis manos. ¿Podía permitir a Yvonne matar a Jefferson? Ni siquiera estábamos seguros de que esa solución nos salvara al resto.

En efecto, estábamos atrapados en una pesadilla.

Durante el tiempo que estuvimos reflexionando tratamos de experimentar con los poderes de Jefferson. Descubrimos que no podía simplemente desear salir de allí, por lo que no era omnipotente. ÉL y Jefferson luchaban por el control de lo que sucedía en la caja. Nosotros éramos las pobres ratas de laboratorio.

Tras lo que parecían ser horas, pero bien pudieron ser días, algo en el suelo comenzó a cobrar la forma de un hombre extremadamente demacrado y cubierto con una túnica. Su cara era idéntica a la de los otros clones, si bien, sus rasgos eran casi esqueléticos.

La criatura hizo surgir un enorme y viscoso tentáculo de la nada y lo lanzó hacia nosotros, con la mala suerte de que fui alcanzado en un brazo y mi extremidad se partió con un chasquido.

Grité de dolor y caí al suelo, al tiempo que la periodista se tensaba y alrededor del ser enfermizo comenzaba a aparecer una especie de halo translúcido. El ruso, desquiciado, se lanzó hacia el hombre de la túnica y lo placó, tirándolo al suelo. Doc corrió hacia ellos y descargó una tremenda patada sobre la cabeza de nuestro enemigo. El chasquido del cuello partido reverberó por toda la sala. Miré la herida de mi brazo y al ver el hueso sobresalir entre la carne supe que no teníamos mucho tiempo, necesitaba encontrar un médico lo antes posible. Teníamos que salir de allí.

Fue idea de Doc que Jefferson deseara que el ruso recuperara sus recuerdos y aparecieran nuestras armas. Y tan pronto como lo deseó, la caja hizo que fuera posible. 

Con mi Mouser en mano me sentí algo más seguro, sin embargo, la asesina mirada de Yvonne estaba fija en Jefferson. Debíamos escoger rápido. ¿Pulsar el botón, destruir la caja o matar a Jefferson? Jamás he tomado una decisión tan difícil en toda mi vida.

El tiempo apremiaba, ÉL se estaba impacientando. ¿Quién sabe cuántos más de sus esbirros podía mandar contra nosotros?

Finalmente decidimos que debía ser Jefferson quien apretara el botón. No conseguiríamos nada matándonos los unos a los otros. Si la caja era destruida había bastantes posibilidades de que nosotros también. Jefferson había sido quien, apretando el botón, nos había traído aquí. Quizá que volviera a apretarlo era la forma de volver a la realidad.

Decididos y hartos de esperar, Jefferson apretó el botón y por un momento, mi corazón dejó de latir.

De la pequeña caja surgió ÉL. Era muy parecido a todos los clones que nos habían atacado, pero, al instante, todos supimos que este era el original. Debía medir al menos dos metros, era físicamente imposible que hubiera surgido de una caja tan diminuta. Pero qué importaba la física ahora.

El ser fijó sus ojos en la periodista, musitó una palabra de poder y con un gesto suyo mi colega se consumió en fuego mágico. Jefferson murió con un rictus de terror en el rostro, convertida en una estatua de ennegrecida ceniza.

Tachenko soltó una maldición en ruso y vació su ametralladora sobre el asesino de Jefferson. El brujo apenas tuvo tiempo a reaccionar. Las balas lo devolvieron al agujero del que había venido.

Y todo se volvió negro. 

 

Cuando abrí los ojos, estábamos en el interior de las oficinas de Oxium. Sacudí la cabeza deseando que todo hubiera sido un sueño perturbado. Una ilusión de mi mente lunática. Pero no. A mi lado se hallaba lo que quedaba de Jefferson: ascuas y culpabilidad.

Frente a nosotros encontramos un despacho con un nombre grabado. El odiado nombre de a quien había jurado matar. Allan Frost.

Una búsqueda concienzuda en el despacho reveló un conjunto de escritos sobre la “Caja de Numbos”, los cogí rápidamente. El efecto de la adrenalina comenzaba a disiparse y cada vez notaba más el dolor de mi brazo roto.

Salimos del edificio y llamamos a una ambulancia. Absorto por el dolor no tuve tiempo de volver la vista atrás, en cambio, Doc, Yvonne y Tachenko sí que lo hicieron. Justo a tiempo para observar como el edificio Oxium desaparecía como si nunca hubiera existido.

 

Al fin he cumplido la promesa que me hice a mí mismo. Juré que nunca descansaría hasta tener el cadáver de Frost a mis pies. Allan Frost yace muerto. Hemos librado a la humanidad de un terrible enemigo, nuestra cuenta ha sido saldada.

Entonces, ¿por qué siento este peso en el pecho?

¿Por qué siento que nuestro trabajo no ha terminado?

¿Por qué el rostro de Jefferson y la caja siguen apareciendo en mis pesadillas?

Él está muerto, tiene que estarlo.

No hay manera de que pueda haber sobrevivido.

Tenía que ser él

¿No es cierto?


viernes, 10 de julio de 2020

Erótica entre mundos - Capítulo IV




Sister, Hye Jeong Hwang


CONTENIDO +18  

Estas descripciones nacen de una partida de rol donde los jugadores encontraron un poemario con ilustraciones eróticas. Las descripciones son de mi autoría como solución a mis nulas capacidades artísticas, los poemas por otro lado están recogidos entre lo mas elegante y lo mas viejo verde que ofrece Internet.

Derroche del espíritu en vergüenza
la lujuria es en acto, y hasta el acto
perjura, sanguinaria, traidora,
salvaje, extrema, cruel y ruda:

despreciada no bien se la disfruta,
sin mesura anhelada, y ya alcanzada,
odiada sin mesura, cual un cebo
que desquicia al incauto que lo traga.

Desquicio los suspiros, los abrazos,
los gemidos del antes y el durante,
júbilo al gozar, después penuria,
promesa de alegría, luego un sueño.

Lo saben todos, pero nadie sabe
cerrar el cielo que lleva hasta ese infierno.



Nos encontramos en una iglesia con suelos de madera ya descoloridos y gastados por el tiempo, siguiendo con la mirada una alfombra grisácea con varios remiendos repartidos en toda su superficie llegamos a un confesionario, en la imagen apenas se pueden apreciar los extremos de la madera agrietada y pálida del confesionario, no se observan con nitidez ya que quedan difuminados como ceniza al viento cuanto más al centro van.

Se puede ver como si de un vidrio circular se tratara el interior del confesionario, dentro los colores son vivos la madera es de un color marrón intenso y sus vetas dan la sensación de moverse solas con la suavidad de una vela ardiendo.  En pie, al lado del confesionario, se encuentra un hombre con una camisa a medio quitar permitiendo ver su torso desnudo con una musculatura muy ligera y con cuernos en sus sienes. En el otro una mujer está ligeramente inclinada hacia delante con la parte superior de su cuerpo a través de la rejilla abierta. Va vestida de monja, pero no lleva su escapulario dejando ver su pelo negro de un intenso sobrenatural, casi como si absorbiera la luz a su alrededor, pero al mismo tiempo reflejando un brillo suave como la luna en el mar. El color del vestido es rojo como el crisol, dejando ver pequeños bordados dorados que dan la sensación de resplandecer. El hombre agarra con una mano el vestido por la parte baja de la espalda, tirando de él y revelando los muslos de la mujer y ciñendo más la tela a los glúteos, con su otra mano parece haber desgarrado el corpiño de la mujer dejando ver casi completamente sus pechos. Él está agarrando un amuleto que cuelga del cuello de la mujer, lo que le obliga a alzar la cabeza hacia arriba. 
Se están besando con lengua de forma ansiosa mientras se miran directamente a los ojos, él tiene unos ojos rasgados como una serpiente, con un iris que da la sensación de ser una esquirla sacada del mismísimo sol, ella tiene unos ojos azules muy suaves como la lavanda pero con un brillo como el sol dando en las olas del mar.

martes, 7 de julio de 2020

Diario J. S. Freud - Llamada de Cthulhu, parte 5 (1/2)



LA CAJA DE NUMBOS

 

"La criatura abrió la boca, desencajando su mandíbula y de ella surgió disparado un repugnante tentáculo que me golpeó a gran velocidad."

Finalmente ha ocurrido lo que más temía. La oscuridad se cierne sobre nosotros y esta vez no hay modo alguno de escapar de ella.

Todos éramos conscientes de los peligros que entrañaba formar parte de Enigma, investigar todos estos casos, destruir todos los horrores a los que nos enfrentamos. Esto no es un juego. Todos lo sabíamos y aun así decidimos pagar el precio.

Sin embargo, el coste ha resultado ser mucho más alto de lo que mi atormentada conciencia puede soportar.

Quizá si hubiera intuido a qué nos estábamos enfrentando habría podido actuar a tiempo.

Quizá habría hallado otra solución.

Quizá si hubiera sabido más habría podido salvar su vida.

Saber…todo se reduce a eso. Aquel con conocimiento es quien sobrevive, quien sigue adelante. Ojalá me hubiera dado cuenta antes.

Pero ahora es demasiado tarde.

Sé que su fantasma no dejará de aparecerse en mis pesadillas.

Ahora, cargo con el peso de su muerte.

 

Martes 10 de julio de 1923

Tras nuestro episodio con el Cubo Resplandeciente pasé unas semanas en el hospital, recobrándome de mis heridas. En el tiempo que estuve convaleciente intenté estudiar uno de mis libros, pero mi estado era demasiado débil. Nada más abrirlo me asaltaban horribles visiones y un constante dolor de cabeza que sólo cesaba al cerrar el libro.

Frustrado, decidí tomarme un tiempo libre de mi trabajo como investigador y me refugié en mi antigua rutina, mi vieja clínica de parapsicología y mis clientes habituales.

Pese mis intentos, una vez has visto los auténticos horrores que se arrastran por los más recónditos rincones del mundo eres incapaz de olvidarlos.


Justo acababa de salir de mi clínica cuando escuché el sonido de un coche acelerar hacia mi dirección. El rugido del motor me alertó y logré esquivar al automóvil por los pelos. Había intentado arrollarme. Grité una maldición y traté de quedarme con la matrícula del vehículo, pero fue en vano. El vehículo desapareció tan velozmente como había aparecido, era algo de locos. No había sido un accidente. Estaba seguro de que habían intentado asesinarme.

Rápidamente fui a nuestra casa y me reuní con Doc e Yvonne. El estudiante me contó que él había recibido una llamada, le habían dicho que estábamos jugando con poderes que desconocíamos y que debíamos alejarnos de todo esto. Acto seguido, había colgado. En su momento pensé que la llamada era una amenaza. Ojalá no hubiera sido estado tan ciego. Quien nos había llamado no trataba de amenazarnos, sino de advertirnos.

Fue entonces cuando Jefferson llegó a casa, cubierta de sangre. Conmocionada nos contó que había sido atacada por su compañero de trabajo a las afueras de Arkham. Ella había recibido una herida superficial, pero la sangre que la cubría no era suya. Había disparado a su agresor en defensa propia y había vuelto corriendo a contárnoslo.

Discutimos sobre qué debíamos hacer. Jefferson había cometido un delito y no queríamos tener problemas legales. Pese a haber disparado en defensa propia, no había nadie que lo atestiguara.

Llegado un punto, la periodista perdió la cabeza a causa del shock y apuntó su propia arma hacia su pierna mientras balbuceaba que una herida de bala le serviría de coartada. Entre todos logramos quitarle el revólver de las manos e hicimos que entrara en razón. No conseguiría nada autolesionándose.

Una vez en frío, decidimos investigar el arma del agresor de Jefferson, por lo que Yvonne fue a la armería de Arkham a preguntar. La decisión de mandar a la mujer fue clara, su profesión y contactos la hacían la más útil en lo que respecta a obtener la información que precisábamos. Jefferson fue a la empresa que los había contratado a ella y a su compañero, con el fin de descubrir el nombre de aquel que había intentado asesinarla. En último lugar, Doc y yo fuimos a tráfico para intentar sacar alguna información del coche del agresor de Jefferson (que al menos se había molestado en memorizar la matrícula).

Una vez allí fue necesario sobornar a un dependiente para que nos diera los archivos pertinentes.

Tras esto, todos nos reunimos en la casa común para contrastar nuestra información. El coche y el arma pertenecían al reportero Joseph Tremore Phillips, lo que coincidía con el nombre que el jefe de Jefferson nos había dado sobre su compañero. Éste último directamente nos había facilitado su dirección personal.

Antes de ir a la casa de Phillips fuimos al lugar donde Jefferson había sido atacada. Allí encontramos la escena del crimen tal y como nos la describió. Paranoicos ante el hecho de que la policía pudiera rastrear a Jefferson y llegar hasta nosotros, decidimos hacer una improvisada cirugía para extraer las balas del pecho del cadáver. Al finalizar Doc la operación pudimos escuchar el ruido de un motor aproximándose, por lo que decidimos esfumarnos lo antes posible. En efecto, dejamos a la intemperie el coche de Phillips y su cadáver. Hemos tenido ideas mejores.

Una vez seguros de que no nos perseguían fuimos hacia nuestra siguiente pista. La dirección de Joseph Tremore Phillips, con el objetivo de buscar por qué había intentado matar a Jefferson. Comenté a mis colegas la idea de que Phillips y aquel que había intentado atropellarme pertenecieran a una especie de banda criminal, quizá una secta que estaba al tanto de nuestros movimientos y trataba de acabar con nosotros. Pero no, por supuesto que no iba a ser tan fácil. La pesadilla sólo acababa de empezar.

En la dirección que nos habían dado encontramos a Mrs Phillips, una mujer afable y algo preocupada ante la súbita desaparición de su marido. Le dijimos que estábamos tras su pista, por lo que accedió a colaborar con nosotros. En cierto momento tuve que prometerle que encontraríamos a su marido con vida. Jamás me he sentido tan despreciable en toda mi vida. 

Le pedí a Mrs Phillips un diario o una agenda de su marido que nos pudiera facilitar su localización. Por supuesto Joseph contaba con una de ellas, pero su mujer fue reacia a ofrecérnosla en un primer momento, y tuve que convencerla para que nos dejara echarle un vistazo. 

Mientras la mujer buscaba las notas me fijé que había varias fotografías por toda la casa. En todas ellas salían Phillips y su esposa. Solo había algo extraño. La cara de las fotos no era la misma que la del agresor de mi colega. Phillips no era el hombre a quien Jefferson había matado.

En el diario del periodista pude ver que se había entrevistado con “Oxium” en Nueva York hacía unas tres semanas. Ese nombre me llamó poderosamente la atención. Estaba seguro de que tenía alguna relación, pero ¿cuál?

Ya en casa, debatíamos sobre cuál debía ser nuestro siguiente paso cuando llamaron al teléfono de la casa. La policía había encontrado el cuerpo de Phillips, Jefferson había sido llamada a comisaría para responder a un par de preguntas.

Doc, Yvonne y yo esperamos su vuelta en casa, sumamente nerviosos. Desde luego, si ella hubiera llamado a comisaría justo después de que la hubieran atacado no estaríamos en este lío. Era estúpido. Habíamos derrotado a criaturas terribles, habíamos sobrevivido a horrores innombrables y ahora nos enfrentábamos a una inesperada amenaza: The Common Law. 

Cuando volvió nos dijo que había conversado con el policía a cargo del caso, Michael Allright y lo había solucionado todo. Nada más decir esto recibimos una llamada telefónica. La policía de nuevo, esta vez preguntaban por Yvonne, la detective del equipo. 

Jefferson trató de excusarse, se había justificado tras la licencia de nuestra amiga para explicar algunos de sus actos en el interrogatorio que le había hecho la policía. Al inmiscuirla había expuesto a nuestra compañera. 

Por supuesto, esto le ganó el odio de la detective, que fue a entrevistarse con los agentes de la ley lanzando una mirada asesina a su compañera. Al rato, la mujer volvió de comisaría acompañada de una patrulla para detener a Jefferson por asesinato.

Yvonne se lo había contado todo a la policía.

 

Miércoles 11 de julio de 1923

Al día siguiente telefoneamos a Moore, nuestro abogado de Enigma, y le contamos lo sucedido. Nos contó que él no hacía milagros, a Jefferson podían caerle entre diez y catorce años entre rejas.

Yvonne pareció alegrarse. Yo no supe qué pensar.

Por un lado, Jefferson había sido un estorbo en gran parte de nuestras aventuras. Cuando no lo era, simplemente era inútil. Era descuidada y nos había puesto en peligro en varias ocasiones. Ni siquiera sabía disparar un arma. Sin embargo, era mi compañera. Fue gracias a ella que descubrimos el pasadizo en la casa de Hunderprest y nunca olvidaré que empezamos en esto juntos. Al fin y al cabo, ella era otra de las invitadas por Allan Frost en la mansión Terrify.

Por todo esto, y porque había poco más que pudiéramos hacer, decidimos esperar hasta el día de su juicio.

 

Miércoles 18 de julio de 1923

El día del juicio salimos de casa temprano para acompañar al coche patrulla al juzgado. Yvonne conducía y yo iba en el asiento del copiloto. Doc nos acompañaba en el de atrás. Tony se había marchado después del episodio del cubo. Dijo que iba a visitar a un familiar suyo, pero realmente creo que trataba de huir de lo que todos habíamos visto. Pobre infeliz. Una vez estás dentro de todo esto ya no hay vuelta atrás.

Tachenko, por otro lado, continuaba recuperándose en el hospital. De todos nosotros, él era quien había sufrido las heridas más graves contra el horror del Cubo y los médicos no estaban seguros de que el ruso fuera a sobrevivir.

Viajábamos detrás del coche de la policía en el que viajaba Jefferson, cuando observamos, incrédulos como otro coche impactaba de forma bruca contra el lateral del automóvil. El vehículo, un Ford-T, se había estrellado de frente, sufriendo a su vez graves daños. El coche patrulla salió disparado y chocó violentamente contra la pared. 

Los pasajeros bajaron del Ford y dispararon contra nosotros. En mitad del combate pude observar que todos ellos vestían igual, incluso sus rasgos parecían idénticos. Y no sólo eso, su aspecto era exactamente igual que el del hombre al que Jefferson había matado.

Saqué el brazo por la ventanilla de nuestro vehículo y disparé a uno de esos clones. Para mi sorpresa acerté, y la figura cayó al suelo, muerta.

Lamentablemente, eso captó la atención del resto y uno de ellos se giró hacia mí. La criatura abrió la boca, desencajando su mandíbula y de ella surgió disparado un repugnante tentáculo que me golpeó a gran velocidad.

Ante tal repulsiva visión, Yvonne perdió la cabeza y comenzó a dirigir el cañón de su arma hacia su rostro. Doc consiguió pararla antes de que pudiera hacerse daño. Mientras tanto yo me encargué con facilidad del resto de nuestros atacantes.

Una vez todos nuestros enemigos yacían inertes, me acerqué hacia su coche y en la guantera encontré fotos de todos nosotros y del policía, Michael Allright. Doc se encargó de examinar los cuerpos y en ellos encontró unas placas, cada una con un número de serie y una dirección. Todas ellas tenían en común un nombre: Oxium.