NOCHE EN BOURBON STREET
"Las chicas eran asaltas a altas horas de la madrugada las noches de luna llena, laceradas a golpes, violadas y estranguladas con una fuerza sobrehumana."
Durante los dos meses
siguientes, acudí a los libros para mantener mi mente distraída y alejada de
los últimos acontecimientos. Absorto en la lectura, las palabras conseguían
alejar de mi mente el horror de los desafortunados hechos relacionados con la
caja de Numbos y el fallecimiento de nuestra colega.
Tras largas horas de
profunda reflexión, había llegado a la conclusión de que debía subir peldaño a
peldaño la escalera de ese conocimiento oculto a la mayoría de los hombres.
Decidido a lograr mi objetivo, dediqué mi tiempo al estudio de The Magus, una
de mis adquisiciones en la subasta de la Casa Ausperg.
Por lo que pude averiguar,
el tomo era un tratado de ocultismo. Tenía continuas referencias a seres
supraempíricos y deidades ultraterrenas, y, sin embargo, no había restos ni
indicio alguno de fórmulas mágicas entre aquellas viejas hojas de papel. Tan
sólo había páginas y páginas escritas en lenguaje decimonónico que hablaban
sobre astrología y otras ciencias ocultas.
Jueves 20 de septiembre de 1923
Nos encontrábamos Yvonne,
Doc y yo en la sala de estar cuando comencé a notar el ambiente cargado de
energía estática. La tensión era tan densa que parecía poder cortarse con un
cuchillo y me sobrevino un terrible escalofrío. De pronto, me invadió una
sensación de angustia que se concentró en mi garganta. Sentí cómo la falta de
aire comenzaba a hacer estragos en mi cuerpo mientras mi visión empeoraba por
momentos y el mundo a mi alrededor comenzaba a girar y a tambalearse.
Mis compañeros no tardaron
en darse cuenta del ambiente extremadamente cargado e intercambiaron miradas
alarmadas antes de aproximarse rápidamente a sus armas. Entonces una revelación
me sobrevino de golpe: algo se estaba aproximando.
La casa comenzó a temblar
y del techo de la habitación surgió un vociferante y oscuro vórtice de pura
energía. La masa de color negro me recordó nuestro episodio con el horror del Cubo y
me avergüenza comunicar que, al revivir tan vívidamente esos episodios que creí
enterrados en mi memoria, perdí el conocimiento.
Cuando desperté vi el
rostro de Yvonne tratando de despertarme. Pude musitar que me encontraba bien
al tiempo que me recostaba para ver a un desconocido hablando con Doc. Como
pude deducir una vez aclaré mis pensamientos, el hombre había surgido (o tal
vez sido expulsado) del vórtice de energía, que, obviamente, había desaparecido
sin dejar rastro.
Parece que astros y dioses
conspiran contra mí estado mental. ¿Cómo voy a poder demostrar a la comunidad
científica que mi historia es cierta si no puedo apoyar mis hipótesis con
pruebas que permanezcan en el mundo real? Por muy veraz que sea todo lo que
apunto en mi cuaderno, sé lo increíble que puede resultar para alguien que no
ha visto lo que yo he visto. Y no solo eso. Cuantas más pruebas se escurren
entre nuestros dedos, más temo que todo esto tan solo se trate de una mera
ilusión, un sueño dantesco del que espero mi pronto despertar.
Por supuesto, la extraña
historia del desconocido no hizo más que aumentar las sospechas de mis
compañeros y mis ganas de despertar de este mundo de locos.
El nombre del extraño
personaje (pues sí, se trataba de todo un personaje) era Harvey But. Se definió a sí mismo
como un arqueólogo y miembro de un grupo de investigadores que se encontraban
en la jungla cuando fueron atacados por una tribu indígena. Huyendo de sus
perseguidores se lanzó hacia un pozo, creyendo que en el fondo hallaría su
muerte. Menuda sorpresa debió llevarse cuando apareció en mi salón. Claro, que
mayor fue la mía, pues su puesta en escena fue de todo menos sutil.
Tras hacerle algunas
preguntas al excéntrico Harvey, llegué a pensar que estaba borracho. Sin
embargo, no olía a alcohol. Barajé diversas explicaciones a su extraño
comportamiento, pero finalmente, tuve que concluir que estaba simple y
rematadamente loco.
Nuestro involuntario
invitado continuó balbuceando sobre la gran extensión de sus conocimientos.
Dijo que provenía del futuro y era capaz de recitar poderosos hechizos.
Por supuesto, ante mis
compañeros me mostré escéptico. Alguien debía tener la cordura del grupo. Doc
desconfiaba de él y me recordó el asunto de Hunderprest, el hombre–reptil que
se había hecho pasar por humano y había intentado matarnos. Si bien debíamos
ser cautelosos ante el hecho de que Harvey hubiera aparecido en nuestra casa a
través de un portal, si hubiera querido perjudicarnos ya lo habría hecho. Por
otro lado, Hunderprest no trató de dialogar con nosotros en ningún momento.
Harvey era harina de otro costal.
En efecto, todo lo que rodeaba a Havey era algo de locos. ¿Quién podría creer algo así? Yo lo hago. Cuando miro a ese loco contemplo mucho de Freud en Harvey. Le creo, por supuesto que le creo; pues cuando lo miro me veo a mí mismo. No lo que soy ahora, ni un reflejo de lo que he sido, sino en lo que puedo llegar a convertirme. Harvey es sólo un hombre que ha visto y vivido mucho más que nosotros. Él ha abandonado toda explicación lógica de la realidad ¿Podemos decir que está loco? ¿No será que está mucho más cuerdo que todos nosotros?
Fue justo en ese momento
cuando llamaron a la puerta y llegó una carta del viejo amigo de mi padre
Malcolm Edward Ferret. El hombre requería de mis servicios como investigador,
pues mi fama había llegado hasta Nueva Orleans, su lugar de residencia. Al
parecer desde hacía unos meses se estaban produciendo una serie de horribles
asesinatos de chicas jóvenes y Mr. Ferret temía por la seguridad de su única
hija, Ethel. En su carta me suplicaba que fuera a Nueva Orleans y pusiera en
acción mis afamadas dotes detectivescas con el fin de descubrir al asesino.
Halagado, comenté el caso
con mis colegas y ambos aceptaron. Garabateé una respuesta para Malcolm,
diciendo que partiríamos cuanto antes y encontraríamos al asesino. Ojalá todo
hubiera sido tan fácil como le hice creer a mi viejo amigo.
Sábado 22 de septiembre de 1923
El tren llegó a Nueva
Orleans al anochecer. Había logrado convencer a mis compañeros para que Harvey
nos acompañara, pues no paraba de afirmar que necesitaríamos sus conocimientos
para resolver el caso. Tanto Yvonne como Doc acabaron cediendo, si bien fue el
último el más reticente.
Nada más salir del tren
pude ver a un hombre joven que sostenía un cartel con mi nombre. Me acerqué a
él y le estreché la mano. El hombre se presentó como el hermano de Malcolm,
Stephen Ferret. De camino a casa de su hermano traté de sonsacarle alguna
información que nos pudiera resultar de utilidad, pero el hombre no parecía
saber demasiado.
Una vez llegamos a su casa
presenté a mis colegas a nuestro cliente, Mr Malcolm Ferret. Pese a mis protestas, nuestro
anfitrión insistió en tratar el tema por la mañana y nos acostamos en las
habitaciones que el servicio había preparado para nosotros.
Domingo 23 de septiembre de 1923
Al día siguiente
acompañamos a Malcolm en el desayuno y nos puso al corriente. Las víctimas de
los asesinatos parecían ser mujeres jóvenes entre los 18 y 26 años. Las
adolescentes no tenían ningún aspecto físico en común, ni el asesino parecía tener
predilección por ningún tipo de mujer. Las chicas eran asaltadas a altas horas
de la madrugada las noches de luna llena, laceradas a golpes, violadas y
estranguladas con una fuerza sobrehumana. Tal era la fuerza del agarre mortal
que las vértebras de su cuello quedaban prácticamente pulverizadas. Los cadáveres habían sido encontrados por la policía todavía calientes, pero no había ningún sospechoso,
ni rastros que los perros pudieran seguir.
Malcolm había contratado a
un detective privado, Joe Finnigan al que fuimos a ver para que ampliara
nuestra información.
Aparte de corroborar lo
anterior, el detective nos contó que había habido al menos seis muertes, los
hechos estaban intentando ser tapados por la policía local para no poner más
nerviosa a la comunidad, pero igualmente se había hecho eco en la prensa
sensacionalista. El homicida comenzaba a ser llamado “el Estrangulador” y la
comunidad cada vez estaba más nerviosa.
Durante nuestra entrevista
con el detective me percaté de que Harvey lo miraba con extraña fijeza. Una vez
nos marchamos de su casa me explicó que estaba comprobando si Finnigan
parpadeaba. No había que fiarse de alguien que no parpadea. Fue entonces cuando
recordé nuestro episodio con Hunderprest y cómo no parpadeó ni una sola vez en
todo el tiempo que estuvimos en la subasta. Grabé a fuego el consejo del
arqueólogo en mis adentros, quizá finalmente Harvey resultara tan útil como afirmaba ser.
Mientras que Doc e Yvonne
iban a la comisaría, Harvey y yo buscamos alguna información sobre “el
Estrangulador” en los periódicos locales. No encontramos ninguna información
relevante y desistimos cuando cerraron la biblioteca al anochecer. Volvimos a
casa de Malcolm, dónde habíamos decidido hospedarnos el tiempo que se
prolongara nuestra estancia en Nueva Orleans, y nuestro anfitrión nos presentó
a su hija.
Ethel Ferret era una bella
jovencita de 23 años, alta, de pelo rizado y preciosos ojos oscuros. Una vez
apareció ante nuestra vista quedó clara la forma en que tenía encandilados a su
padre y su tío. Mientras Harvey comprobaba si parpadeaba, Yvonne fue a hablar
con ella para intentar advertirla de los peligros que corría una joven mujer,
sola en mitad de la noche y con un psicópata asesino andando cerca. No obstante, sus intentos de advertirla fueron en vano, la joven se marchó a seguir con su dionisíaca rutina.
Varias veces volvimos a tratar de hablar con la arisca Ethel y ninguna de ellas nos prestó la menor atención.
Su padre nos había contado
que después de la muerte de la madre de Ethel la había malcriado, dado el exacerbado patrimonio familiar la fémina "tenía la vida resuelta” y se mostraba incapaz de decirle
que no a nada de lo que le pedía.
A pesar de todo, el
instinto de mis compañeros les alarmaba de que Ethel podría ser la siguiente
víctima del “Estrangulador”, y no había una joven de Nueva Orleans que me
importara más que la hija de mi cliente.
Por todo esto, decidimos
seguirla y llamar a su tío, Stephen, para que nos ayudara a hacerla entrar en
razón y garantizara su seguridad.
Los cinco seguimos a Ethel
hasta un lugar de dudosa reputación, repleto de ruido y charlestón. Yvonne trató de entrar en aquel antro, pero
todos los intentos resultaron infructuosos debido a la infranqueable seguridad del lugar. Finalmente esperamos el amanecer
montando guardia en el coche de Stephen y una vez seguros de que Ethel no iba a
salir de momento, nos marchamos.
Lunes 24 de septiembre de 1923
Cuando Doc e Yvonne habían
ido a la comisaría el día anterior la policía se había negado a colaborar con
ellos. Comenté esto a Malcolm y nuestro anfitrión dijo que dijéramos al jefe de
policía que era él quien nos había contratado. Al parecer el apellido Ferret
gozaba de buena reputación.
Ciertamente así fue,
gracias a esto conseguimos reunirnos con el jefe de policía Hazard, aquel que
estaba a cargo de la investigación. Amablemente, accedió a colaborar con
nosotros e intercambiar información. La policía debía estar realmente
desesperada como para acceder a colaborar con civiles, pero me guardé esos
pensamientos para mis adentros.
Hazard nos dio los
nombres, profesiones y edades de siete mujeres fallecidas en los últimos cuatro
meses. Todas ellas habían sido asesinadas en noches de luna nueva o luna llena.
Según el informe forense, habían sido profanadas post–mortem. Una de ellas Stella
Parrish, había sido penetrada, pero su violación no había llegado a consumarse.
Además de esta
información, nos dio la dirección del sargento Ronson, un agente que andaba
haciendo ronda por Bourbon Street cuando abrió fuego contra un sospechoso
vestido con una gabardina. Había sido él el que había encontrado el cadáver de Mrs Parrish.
Ya casi estábamos yéndonos
cuando el jefe de policía mencionó que hace unos meses se había llevado a cabo
una redada en uno de los bosques cercanos a la ciudad. Al parecer se había
desmantelado una banda criminal de origen sectario que llevaba a cabo rituales
paganos en los bosques. La redada fue un rotundo éxito y, a excepción de los
que murieron en el tiroteo, todos los miembros de la banda fueron encarcelados.
Cavilando esta nueva
información fuimos a casa del sargento Ronson. El hombre nos confirmó que había
abierto fuego contra un hombre alto, con gabardina justo después de descubrir
el cadáver de una de las mujeres asesinadas. El sospechoso se movía a una
velocidad que el sargento definió como inhumana, lo que provocó que fallara su
tiro y escapara impune de la escena del crimen.
El sargento Ronson nos
contó que también había participado en la redada de la llamada “Secta de los
pantanos”. La finca había sido destruida y los miembros de la secta que
continuaban con vida estaban encarcelados o habían sido recluidos en
psiquiátricos.
Dimos las gracias al
sargento y nos marchamos a la biblioteca para intentar obtener más información
sobre dicha secta.
Fue allí donde descubrimos
la relación de dicha secta con un libro de artes oscuras relacionado con la
luna y la deidad griega Hécate Trivia. Inter
dicta Selenis, el misterioso grimorio latino de la diosa de la magia y las
encrucijadas. Lamentablemente, el libro no se encontraba en la biblioteca.
Ojalá todo hubiera sido tan fácil.
Cuando ya estábamos a
punto de marcharnos vi al sargento Ronson en la sección de ocultismo de la biblioteca.
Me dijo, de forma parca, que sentía afición por las ciencias ocultas. Nuestra
conversación no se extendió demasiado. El policía tenía prisa y se marchó de la
biblioteca, llevando varios libros consigo.
Al salir de allí,
comenzamos a repasar las pistas e información que poseíamos. Stella Parrish,
Ethel, Ronson, la Secta de los pantanos, Inter dicta Selenis… Todos esos
nombres daban vueltas en nuestras cabezas, sin una relación clara. Teorizamos
largo y tendido. Todos nuestros conocidos eran potenciales sospechosos. Si algo
teníamos claro es que el asesino tenía poderes que no eran de este mundo,
fuerza y velocidad sobrehumanas, una secta de por medio… Aquello parecía un
caso a nuestra altura. Como suele suceder, nos encontrábamos atascados entre tal
torrente de información cuando la voz angelical de un joven nos sacó del
ensimismamiento de nuestros pensamientos.
Por la calle pasó un
repartidor de periódicos pregonando que los restos mortales de Martha Beshop,
una de las mujeres asesinadas, habían sido profanados de su tumba.
Dando gracias a Dios por
este golpe de suerte, Stephen condujo su vehículo con celeridad hacia el
cementerio de la ciudad. Allí vimos a una patrulla de la policía custodiando a
un hombre en estado catatónico, con sus ropas manchadas de barro.
Intentamos que el agente
al cargo del caso colaborara con nosotros, pero todo fue en vano. El receloso
policía nos alejó de allí y no nos quedó más remedio que acudir a la
gendarmería.
El agente Hazard, en
cambio, sí que nos permitió interrogar a Mr. Beshop, el hombre que había sido
encontrado en la tumba abierta de su hija, Martha. El hombre no recordaba cómo
había llegado al cementerio y se encontraba muy nervioso, todavía en estado de
shock. Murmuraba que no debía cogerlo, que ÉL no debía hacerse con él. El
objeto que debía ser protegido se hallaba en su casa, y pude prometerle que
aquel que había matado a su hija no se haría con él.
Raudos como el rayo,
acudimos a casa de Mr. Beshop. La detective consiguió forzar la cerradura de la
puerta de su casa y fuimos directamente a su habitación, donde había un arcón
de madera tapado por una sábana blanca. Al abrir el arcón encontramos el libro,
Inter dicta Selenis, en su latín
original.
Una vez con el grimorio en
nuestro poder, decidimos refugiarnos de nuevo en casa de Malcolm, donde
pensábamos pasar la noche.
Acabábamos de salir de la
casa cuando nos asaltó un policía que nos preguntó qué estábamos haciendo.
Gracias a Dios, logré convencerle de que éramos investigadores que
colaborábamos con la policía y finalmente nos dejó en paz.
Habíamos estado cerca de
correr el mismo destino que Jefferson, no podíamos permitirnos más problemas
con la ley. La periodista lo pagó muy caro, y nosotros no debemos caer en sus mismos
errores.
Al fin y al cabo, ella se merecía lo que le sucedió. ¿No es cierto?
Martes 25 de septiembre de 1923
A la mañana siguiente,
decidimos ir a casa de nuestro principal sospechoso: el sargento Ronson. Si una
de nuestras teorías era correcta, es posible que fuera nuestro hombre. Harvey
había leído en el libro sobre la maldición de Hécate, una maldición que
provocaba un ansia insaciable de vida humana cada periodo de tiempo. Pensábamos
que Ronson había sido destinatario de la maldición al haber participado en la
redada que acabó con la secta. Si Ronson fuera consciente de su maldición, y
todo apuntaba a que así era, intentaría por todos los medios posibles acabar
con ella, lo que encajaba con que hubiera estado buscando sobre ocultismo en la
biblioteca.
Por tanto, mi plan era
contactar con él, hacerle saber que tenemos el libro y confirmar que él era el
asesino si se desenmascaraba.
Tocamos al timbre del
apartamento del sargento, pero no hubo respuesta. También pedimos su número al
jefe Hazard, pero tampoco respondía al teléfono. Parecía no hallarse en la casa, y desde luego no íbamos a intentar allanar otra morada.
Aturdidos, decidimos
buscar a la hija de Malcolm en su casa. Ethel no se encontraba allí, por lo que
aprovechamos para introducirnos en su habitación, por si encontrábamos alguna
pista sobre su posible paradero. Aquella noche habría luna nueva.
Lo que encontramos en la
habitación de Ethel fue escalofriante. En primer lugar, Harvey localizó un
colgante de cristal y afirmó que se trataba de un amuleto capaz de otorgar
poder sobre algo, pero ¿el qué?
Fue en el diario de la
adolescente donde encontramos las evidencias. Ethel había sido la causante de
las muertes de todas esas chicas. Había pertenecido a la “Secta de los
pantanos”, junto con el resto de las víctimas y ahora se estaba dedicando a
cazarlas para conseguir el libro y así restaurar la secta. Para lograrlo había
hechizado a un pobre desgraciado y lo obligaba a seguir sus órdenes, haciendo
que asesinara brutalmente a aquellas que Ethel pensaba que podrían haber
escondido el libro.
Conmocionados con los
nuevos descubrimientos, decidimos contárselo a Malcolm, pero el ingenuo buen
hombre no nos creyó. De pronto me asaltó la retorcida idea de que podría ser mi
viejo amigo aquel que estaba siendo controlado por su propia hija. Algo en su
mente permanecía en el subconsciente, enterrado en lo más profundo de su ser.
Algo que le cegaba. Algo que le impedía ver la verdad.
Logré recomponerme y
tragué saliva. Si Malcolm era esa bestia, ya no debía tratarlo como amigo mío.
Doc atacó por la espalda a
nuestro anfitrión y logró noquearlo. Lo atamos y aguardamos a la caída de la
noche, esperando la llegada de la perversa luna.
Pasaron las horas, la
noche era tan cerrada que no había luz alguna del firmamento capaz de atravesar
la oscuridad que se cernía sobre Nueva Orleans. Ya muy tarde, en la madrugada,
nos dimos cuenta de que Malcolm no era nuestro hombre. Stephen suspiró
aliviado. Finalmente, su hermano no se había convertido el monstruo que, por un
momento, habíamos pensado que era.
Montamos en el coche y,
llevados por un presentimiento, nos encaminamos raudos hacia Bourbon Street. Allí encontramos el
cuerpo todavía caliente de una joven mujer. La bestia andaba suelta.
Mientras yo telefoneaba en
una cabina a la policía, Doc encontró un rastro cerca del cadáver y lo
seguimos, armas en mano.
Finalmente los encontramos.
Una criatura bípeda, una masa de músculos y pelo que despedía furiosa
adrenalina, clavó su sangrienta mirada en nosotros. A su lado, Ethel alzó la
mano en su dirección y ordenó a lo que quedaba del sargento Ronson acabar con
nosotros.
La bestia se movió a una
velocidad sobrehumana e intentó agarrar a Doc del cuello. Sin embargo, mi
colega lo esquivó por instinto y la criatura erró en su ataque. Abrí fuego,
hiriendo superficialmente a la criatura, pero esta ni siquiera pareció notarlo.
Fue Stephen quien nos
salvó. Apuntó y disparó una única bala al monstruo, con la fortuna de que
acertó en su perverso corazón. Ronson se desplomó lentamente en el suelo,
muerto. Rápidamente volvió a transformarse en humano.
Miré alertado a mí
alrededor, pero Ethel había desaparecido. Fue entonces cuando Harvey, musitando
unas extrañas palabras, hizo un símbolo en el aire y pude ver en sus ojos un
destello de reconocimiento. El arqueólogo gritó de alarma e Yvonne y Doc
dispararon sus armas, acertando a Ethel, que se hallaba frente a nosotros
entonando un cántico obsceno.
Al ser alcanzada por el
fuego cruzado, la bruja se cayó al suelo con múltiples heridas. Mientras moría,
aún tuvo tiempo para dirigirnos una mirada de odio mientras su cuerpo se
convertía en cenizas.
Fue justo entonces cuando Stephen
salió de su embrujo, miró a las cenizas y musitó que esa no era su sobrina.
El sargento Ronson fue
encontrado culpable e identificado como “el Estrangulador”. Cuando informamos a
Malcolm de lo sucedido nos contó que su hija, la verdadera Ethel, había muerto hacía años. No había modo alguno de hacerle recordar a la bella chica de pelo rizado que hace sólo unas horas había
estado viviendo en su casa.
Finalmente nos pagó los
2.000$ dólares acordados y volvimos a Arkham, lejos de aquella espiral de
muerte y locura y con un nuevo libro bajo el brazo.
Al fin y al cabo, quizá no
todo había resultado en vano.