viernes, 29 de marzo de 2019

Diario de J. S. Freud-Llamada de Cthulhu Parte 2

LA CASA CORBITT


"Estaba muy alterado y mencionó algo sobre una casa embrujada"

Jueves 30 de octubre de 1922

En la semana siguiente a los hechos de la fiesta, busqué información en las bibliotecas de la Universidad de Miskatonic y Arkham sobre libros de ocultismo. No encontré demasiado, pero sigo estando seguro de que lo que busco está en alguna parte.
El día 30 recibimos una llamada de Moore. El abogado nos encomendó un trabajo personal, como un favor propio. Un amigo suyo, Frederich Douglas, se había puesto en contacto con él en busca de ayuda. Estaba muy alterado y mencionó algo sobre una casa embrujada.
Rápidamente nos pusimos en contacto con Douglas. Nos informó de que tenía la casa alquilada a una familia francesa, los Bertrande, que habían sufrido eventos paranormales: objetos que volaban, voces, etcétera. Hacía una semana los habían encontrado pintando dibujos extraños con sangre en el salón de la casa. Actualmente, se encontraban recluidos en el sanatorio de Arkham.
Tony, Tachenko y yo nos pusimos manos a la obra para recabar toda la información posible  antes de entrar en la casa embrujada. Mientras Tony iba al sanatorio y Tachenko buscaba información entre los vecinos y el registro civil, yo me dirigí a la biblioteca.
Allí descubrí que la casa había pertenecido en 1835 a Walter Corbitt, un sectario que había tenido algunos problemas con los vecinos y que, después de ganar la demanda judicial, se había hecho enterrar en el sótano de la casa. Aquel que había ratificado el testamento era Michael Thomas, pastor de la Iglesia de Nuestro Señor Otorgador de Secretos, cerrada por la policía hacía algunas décadas por actividades sospechosas. El resto era información clasificada.
Cuando nos reunimos, pusimos en común la información que habíamos encontrado. Les conté acerca de Corbitt y les dije que era muy posible que su fantasma, o lo que fuera, permaneciera en la casa y provocara estos eventos paranormales. Ellos me contaron que la casa había sufrido eventos similares anteriormente con anteriores inquilinos. En cuanto a los Bertrande, Tony nos informó de que la mujer parecía algo más cuerda, pero el hombre permanecía en estado catatónico. Algo se había metido en sus cabezas y les había hecho hacer esos dibujos malditos. Debíamos llevar extremo cuidado. Nuestro enemigo parecía ser peligroso. 

Viernes 31 de octubre de 1922

Decidimos entrar el día de la víspera de todos los Santos. Sin embargo, no somos tan ingenuos como podríamos parecer y lo hicimos a la luz del día. Entramos con la llave de la casa que Douglas nos había proporcionado, las armas desenfundadas y el corazón en un puño. Fuimos explorando una a una, en grupo, las habitaciones del piso inferior. En una de ellas, una especie de almacén, encontramos el testamento de Corbitt (con nada que no hubiéramos averiguado ya), su diario y un extraño libro, el Libro de Dyzan. Al ojearlo por encima descubrí que era de difícil lectura, por lo que lo guardé para su posterior estudio.
Ojeando el diario de Corbitt por encima encontré múltiples referencias a la deidad a la que rendía culto, “Aquel que aguarda en la Oscuridad”, y hallé también un extraño símbolo que se repetía varias veces a lo largo de las páginas.
Proveniente de la cocina escuchamos ruido de algo que caía. Corbitt sabía que estábamos aquí. Rápidamente nos dividimos y exploramos todo el piso inferior. En el salón vimos los dibujos de sangre seca en la pared que representaban el símbolo que había visto anteriormente en el diario de Corbitt.
Resignados a acabar con el poltergeist, y sin querer alargar más nuestra estancia en la escalofriante casa, decidimos bajar directamente al sótano, para acabar de una vez por todas con el maleficio.
Iluminado por la luz de nuestras linternas, en un primer momento el sótano pareció extrañamente pequeño, lleno de baratijas sin valor, polvoriento y asfixiante. Mientras echaba un vistazo alrededor, me sorprendió el ruido de una hoja cortando el aire. Cuán grande fue mi horror al vislumbrar un enorme cuchillo que, sin ser movido por mano alguna, se dirigía hacia el cuello de Tony con rapidez sobrehumana.
Haciendo gala de unos impresionantes reflejos, el italiano logró esquivarlo y el cuchillo se clavó en la pared.
Temiendo por mi vida, hice lo que el más común de los hombres hubiera hecho, huí del sótano, dije que iba a buscar gasolina y corrí al coche. Mientras trataba de calmarme y reunir el valor suficiente para ayudar a mis compañeros, escuché varios disparos y el infernal ruido de la ametralladora de Tachenko al ser accionada.
Cuando encontré el valor suficiente y bajé al sótano, la pared había sido tirada abajo, el sarcófago estaba abierto y la momia prácticamente había sido desintegrada ante balas de alto calibre. El cañón del arma soviética aún echaba humo. Encima de la mesita, al lado del sarcófago, había unos manuscritos que atribuimos a Corbitt.
En las noches siguientes me dediqué a leer estos manuscritos. Descubrí muchas cosas, pues el sectario había estado interesado en un ritual cuyo objetivo era conseguir la trascendencia entre la muerte y el cuerpo, la vida en la muerte. Además había continuas referencias a una extraña dimensión que Corbitt denominaba: Tierras del Sueño.
Una vez acabé la lectura de estos manuscritos ojeé de nuevo el Libro de Dyzan. Pronto llegaría a la conclusión de que necesitaba semanas de estudio y tuve que desistir, al menos por el momento.

viernes, 22 de marzo de 2019

La Venganza de las Marionetas


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"El Negro mismo había venido a combatir a todo el que se dignase a retarlo."

Poco sabía Ripper, acomodado en el trono de su mansión en Darken, acerca del coste que habría de pagar por sus actos. Aislado del mundo, sumido en un trance por la influencia que le causaba su espada, Sentencia, era incapaz de prever que ese día sería derrotado.

Embadurnados en sangre, aparecieron a su derecha cinco de las seis Marionetas de la Serpiente, lideradas por un iracundo Counterfeit. Ante la visión del que una vez fuera su aprendiz, el autoproclamado paladín de El Negro comenzó a reír. Ripper, jactándose de su propio poder –hasta tal punto que había empezado a usar el nombre del antiguo Rey de los Ladrones-, no tuvo problemas en comenzar a provocar a sus rivales. Mientras empuñase a Sentencia sería invencible. Ni siquiera el mismísimo Sworden sería capaz de arrebatarle el poder que tenía sobre Darken. Con la Mano Negra y la Serpiente Roja a sus pies, tenía un ejército lo suficientemente poderoso como para inspirar miedo en la corrupta guardia de la polis, y él… Él no tenía rival. No podía dejar de repetírselo.

En el momento en el que el Fantasma parecía que iba a comenzar su ofensiva, fue interrumpido por su antiguo maestro. “¿Habéis venido a hacerle compañía?”, preguntó Ripper –o Blade, según él mismo- con aire burlón.

Ante el silencio de todo el grupo, el Nuevo Rey de los Ladrones mostró a qué se refería. Extendió su brazo y alcanzó una de las múltiples picas que decoraban su tétrico trono, y la alzó, apuntando a sus rivales. Boquiabiertos, descubrieron el destino de su compañero de fatigas y sexta Marioneta. Nadie conocía el sino que había tenido Bloodguard, el Caballero Caído, apuñalado hasta la muerte por los asesinos de la Serpiente Roja. Aquel capitán de los Capas Moradas que una vez traicionó a Umbra, tirano de Lysan, había hecho el último sacrificio por sus compañeros.

Como era de esperar, la Drenadora cayó desmayada con la visión de la cabeza de su camarada. Es por todos bien sabido que Bloodguard salvó la vida de la lysandre en Lysan y fue esa y no otra la causa de su exilio. Violet de Risen tampoco pudo resistir aquella grotesca imagen, y necesitó un tiempo para retomar la concentración.

En cambio, ni Counterfeit, ni Unbroken ni Slaver fueron afectados por la artimaña de Ripper. De hecho, aquello les había dado la determinación suficiente como para acabar con su enemigo de una vez por todas.

Mientras que el Enterrador protegía a sus traumatizadas compañeras, Counterfeit y Unbroken cargaron contra el Paladín de El Negro, blandiendo sus legendarias hojas.

El olvidado Unbroken, usando la Espada Omnipresente, dañó severamente a aquel profano rival, amputándole la pierna de un corte seco y preciso. De haber sido otro rival, el draga hubiera sido victorioso en este lance, mas las cosas son de otra manera cuando uno ha de enfrentarse con el elegido del dios de la guerra.

No obstante, lo que había conseguido con su raudo ataque era crear la distracción necesaria para que el Fantasma propinase el golpe mortal al lysandro que le sacó de las calles. Empuñando su recién conseguida Espada Espiritual, arrojó una andanada de almas contra su invencible rival.

No sabemos lo que sucedió en la mente de Ripper cuando recibió este ataque de su antiguo pupilo, pero lo que todos vieron fue al poderoso guerrero soltar su espada encantada, Sentencia, y caer al suelo anonadado.

Lo que entonces sucedió fue una escena digna de contemplar. Un borrón, rápido como el legendario Brave, se hizo con la espada antes de que esta tocase el suelo. Y entonces, se alzó el auténtico rival. El Negro mismo había venido a combatir a todo el que se dignase a retarlo.

La sombra lanzaba tajos letales que a duras penas podía esquivar Counterfeit. Eventualmente se cansaría y se sumaría a las víctimas de aquella espada maldita que había enloquecido a su maestro.

Y cuando esto parecía inminente, el olvidado desarmó a la sombra destruyendo a Sentencia de un impacto que a todas luces parecía haber sido tan fuerte como para cortar bloques de gloomita sin problemas.

Tan pronto como esto sucedió, tanto la sombra como la espada estallaron en un negro fulgor. Unbroken, escudado por el Extraño, salió casi ileso, mas Counterfeit y Violet quedaron bastante heridos por la conflagración de aquellas oscuras energías. A causa de la explosión, la torre comenzó a derrumbarse, y tanto Slaver como Unbroken debieron colaborar para sacar de allí a la aún confusa Helífora y a los heridos Violet y Counterfeit.

Fue terriblemente difícil, mas lograron salir de aquel lúgubre tugurio sin dejar a nadie atrás. Unbroken, que a partir de entonces sería conocido como el Verdugo de Dioses, marchó sin rumbo por la ciudad, como siempre, sin dar explicaciones. Una muy traumatizada Helífora acompañó a la herida Violet a la botica, en busca de una cura no solo para sus cuerpos, sino para sus cansadas mentes y oscuros ánimos.

Por su parte, Slaver y Counterfeit se quedarían admirando las ruinas, víctimas de un conflicto emocional. El Enterrador, compungido, hallaría la destrozada Espada del Caballero Caído entre los escombros, quedándosela como último recuerdo de aquel admirable lysandro.

Sin embargo, el Fantasma halló algo mucho más descorazonador. Allí, entre las rocas, balbuceaba su maestro, quien, en estado catatónico y habiendo perdido mucha sangre por su mutilada pierna, no podía creer que hubiera sido derrotado.

Aunque la guardia de Darken estuvo muy atenta a esa última interacción entre un maestro y un alumno enfrentados, nadie llegó a ver si Counterfeit decidió acabar con el sufrimiento del paladín caído, en compensación por haberle entrenado tan bien durante su infancia, o si por el contrario le guardaba demasiado rencor como para aliviarle de una muerte tan lenta. Lo que sí se sabe es que la estructura de poder en la Ciudad de los Ladrones había cambiado de forma determinante, aunque Murder aún ostentase el cargo de líder de la Serpiente Roja.


jueves, 21 de marzo de 2019

Diario de J. S. Freud - Llamada de Cthulhu, parte 1



¿Quién está loco y quién no? ¿Qué es la locura?

A mis treinta años aún no he sido capaz de definir esa palabra. En cambio, cuanto más lo pienso, más indescifrable me resulta. Y es que la naturaleza humana es infinitamente inferior al conocimiento verdadero. Mientras nos creemos capaces de poder resolver cualquier misterio, sólo podemos percibir un atisbo de aquello que aguarda, durmiente, en los oscuros rincones de la Tierra.
Temo el conocimiento espantoso que aguardan las páginas de este libro profano, este libro que siempre debió permanecer sellado. Sin embargo, algo me empuja a seguir leyendo. Tengo la vana esperanza que entre los abismos de locura haya algo a lo que aferrarse, una forma de combatirlo.
Mi nombre es Jack Sigmund Freud y ahora que empiezo a vislumbrar un atisbo de la verdad, he llegado a la maligna conclusión de que puede que todos seamos dementes. Este es un mundo de locos.
Pero para que podáis comprenderme, debo remontarme al día en que mi mundo cambió y me sumergió en esta espiral de demencia infinita, en la que yo, de forma inocente, caí como un ingenuo.
Todo comenzó con una llamada…



LA FIESTA

Sábado 18 de octubre de 1922

Me encontraba en mi consulta de Boston cuando sonó mi teléfono. Me sorprendió escuchar al otro lado de la línea a mi viejo amigo Allan Frost, un bróker de Boston con el que había trabado amistad años atrás. Hasta el momento, nunca había dejado de lamentar que se hubiera marchado a Nueva Orleans tras la muerte de su padre.
Allan no tardó en mostrar su gratitud al hablar conmigo y, cordialmente, me invitó a una fiesta en la Mansión Terrify en la 21 con la 6ª en Boston.
Acepté sin dudarlo. Tenía ganas de hablar con el viejo Frost. Había pasado lustros sin tener noticias suyas.

Viernes 19 de octubre de 1922

La invitación llegó esa misma mañana, cubierta de florituras, caligrafía elegante y un caro perfume. Ante mi asombro por la poca antelación, la fiesta quedó fijada para el martes 21 de octubre.
Ojalá hubiera sabido lo que sé ahora y hubiera reducido a cenizas esa invitación, maldiciendo la memoria del condenado Allan Frost.

Martes 21 de octubre de 1922

A la hora indicada, me dirigí a la fiesta con mi chófer en mi vehículo particular, un Cadillac tipo 55 que había adquirido hacía unos meses por una importante suma. Le dije al chófer que aparcara y me esperara hasta que saliera de la fiesta y entré, engalanado con mi traje de seda y con la seguridad que da el peso de un arma en la cartuchera.
Una vez en la fiesta, tomé algo de bebida y aperitivos. Como esperaba, todo era sumamente elegante, si bien algunos invitados llamaban poderosamente la atención. Entre estos se encontraba Bertrand Joseph, mentor de Allan, con el que charlé tranquilamente tras ser saludado por el anfitrión.
Sin embargo, apenas pude mantener unas palabras con Frost antes de que subiera de nuevo las escaleras que daban a sus habitaciones. Tras saludar indiferentemente a los recién llegados uno por uno, incluyéndome a mí, se disculpó educadamente y desapareció del salón.
Estaba intrigado por aquello que mantenía ocupado a mi anfitrión en el piso superior, pero tal vez por educación o tal vez por instinto, mantuve la boca cerrada.
No sólo eso hacía que la fiesta resultara sospechosa y mi inquietud se incrementara a cada minuto. También la abundancia de personal de seguridad daba un toque oscuro a la fiesta. Hombres curtidos, vestidos de negro y seguramente armados esperaban en cada rincón. Encontré poco convincente la idea de que fuera por simple seguridad.
Meditando, me dirigía al baño cuando una mujer chocó “accidentalmente” conmigo. No me pasó desapercibido el rápido movimiento con el que metió en mi bolsillo un pequeño papel, pero cuando quise preguntar, ella ya había murmurado una rápida disculpa y había entrado en el baño de mujeres, fuera del alcance de mis palabras.
En ese momento no puedo negarlo, me emocioné. Fui hasta el pasillo donde se bifurcaban ambos baños y en la puerta del baño de hombres leí la nota, que escrita en una caligrafía apresurada, rezaba: “Márchese de aquí inmediatamente. No pregunte”.
Sin dejarme alterar, cogí mi estilográfica, escribí mi contestación en el dorso de la nota y la dejé en la puerta del baño de mujeres. Entré al baño de hombres, pendiente de ver a la misteriosa desconocida cuando saliera del baño.
En el sanitario conocí a otro de los curiosos invitados de Frost, un ex militar ruso que compartía mis sospechas acerca de la fiesta. Ya que no parecía hostil y se encontraba en la misma situación de incertidumbre que yo, le ofrecí colaborar para desentrañar el misterio y, si la cosa se torcía, poder cubrirnos las espaldas el uno al otro. Su nombre era Tachenko.
Cuando salimos del baño, me encontré con la mujer de antes, que rápidamente me metió en el baño de señoras, sumamente nerviosa.
Su nombre era Sara Baker, la secretaria del señor Frost. La calmé como pude, pero poco parecían importarle mis palabras. Habló de una especie de ritual que Frost estaba preparando e insistía en que todos teníamos que salir de allí.
Me aseguró que en realidad yo no conocía al señor Frost. Seguro que si me esforzaba no recordaba nada de él, sólo creía recordarlo. Yo no quise darle crédito, pero al reflexionarlo fríamente supe que era cierto. No lo conocía, aunque había creído conocerlo. ¿Cómo era eso posible?
Demonios, debí haberle hecho caso entonces, haber buscado al chófer y haber salido de allí sin volver atrás. Fui un ingenuo.
Finalmente, Frost salió de su madriguera y propuso un brindis en honor a Bertrand, su amadísimo mentor. A unos pocos se les pasó por la cabeza el no confiar en la bebida que nos daban, y yo no fui uno de ellos, así que bebí sin sospecha y a los pocos minutos caí al suelo, sumamente fatigado y luchando por no perder el control de mí mismo. Vi a mi alrededor como los invitados y los miembros del servicio se desplomaban de igual modo. La bebida estaba envenenada.
Mientras luchaba por no dormirme, vi como algunos de los presentes en la sala desenfundaban sus armas. Rápidamente comenzó un tiroteo entre un hombre italiano, al que previamente había visto intentar acceder al piso de arriba, y los vigilantes de seguridad. Ya que estos no se hallaban en el suelo, supuse que no habían sido envenenados. Maldije mi suerte y mientras me incorporaba busqué a Tachenko, pero no lo encontré.
El resto de los acontecimientos sucedieron rápidamente y con poca claridad para mis sentidos adormecidos. En tan solo un instante, vi como una mujer se incorporaba y disparaba su arma hacia los de seguridad, el italiano acababa con su contrincante y una tremenda explosión hacía vibrar los ventanales. En una escena más propia de ficción que de realidad, Tachenko apareció en el salón armado con una enorme ametralladora, a su espalda una rugiente explosión de fuego.
Supongo que ese fue el plus que necesitaba, porque me sobrepuse al somnífero y desenvainé mi arma.
Entre todos logramos acabar con el último vigilante de seguridad y nos abalanzamos contra las escaleras, enfurecidos, en busca de Frost. De una patada derribamos la puerta de su habitación con las armas en ristre y preparados para descubrir un sobrecogedor espectáculo.
Sobre la cama se hallaban dos seres espantosos, humanoides necrófagos. Deformes criaturas que se estaban dando un copioso festín con los restos de un miembro del servicio. Una vez derribamos la puerta se giraron hacia nosotros con sus malignos ojos brillando.
Fácilmente logré sobreponerme a la visión de estos horribles “ghules” y abrí fuego contra ellos. Desgraciadamente, fallé. Desconozco qué habría sido de la señorita y de mí si Tachenko y el italiano no se hubieran encontrado con nosotros.
Versados en las armas de fuego, aniquilaron a las infernales criaturas en apenas un parpadeo. Con la adrenalina restante no me dejé amedrentar por los espantosos cadáveres y busqué signos de la presencia de Frost en la habitación. En lugar de ello, nos tuvimos que conformar con una especie de manuscrito, que en un primer vistazo pude datar entre unos mil y dos mil años.
Antes de que pudiera comenzar a descifrar el manuscrito, escuchamos el sonido de un coche saliendo a toda prisa de la mansión y posteriores sirenas de policía que se acercaban, por lo que decidimos salir de allí a toda prisa.
Mi maldito chófer se había marchado, así que Tachenko se ofreció para llevarme a casa. Una vez en la seguridad de mi morada, pude descifrar el manuscrito de Frost, que hablaba de una especie de sacrificio colectivo como ofrenda a una deidad sin nombre.

Miércoles 22 de octubre de 1922

Esa mañana recibí una llamada de Sara Baker, la secretaria del señor Frost, que me había advertido sobre la fiesta. No me dio muchas explicaciones, simplemente me citó en una cafetería ese mismo día por la tarde.
Cuando acudí, no me sorprendí demasiado al descubrir allí a Tachenko y a la señorita Jefferson, la invitada que se nos había unido en la fiesta y nos había acompañado a las habitaciones de Frost el día anterior. La mujer resultaba ser periodista.
También se encontraba allí el italiano, Tony Corleone, en cuya profesión no he creído conveniente indagar demasiado.
Baker nos contó que al salir con vida de la mansión Terrify habíamos llamado su atención y la de la Sociedad Enigma, una agencia dedicada a investigar sucesos paranormales como el que acabábamos de vivir. La Sociedad Enigma no nos proporcionaría información, tan sólo casos que quería que investiguemos y solucionáramos a cambio de sumas de dinero, todo de forma muy discreta, ya que no es apto para la mente de todo ser humano aquello que se oculta en las tinieblas.
Por supuesto que acepté, y volvería a hacerlo. Todos lo hicimos. Una vez había entrado en contacto con este mundo no había vuelta atrás. Sólo en las entrañas de la oscuridad se encuentra la luz del conocimiento.
Poca fue la información que Baker estuvo dispuesta a revelar. Tan solo que la sociedad tenía su sede en Arkham, donde también encontraríamos nuestra nueva residencia, y que recibía fondos de un acaudalado e importante mecenas.

Jueves 23 de octubre de 1922

Baker nos citó en un bufete de abogados en Arkham donde se nos presentó Michael Moore, un intermediario entre la Sociedad Enigma y las leyes, pero para nosotros simplemente era la persona que nos encargaría los casos.
Al salir de la reunión con Moore, acordé con Tachenko despedir a mi chófer actual y contratarlo a él en su lugar. Prefería rodearme en mi ambiente de trabajo de hombres capaces y diestros, y el ruso, si bien algo rudo, había demostrado serlo con creces. 

domingo, 3 de marzo de 2019

Estanterías vacías





Horror vacui

Nada más entrar mi corazón se hizo pedazos. Mi habitación, antaño repleta de magnas obras de ilustres literatos como Lorca, Unamuno, Machado, Reverte, Dumas, Stoker, Shelley... estaba ahora vacía de todo ese conocimiento, de toda esa literatura, de todo ese arte.

Herido. Ultrajado. Estupefacto.

Dejé caer las maletas en el suelo de golpe, con los ojos desorbitados y una diástole infinita en mi pecho. Quise llorar pero no me quedaba corazón para hacerlo. Fue entonces cuando murió parte de mi alma.

Mis libros estaban en cajas. Anodinas cajas de cartón encerrando saber y sentimientos a raudales. Un féretro de cartón para mis hijos de papel.

Las cajas apenas podían cerrarse. Quiero pensar que mi colección luchaba por escapar de su encierro. Quiero pensar que sus figuras literarias, sus pasiones, su retórica, su cultura y su nostalgia son lo suficientemente fuertes. Que nadie hará callar su clamoroso grito de libertad.

Pero no, han sido vencidos. Yacen unos sobre otros sin rebelarse y sin luchar. Ciegos, mudos y sordos. Su vibrante voz ha sido silenciada.

¿Y ahora? Ahora solo hay madera desnuda cogiendo polvo en el lugar donde antes se hallaba mi magnífica biblioteca.

Cierro los ojos y escapo hacia mis más profundos pensamientos.

Y recuerdo. Recuerdo que antaño cuando entraba en mis dominios nunca me sentía solo.

Conmigo en mi refugio había personas y personalidades. Grandes y sonrientes autores que  hablaban a través de su letra impresa en negro sobre blanco. Con esos amigos he vivido muchas cosas. He llorado, he reído, me he emocionado, me he sorprendido y he pasado miedo.

En mis dominios también había televisión y consola, ordenador y teléfono móvil. Es cierto que los había y también pasaba tiempo con ellos. Pero nunca serían sustitutos. Porque ante todo mi habitación era una biblioteca, yo vivía y dormía rodeado de libros. Todo tipo de tomos, distintas temáticas, autores y colores, pero libros al fin y al cabo.

Cuando estudiaba, dando vueltas por mi habitación, y me aburría solía fijar mi mirada en todos los títulos, los que había leído y los que no. La mayoría de las veces escogía uno cualquiera y disfrutaba pasando las hojas sin leer, sintiendo su tacto, su olor y su textura. Leía y releía mis páginas favoritas en voz alta y baja. Escapaba de la cruel realidad sumergiéndome en un mundo de ficción y de leyenda.

Era un momento tan íntimo como un beso en una estación, como la caricia a un amante, o como una última mirada a aquello que amas.  

Mi padre siempre acostumbró a leerme libros desde la cuna, no es exagerado decir que me crié con unos, maduré con otros y crecí con todos ellos. Y es que todos ellos eran importantes. Desde aquellos que todavía deseaba leer, hasta los que simplemente decoraban mis estantes. Libros de abuelos, tíos, padres y amigos. Libros más nuevos, más viejos o recién estrenados. Libros queridos, libros amados y libros despechados. Libros al fin y al cabo. Mucho más que un simple taco de páginas. Una forma de vida, un torrente de sentimientos, un nuevo mundo.

Un mundo que me ha sido arrebatado.


Cuando volví todo había cambiado. Mis hijos de papel habían sobrevivido ya a una tala antes de nacer, ¿por qué debían sufrir otra de nuevo? ¿Cuál es su culpa?

Duele, claro que duele.

El amor que he perdido ha sido tan real como ningún otro. Un amor distinto, pero tan auténtico como cualquiera. Un primer amor que jamás podré olvidar.

Los quería como si fueran mis hijos. Sí, es cierto que yo no fui su padre. Sí, es cierto que hay muchos más ejemplares por el mundo. Pero para mí eran únicos y especiales. Los cuidaba y mimaba, los limpiaba y ordenaba, los abría y me sumergía en ellos. Eran mi vida.

El que llamaba mi estante de honor ha sido revuelto, el orden de mis obras predilectas contorsionado. Su flexible fragilidad rota por manos torpes e ingenuas. ¿A qué inhumano ser antilector se le habría ocurrido colocar la literatura fantástica junto a la novela negra? ¿Qué clase de monstruo es el culpable de tal desorden en la que es verdadera raíz de mi personalidad?

Un profesor mío dijo una vez que la palabra de un legislador bastaba para reducir a cenizas bibliotecas enteras. Esta vez no han hecho falta ni palabras ni legisladores.

451 grados Fahrenheit es la temperatura a la que comienza a arder el papel. Sin embargo, esta vez no han hecho falta ni distopías, ni llamas para matar mis libros.

No, el culpable es aquel que asesina reyes y destruye grandes imperios. Aquel que es tan intangible e incontrolable como el viento. Aquel cuyo paso nunca es en balde. Aquel al que siempre debemos rendir cuentas.

Aquel que pasa también por mi alma, por mi habitación y por los libros que la ocupan.

Tiempo.

El que ha matado al arte y a la razón. El que la ha despojado de sus floridas vestimentas y dejado desnuda e indefensa. El homicida de mis amados retoños.

Pero, ¿están realmente muertos?

Es una buena pregunta. ¿Acaso no viven dentro de mí? ¿Acaso no viven en mi personalidad, en mi imaginación, en mis recuerdos y en mis escritos? ¿Acaso no siguen vivos a través de mi literatura?

Es posible.

Pero entonces, ¿qué es lo que ha perdido mi alma? ¿Por qué me siento tan vacío?

Tan vacío como la madera desnuda de las que antes eran mis estanterías. 

Darwin y Monster Hunter

Muchos de los que leáis esto reconoceréis la saga de juegos Monster Hunter. A mi personalmente sus juegos me encantan, aunque todavía no haya llegado a un nivel alto. El otro día, mientras cazaba a los monstruos vino a mi mente la idea del cómo son y la relación que tienen entre ellos.

Adonde quiero llegar con esto es a lo que se encuentra como título de esta entrada, la evolución de los monstruos y su aclimatación al medio en el que se encuentran.

Para entender estos términos voy a recurrir brevemente a Darwin. Según la teoría de la evolución que propone los seres vivos viven en ultima instancia para pasar sus genes a la siguiente generación, pero esto solo pueden lograrlo aquellos individuos mejor adaptados para sobrevivir, ya que aquellos que no están bien adaptados no sobreviven al medio, y en consecuencia  no pueden traspasar su código genético a otra generación.
Con el tiempo dentro de una misma especie surgen individuos que tienen características distintas al resto, lo que les permite adaptarse mejor que el resto de los miembros de su especie. Con el tiempo, estos cambios acabarán dando lugar a cambios drásticos en las futuras generaciones de la especie.

Ahora entramos lo que todos queréis ver, los bichos gigantes y chulos.


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Yian kut-ku
Aunque algunos puedan opinar que no es así creo firmemente que este monstruo seria una versión  primitiva del:

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Qurupeco
Ahora bien, ¿Por qué digo esto?
La respuesta esta observando a los 2 monstruos
Ambos poseen una fisonomía parecida, poseen alas, garras, pico, cola y unos apéndices que sobresalen de su carpo.





Dichas sus similitudes voy a decir como se acaba convirtiendo un Yian kut-ku en un Qurupeco.

Para empezar el pico del Yian kut es poco puntiagudo y extremadamente corto, haciendo de este un arma mucho menos eficiente que el pico alargado y lleno de dientes que el Qurupeco posee. Además, el pico del Qurupeco ha desarrollado una nueva función y no solo puede usarlo para atacar directamente, sino que puede imitar y amplificar los sonidos de otros monstruos que vendrán al lugar en que se encuentra. El llamado del monstruo le servirá como cebo para sus presas. Además, este hecho delata una superación en la debilidad que el Yian Kut-ku tiene frente a los sonidos fuertes, los cuáles pueden llegar a aturdirlo.

Otro punto de los puntos que los asemeja y al mismo tiempo distingue, es que ambos crean fuego. Sin embargo sus formas de hacerlo son bien distintas.
El Yian Kut-ku poseé un saco de llamas (Recordad que hablamos de seres ficticios, ¿Vale?) con el cual puede lanzar bolas de fuego para atacar, sin embargo este órgano parece ser bastante inestable y no siempre funciona como el Yian Kut-ku querría.
Por su parte el Qurupeco ha sustituido el órgano que genera llamas por uno que le permite expulsar una sustancia altamente inflamable la cual puede encender mediante chispas que el mismo puede generar chocando los "pedernales" que a desarrollado en su carpo.

Eso son los puntos que yo creo que relacionan y muestran que el Yian Kut-ku es una forma primitiva del Qurupeco, ahora bien, como he explicado al principio ser más evolucionado y complejo no implica necesariamente que uno sea mejor que el otro, simplemente están adaptados a entornos distintos con distintas exigencias para la supervivencia.Ambos viven en entornos distintos, con lo cual el Qurupeco es sencillamente un Yian Kut-ku que vio cambiado su entorno por cualquier motivo y tuvo que cambiar.

Sin más dejo aquí esta reflexión que se debe a demasiadas horas viendo documentales y matando monstruos.