martes, 28 de julio de 2020

Diario de J. S. Freud - Llamada de Cthulhu, parte 6



NOCHE EN BOURBON STREET


"Las chicas eran asaltas a altas horas de la madrugada las noches de luna llena, laceradas a golpes, violadas y estranguladas con una fuerza sobrehumana."


Durante los dos meses siguientes, acudí a los libros para mantener mi mente distraída y alejada de los últimos acontecimientos. Absorto en la lectura, las palabras conseguían alejar de mi mente el horror de los desafortunados hechos relacionados con la caja de Numbos y el fallecimiento de nuestra colega. 

Tras largas horas de profunda reflexión, había llegado a la conclusión de que debía subir peldaño a peldaño la escalera de ese conocimiento oculto a la mayoría de los hombres. Decidido a lograr mi objetivo, dediqué mi tiempo al estudio de The Magus, una de mis adquisiciones en la subasta de la Casa Ausperg.

Por lo que pude averiguar, el tomo era un tratado de ocultismo. Tenía continuas referencias a seres supraempíricos y deidades ultraterrenas, y, sin embargo, no había restos ni indicio alguno de fórmulas mágicas entre aquellas viejas hojas de papel. Tan sólo había páginas y páginas escritas en lenguaje decimonónico que hablaban sobre astrología y otras ciencias ocultas.

Jueves 20 de septiembre de 1923

Nos encontrábamos Yvonne, Doc y yo en la sala de estar cuando comencé a notar el ambiente cargado de energía estática. La tensión era tan densa que parecía poder cortarse con un cuchillo y me sobrevino un terrible escalofrío. De pronto, me invadió una sensación de angustia que se concentró en mi garganta. Sentí cómo la falta de aire comenzaba a hacer estragos en mi cuerpo mientras mi visión empeoraba por momentos y el mundo a mi alrededor comenzaba a girar y a tambalearse.

Mis compañeros no tardaron en darse cuenta del ambiente extremadamente cargado e intercambiaron miradas alarmadas antes de aproximarse rápidamente a sus armas. Entonces una revelación me sobrevino de golpe: algo se estaba aproximando.

La casa comenzó a temblar y del techo de la habitación surgió un vociferante y oscuro vórtice de pura energía. La masa de color negro me recordó nuestro episodio con el horror del Cubo y me avergüenza comunicar que, al revivir tan vívidamente esos episodios que creí enterrados en mi memoria, perdí el conocimiento.

Cuando desperté vi el rostro de Yvonne tratando de despertarme. Pude musitar que me encontraba bien al tiempo que me recostaba para ver a un desconocido hablando con Doc. Como pude deducir una vez aclaré mis pensamientos, el hombre había surgido (o tal vez sido expulsado) del vórtice de energía, que, obviamente, había desaparecido sin dejar rastro.
Parece que astros y dioses conspiran contra mí estado mental. ¿Cómo voy a poder demostrar a la comunidad científica que mi historia es cierta si no puedo apoyar mis hipótesis con pruebas que permanezcan en el mundo real? Por muy veraz que sea todo lo que apunto en mi cuaderno, sé lo increíble que puede resultar para alguien que no ha visto lo que yo he visto. Y no solo eso. Cuantas más pruebas se escurren entre nuestros dedos, más temo que todo esto tan solo se trate de una mera ilusión, un sueño dantesco del que espero mi pronto despertar.

Por supuesto, la extraña historia del desconocido no hizo más que aumentar las sospechas de mis compañeros y mis ganas de despertar de este mundo de locos.

El nombre del extraño personaje (pues sí, se trataba de todo un personaje) era Harvey But. Se definió a sí mismo como un arqueólogo y miembro de un grupo de investigadores que se encontraban en la jungla cuando fueron atacados por una tribu indígena. Huyendo de sus perseguidores se lanzó hacia un pozo, creyendo que en el fondo hallaría su muerte. Menuda sorpresa debió llevarse cuando apareció en mi salón. Claro, que mayor fue la mía, pues su puesta en escena fue de todo menos sutil.

Tras hacerle algunas preguntas al excéntrico Harvey, llegué a pensar que estaba borracho. Sin embargo, no olía a alcohol. Barajé diversas explicaciones a su extraño comportamiento, pero finalmente, tuve que concluir que estaba simple y rematadamente loco.
Nuestro involuntario invitado continuó balbuceando sobre la gran extensión de sus conocimientos. Dijo que provenía del futuro y era capaz de recitar poderosos hechizos.

Por supuesto, ante mis compañeros me mostré escéptico. Alguien debía tener la cordura del grupo. Doc desconfiaba de él y me recordó el asunto de Hunderprest, el hombre–reptil que se había hecho pasar por humano y había intentado matarnos. Si bien debíamos ser cautelosos ante el hecho de que Harvey hubiera aparecido en nuestra casa a través de un portal, si hubiera querido perjudicarnos ya lo habría hecho. Por otro lado, Hunderprest no trató de dialogar con nosotros en ningún momento. Harvey era harina de otro costal.

En efecto, todo lo que rodeaba a Havey era algo de locos. ¿Quién podría creer algo así? Yo lo hago. Cuando miro a ese loco contemplo mucho de Freud en Harvey. Le creo, por supuesto que le creo; pues cuando lo miro me veo a mí mismo. No lo que soy ahora, ni un reflejo de lo que he sido, sino en lo que puedo llegar a convertirme. Harvey es sólo un hombre que ha visto y vivido mucho más que nosotros. Él ha abandonado toda explicación lógica de la realidad ¿Podemos decir que está loco? ¿No será que está mucho más cuerdo que todos nosotros?

Fue justo en ese momento cuando llamaron a la puerta y llegó una carta del viejo amigo de mi padre Malcolm Edward Ferret. El hombre requería de mis servicios como investigador, pues mi fama había llegado hasta Nueva Orleans, su lugar de residencia. Al parecer desde hacía unos meses se estaban produciendo una serie de horribles asesinatos de chicas jóvenes y Mr. Ferret temía por la seguridad de su única hija, Ethel. En su carta me suplicaba que fuera a Nueva Orleans y pusiera en acción mis afamadas dotes detectivescas con el fin de descubrir al asesino.
Halagado, comenté el caso con mis colegas y ambos aceptaron. Garabateé una respuesta para Malcolm, diciendo que partiríamos cuanto antes y encontraríamos al asesino. Ojalá todo hubiera sido tan fácil como le hice creer a mi viejo amigo.

Sábado 22 de septiembre de 1923

El tren llegó a Nueva Orleans al anochecer. Había logrado convencer a mis compañeros para que Harvey nos acompañara, pues no paraba de afirmar que necesitaríamos sus conocimientos para resolver el caso. Tanto Yvonne como Doc acabaron cediendo, si bien fue el último el más reticente.

Nada más salir del tren pude ver a un hombre joven que sostenía un cartel con mi nombre. Me acerqué a él y le estreché la mano. El hombre se presentó como el hermano de Malcolm, Stephen Ferret. De camino a casa de su hermano traté de sonsacarle alguna información que nos pudiera resultar de utilidad, pero el hombre no parecía saber demasiado.

Una vez llegamos a su casa presenté a mis colegas a nuestro cliente, Mr Malcolm Ferret. Pese a mis protestas, nuestro anfitrión insistió en tratar el tema por la mañana y nos acostamos en las habitaciones que el servicio había preparado para nosotros.

Domingo 23 de septiembre de 1923

Al día siguiente acompañamos a Malcolm en el desayuno y nos puso al corriente. Las víctimas de los asesinatos parecían ser mujeres jóvenes entre los 18 y 26 años. Las adolescentes no tenían ningún aspecto físico en común, ni el asesino parecía tener predilección por ningún tipo de mujer. Las chicas eran asaltadas a altas horas de la madrugada las noches de luna llena, laceradas a golpes, violadas y estranguladas con una fuerza sobrehumana. Tal era la fuerza del agarre mortal que las vértebras de su cuello quedaban prácticamente pulverizadas. Los cadáveres habían sido encontrados por la policía todavía calientes, pero no había ningún sospechoso, ni rastros que los perros pudieran seguir.

Malcolm había contratado a un detective privado, Joe Finnigan al que fuimos a ver para que ampliara nuestra información.
Aparte de corroborar lo anterior, el detective nos contó que había habido al menos seis muertes, los hechos estaban intentando ser tapados por la policía local para no poner más nerviosa a la comunidad, pero igualmente se había hecho eco en la prensa sensacionalista. El homicida comenzaba a ser llamado “el Estrangulador” y la comunidad cada vez estaba más nerviosa.

Durante nuestra entrevista con el detective me percaté de que Harvey lo miraba con extraña fijeza. Una vez nos marchamos de su casa me explicó que estaba comprobando si Finnigan parpadeaba. No había que fiarse de alguien que no parpadea. Fue entonces cuando recordé nuestro episodio con Hunderprest y cómo no parpadeó ni una sola vez en todo el tiempo que estuvimos en la subasta. Grabé a fuego el consejo del arqueólogo en mis adentros, quizá  finalmente Harvey resultara tan útil como afirmaba ser.

Mientras que Doc e Yvonne iban a la comisaría, Harvey y yo buscamos alguna información sobre “el Estrangulador” en los periódicos locales. No encontramos ninguna información relevante y desistimos cuando cerraron la biblioteca al anochecer. Volvimos a casa de Malcolm, dónde habíamos decidido hospedarnos el tiempo que se prolongara nuestra estancia en Nueva Orleans, y nuestro anfitrión nos presentó a su hija.

Ethel Ferret era una bella jovencita de 23 años, alta, de pelo rizado y preciosos ojos oscuros. Una vez apareció ante nuestra vista quedó clara la forma en que tenía encandilados a su padre y su tío. Mientras Harvey comprobaba si parpadeaba, Yvonne fue a hablar con ella para intentar advertirla de los peligros que corría una joven mujer, sola en mitad de la noche y con un psicópata asesino andando cerca. No obstante, sus intentos de advertirla fueron en vano, la joven se marchó a seguir con su dionisíaca rutina. Varias veces volvimos a tratar de hablar con la arisca Ethel y ninguna de ellas nos prestó la menor atención.

Su padre nos había contado que después de la muerte de la madre de Ethel la había malcriado, dado el exacerbado patrimonio familiar la fémina "tenía la vida resuelta” y se mostraba incapaz de decirle que no a nada de lo que le pedía. 
A pesar de todo, el instinto de mis compañeros les alarmaba de que Ethel podría ser la siguiente víctima del “Estrangulador”, y no había una joven de Nueva Orleans que me importara más que la hija de mi cliente.

Por todo esto, decidimos seguirla y llamar a su tío, Stephen, para que nos ayudara a hacerla entrar en razón y garantizara su seguridad.
Los cinco seguimos a Ethel hasta un lugar de dudosa reputación, repleto de ruido y charlestón. Yvonne trató de entrar en aquel antro, pero todos los intentos resultaron infructuosos debido a la infranqueable seguridad del lugar. Finalmente esperamos el amanecer montando guardia en el coche de Stephen y una vez seguros de que Ethel no iba a salir de momento, nos marchamos.

Lunes 24 de septiembre de 1923

Cuando Doc e Yvonne habían ido a la comisaría el día anterior la policía se había negado a colaborar con ellos. Comenté esto a Malcolm y nuestro anfitrión dijo que dijéramos al jefe de policía que era él quien nos había contratado. Al parecer el apellido Ferret gozaba de buena reputación.

Ciertamente así fue, gracias a esto conseguimos reunirnos con el jefe de policía Hazard, aquel que estaba a cargo de la investigación. Amablemente, accedió a colaborar con nosotros e intercambiar información. La policía debía estar realmente desesperada como para acceder a colaborar con civiles, pero me guardé esos pensamientos para mis adentros.

Hazard nos dio los nombres, profesiones y edades de siete mujeres fallecidas en los últimos cuatro meses. Todas ellas habían sido asesinadas en noches de luna nueva o luna llena. Según el informe forense, habían sido profanadas post–mortem. Una de ellas Stella Parrish, había sido penetrada, pero su violación no había llegado a consumarse.
Además de esta información, nos dio la dirección del sargento Ronson, un agente que andaba haciendo ronda por Bourbon Street cuando abrió fuego contra un sospechoso vestido con una gabardina. Había sido él el que había encontrado el cadáver de Mrs Parrish. 

Ya casi estábamos yéndonos cuando el jefe de policía mencionó que hace unos meses se había llevado a cabo una redada en uno de los bosques cercanos a la ciudad. Al parecer se había desmantelado una banda criminal de origen sectario que llevaba a cabo rituales paganos en los bosques. La redada fue un rotundo éxito y, a excepción de los que murieron en el tiroteo, todos los miembros de la banda fueron encarcelados.

Cavilando esta nueva información fuimos a casa del sargento Ronson. El hombre nos confirmó que había abierto fuego contra un hombre alto, con gabardina justo después de descubrir el cadáver de una de las mujeres asesinadas. El sospechoso se movía a una velocidad que el sargento definió como inhumana, lo que provocó que fallara su tiro y escapara impune de la escena del crimen.

El sargento Ronson nos contó que también había participado en la redada de la llamada “Secta de los pantanos”. La finca había sido destruida y los miembros de la secta que continuaban con vida estaban encarcelados o habían sido recluidos en psiquiátricos.
Dimos las gracias al sargento y nos marchamos a la biblioteca para intentar obtener más información sobre dicha secta.

Fue allí donde descubrimos la relación de dicha secta con un libro de artes oscuras relacionado con la luna y la deidad griega Hécate Trivia. Inter dicta Selenis, el misterioso grimorio latino de la diosa de la magia y las encrucijadas. Lamentablemente, el libro no se encontraba en la biblioteca. Ojalá todo hubiera sido tan fácil.

Cuando ya estábamos a punto de marcharnos vi al sargento Ronson en la sección de ocultismo de la biblioteca. Me dijo, de forma parca, que sentía afición por las ciencias ocultas. Nuestra conversación no se extendió demasiado. El policía tenía prisa y se marchó de la biblioteca, llevando varios libros consigo.

Al salir de allí, comenzamos a repasar las pistas e información que poseíamos. Stella Parrish, Ethel, Ronson, la Secta de los pantanos, Inter dicta Selenis… Todos esos nombres daban vueltas en nuestras cabezas, sin una relación clara. Teorizamos largo y tendido. Todos nuestros conocidos eran potenciales sospechosos. Si algo teníamos claro es que el asesino tenía poderes que no eran de este mundo, fuerza y velocidad sobrehumanas, una secta de por medio… Aquello parecía un caso a nuestra altura. Como suele suceder, nos encontrábamos atascados entre tal torrente de información cuando la voz angelical de un joven nos sacó del ensimismamiento de nuestros pensamientos.

Por la calle pasó un repartidor de periódicos pregonando que los restos mortales de Martha Beshop, una de las mujeres asesinadas, habían sido profanados de su tumba.
Dando gracias a Dios por este golpe de suerte, Stephen condujo su vehículo con celeridad hacia el cementerio de la ciudad. Allí vimos a una patrulla de la policía custodiando a un hombre en estado catatónico, con sus ropas manchadas de barro.
Intentamos que el agente al cargo del caso colaborara con nosotros, pero todo fue en vano. El receloso policía nos alejó de allí y no nos quedó más remedio que acudir a la gendarmería.
El agente Hazard, en cambio, sí que nos permitió interrogar a Mr. Beshop, el hombre que había sido encontrado en la tumba abierta de su hija, Martha. El hombre no recordaba cómo había llegado al cementerio y se encontraba muy nervioso, todavía en estado de shock. Murmuraba que no debía cogerlo, que ÉL no debía hacerse con él. El objeto que debía ser protegido se hallaba en su casa, y pude prometerle que aquel que había matado a su hija no se haría con él.

Raudos como el rayo, acudimos a casa de Mr. Beshop. La detective consiguió forzar la cerradura de la puerta de su casa y fuimos directamente a su habitación, donde había un arcón de madera tapado por una sábana blanca. Al abrir el arcón encontramos el libro, Inter dicta Selenis, en su latín original.
Una vez con el grimorio en nuestro poder, decidimos refugiarnos de nuevo en casa de Malcolm, donde pensábamos pasar la noche.

Acabábamos de salir de la casa cuando nos asaltó un policía que nos preguntó qué estábamos haciendo. Gracias a Dios, logré convencerle de que éramos investigadores que colaborábamos con la policía y finalmente nos dejó en paz.
Habíamos estado cerca de correr el mismo destino que Jefferson, no podíamos permitirnos más problemas con la ley. La periodista lo pagó muy caro, y nosotros no debemos caer en sus mismos errores. 
Al fin y al cabo, ella se merecía lo que le sucedió. ¿No es cierto?

Martes 25 de septiembre de 1923

A la mañana siguiente, decidimos ir a casa de nuestro principal sospechoso: el sargento Ronson. Si una de nuestras teorías era correcta, es posible que fuera nuestro hombre. Harvey había leído en el libro sobre la maldición de Hécate, una maldición que provocaba un ansia insaciable de vida humana cada periodo de tiempo. Pensábamos que Ronson había sido destinatario de la maldición al haber participado en la redada que acabó con la secta. Si Ronson fuera consciente de su maldición, y todo apuntaba a que así era, intentaría por todos los medios posibles acabar con ella, lo que encajaba con que hubiera estado buscando sobre ocultismo en la biblioteca.
Por tanto, mi plan era contactar con él, hacerle saber que tenemos el libro y confirmar que él era el asesino si se desenmascaraba.

Tocamos al timbre del apartamento del sargento, pero no hubo respuesta. También pedimos su número al jefe Hazard, pero tampoco respondía al teléfono. Parecía no hallarse en la casa, y desde luego no íbamos a intentar allanar otra morada. 

Aturdidos, decidimos buscar a la hija de Malcolm en su casa. Ethel no se encontraba allí, por lo que aprovechamos para introducirnos en su habitación, por si encontrábamos alguna pista sobre su posible paradero. Aquella noche habría luna nueva.

Lo que encontramos en la habitación de Ethel fue escalofriante. En primer lugar, Harvey localizó un colgante de cristal y afirmó que se trataba de un amuleto capaz de otorgar poder sobre algo, pero ¿el qué?
Fue en el diario de la adolescente donde encontramos las evidencias. Ethel había sido la causante de las muertes de todas esas chicas. Había pertenecido a la “Secta de los pantanos”, junto con el resto de las víctimas y ahora se estaba dedicando a cazarlas para conseguir el libro y así restaurar la secta. Para lograrlo había hechizado a un pobre desgraciado y lo obligaba a seguir sus órdenes, haciendo que asesinara brutalmente a aquellas que Ethel pensaba que podrían haber escondido el libro.

Conmocionados con los nuevos descubrimientos, decidimos contárselo a Malcolm, pero el ingenuo buen hombre no nos creyó. De pronto me asaltó la retorcida idea de que podría ser mi viejo amigo aquel que estaba siendo controlado por su propia hija. Algo en su mente permanecía en el subconsciente, enterrado en lo más profundo de su ser. Algo que le cegaba. Algo que le impedía ver la verdad.

Logré recomponerme y tragué saliva. Si Malcolm era esa bestia, ya no debía tratarlo como amigo mío.

Doc atacó por la espalda a nuestro anfitrión y logró noquearlo. Lo atamos y aguardamos a la caída de la noche, esperando la llegada de la perversa luna.

Pasaron las horas, la noche era tan cerrada que no había luz alguna del firmamento capaz de atravesar la oscuridad que se cernía sobre Nueva Orleans. Ya muy tarde, en la madrugada, nos dimos cuenta de que Malcolm no era nuestro hombre. Stephen suspiró aliviado. Finalmente, su hermano no se había convertido el monstruo que, por un momento, habíamos pensado que era.

Montamos en el coche y, llevados por un presentimiento, nos encaminamos raudos hacia Bourbon Street. Allí encontramos el cuerpo todavía caliente de una joven mujer. La bestia andaba suelta.
Mientras yo telefoneaba en una cabina a la policía, Doc encontró un rastro cerca del cadáver y lo seguimos, armas en mano.

Finalmente los encontramos. Una criatura bípeda, una masa de músculos y pelo que despedía furiosa adrenalina, clavó su sangrienta mirada en nosotros. A su lado, Ethel alzó la mano en su dirección y ordenó a lo que quedaba del sargento Ronson acabar con nosotros.

La bestia se movió a una velocidad sobrehumana e intentó agarrar a Doc del cuello. Sin embargo, mi colega lo esquivó por instinto y la criatura erró en su ataque. Abrí fuego, hiriendo superficialmente a la criatura, pero esta ni siquiera pareció notarlo.

Fue Stephen quien nos salvó. Apuntó y disparó una única bala al monstruo, con la fortuna de que acertó en su perverso corazón. Ronson se desplomó lentamente en el suelo, muerto. Rápidamente volvió a transformarse en humano.

Miré alertado a mí alrededor, pero Ethel había desaparecido. Fue entonces cuando Harvey, musitando unas extrañas palabras, hizo un símbolo en el aire y pude ver en sus ojos un destello de reconocimiento. El arqueólogo gritó de alarma e Yvonne y Doc dispararon sus armas, acertando a Ethel, que se hallaba frente a nosotros entonando un cántico obsceno.
Al ser alcanzada por el fuego cruzado, la bruja se cayó al suelo con múltiples heridas. Mientras moría, aún tuvo tiempo para dirigirnos una mirada de odio mientras su cuerpo se convertía en cenizas.

Fue justo entonces cuando Stephen salió de su embrujo, miró a las cenizas y musitó que esa no era su sobrina.

El sargento Ronson fue encontrado culpable e identificado como “el Estrangulador”. Cuando informamos a Malcolm de lo sucedido nos contó que su hija, la verdadera Ethel, había muerto hacía años. No había modo alguno de hacerle recordar a la bella chica de pelo rizado que hace sólo unas horas había estado viviendo en su casa.

Finalmente nos pagó los 2.000$ dólares acordados y volvimos a Arkham, lejos de aquella espiral de muerte y locura y con un nuevo libro bajo el brazo. 
Al fin y al cabo, quizá no todo había resultado en vano.

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