martes, 18 de agosto de 2020

Diario de J. S. Freud-Llamada de Cthulhu, parte 8 (¿final?)


VIAJE A SIWA


"Pensé que debíamos ser héroes. Cuán estúpidos fuimos"


Creo haber tocado fondo.

Cuando cierro los ojos todavía lo veo. Veo los pasadizos pintados de colores vivos y veo las cámaras repletas de oro y joyas. Siento la paciente mirada de las estatuas clavada en mí, y siento la piedra recién pulida bajo mis pies.

A veces incluso puedo oler el fragante aroma que reinaba en el ambiente, y sentir el calor de las antorchas que iluminaban los pasillos.

Es como si todo fuera un sueño…o más bien una pesadilla.

Doc me dice que estoy bien, que sólo necesito reposo, sólo necesito alejarme de mis libros por una temporada y todo volverá a la normalidad.

¿Normalidad?

Debe ser una broma.

Es comprensible para él, no carga con este peso que hace el vivir algo tan difícil.

No tiene las pesadillas que me asaltan en cuanto cierro los ojos.

No puede ver sus caras mirándome con odio, sus susurros acusándome, su rostro encapuchado…

Oh, Dios cruel ¿por qué?

¿Por qué yo? ¿Por qué he sido elegido?

Ya era difícil con el peso de Jefferson y Stephen.

¿Por qué me haces esto ahora?

¿Por qué tantas almas con las que cargar?

 

Sábado 8 de marzo de 1924

Los días posteriores a nuestro último caso me fui a pasar una temporada con mi sobrino, Leo Strauss, al que dejé una copia de mi diario e instrucciones de que, si algún día no volviera a saber de mí, contactara con Michael Moore para que le pusiera en contacto con el resto de mis compañeros de la Sociedad Enigma. 

Puede que haya condenado a mi ingenuo sobrino, pero ¿acaso no estamos ya todos condenados? Me siento mucho más seguro sabiendo que, cuando yo me vaya, habrá alguien que continuará con mi trabajo. Siempre he sido un hombre egoísta. 

Justo un mes tras el episodio en el que Steven perdió la vida, Tachenko y yo volvimos a nuestra vieja casa de Arkham para descubrir que no había nadie allí. En cambio, había una nota bajo la puerta que avisaba que nuestros colegas se habían mudado a las afueras de Arkham.

Desconfiados, Tachenko y yo nos desplazamos hasta la enorme mansión Van Laaden.

Una vez allí no pude salvo sentirme asombrado por la barroca inmensidad del edificio gótico. Entré como una exhalación y pedí a Harvey explicaciones nada más verlo. El viejo profesor trató de tranquilizarme diciendo que habían comprado la mansión con el dinero resultante de la venta de unos cuadros. La casa, al parecer, parecía estar embrujada, y ellos habían acabado con el fantasma que allí habitaba, los cuadros habían sido el pago por sus servicios. 

Me dejé convencer fácilmente, no es que me fiara de que me estuviera diciendo toda la verdad, sino que me resultaba indiferente. Haciendo gala de una apatía nihilista, obvié toda presencia humana y subí hasta el piso de arriba, buscando la que sería mi futura habitación.

Estaba tan inmerso pensando en las reformas que había por hacer, que casi no me percaté de que había un desconocido en la casa.

El nuevo inquilino tenía pinta de vagabundo, por lo que regañé a Harvey y maldije para mis adentros. Era lo único que faltaba en nuestro circo de extraños.

El hombre se apellidaba Quack, y creo que no creo que le proporcionara una buena impresión. Aunque tampoco hice esfuerzo alguno por hacerlo. Se presentó como un investigador forense especializado en incendios, y pude ver como de vez en cuando tomaba notas en un pequeño cuaderno. Además de eso hacía muchas preguntas, lo que no fue muy de mi agrado. A veces la gente hace preguntas sobre cosas que no deberían saber.

Doc me convenció de que la casa necesitaba una serie de reformas, por lo que eché mano de la cuenta conjunta para pagar el cableado, la luz, el teléfono y  el resto de las reformas que necesitaba precisaba a ojos de mis derrochadores compañeros. 

Al rato llegó una carta a mi nombre. Parecía ser una oferta de trabajo, incluso nos prometían la formalización del contrato por escrito y una considerable suma remuneratoria al término del encargo. La carta estaba firmada a nombre de Franklin Jefferson, un filántropo septuagenario y multimillonario.

La decisión de aceptar el empleo fue unánime, y ese mismo día cogimos un taxi hacia la mansión de nuestro cliente.

Una vez allí el bien ataviado servicio nos atendió con educación hasta que Franklin pudo atendernos. El acomodado burgués nos recibió efusivamente y se deshizo en halagos hacia mí y nuestro alegre banda. Al parecer, últimamente estaba realizando una serie de negocios en el continente africano, más en concreto en la occidental región egipcia de Siwa. Sus excavadores se habían topado con la cámara de lo que sospechaban que era una pirámide enterrada bajo las dunas.

La expedición estaba siendo dirigida por Joseph Clay, un amigo de la familia, y Henry Henderson, un especialista en el Antiguo Egipto. Los últimos informes que habían llegado a América hace un par de semanas advertían de que la expedición había encontrado una puerta hacia la tumba que parecía imposible de abrir, por lo que contaban con nosotros para ello y lograr que la excavación continuara su natural curso. 

La paga era demasiado buena, por lo que aceptamos sin dudarlo. Nada más despedirnos de nuestro anfitrión marchamos a comprar utensilios que pudieran servirnos de utilidad en el implacable desierto del Sahara.

 

Miércoles 24 de marzo de 1924

Nuestro transatlántico llegó al Cairo por la mañana. No perdimos tiempo y nos reunimos con Joseph Clay tan pronto como nos fue posible. Clay informó de que habían descubierto un sello en la puerta de la pirámide que eran incapaces de abrir y que Henderson, el egiptólogo, tenía la teoría de que habían descubierto un lugar de culto hacia una deidad. No obstante, según su experto criterio, un templo no debería estar en un lugar como aquel. Harvey coincidía con el tipo. Quise indagar más, pero el hombre no parecía saber mucho y tampoco estaba del todo seguro. Al parecer él estaba algo desconectado del trabajo de campo. Ya tendríamos tiempo para investigar cuando llegásemos a Siwa.

 

Viernes 26 de marzo de 1924

Llegamos a Siwa cercano el ocaso, con el Sol amenazando por desaparecer entre las dunas de arena blanca. Clay nos condujo hasta la excavación entre las tiendas de los miembros de la expedición. A simple vista calculé que habría con facilidad unos trescientos trabajadores afanados en desenterrar la vetusta edificación.

En la puerta del descomunal templo nos esperaba Henderson, un hombre de carácter afable que nos puso al corriente del estado de la excavación. Nos dijo que habían encontrado una abertura por lo que creían que era uno de los laterales del templo, sin embargo, no parecía conducir a ninguna parte, pues había sido obstruida por los escombros. También desechó la idea de que se trata de una pirámide, todo apuntaba a que su estructura era rectangular al fin y al cabo. 

Harvey y yo observamos la puerta con interés, el sello no parecía estar formado por jeroglíficos, sino por algo mucho más esotérico. Era un signo de protección, grabado para guarecer aquello que moraba en el interior del templo de los peligros del exterior. Un símbolo de poder, proveniente de Aquel que no debe ser nombrado.

Una vez seguros de que no podríamos entrar por la puerta principal, pedimos a Henderson que nos mostrara la otra apertura. Subimos por un andamio y encontramos un estrecho agujero, ensanchado por el inexorable paso del tiempo.

Lancé una bengala y pude ver como realmente no parecía conducir a ninguna parte, los escombros cubrían casi toda la cámara.

Atamos una cuerda a la cintura de Harvey y lo hicimos descender cuidadosamente hasta el fondo de la cámara. Cuando ya estaba cerca del suelo la cuerda desapareció de nuestras manos. Apenas nos dio tiempo a llamar a nuestro amigo cuando lo escuchamos desenfundar y disparar el arma en el interior de la tumba. Había disparado en dirección a sus propios pies.

Pensando que mi colega había enloquecido, llamé a Harvey a gritos. Mi colega respondió que había disparado a una serpiente y que estaba bien, pero teníamos que bajar para ver lo que él estaba viendo.

Algo en su voz me resultó extraño, por lo que desconfié. Mi instinto trataba de advertirme y cuanto más insistía el arqueólogo más raro me parecía lo que pedía. Podíamos verlo por la apertura desde el exterior, mirando a su alrededor con los ojos muy abiertos y expresión de asombro. Como si hubiera algo más que escombros y arena ahí abajo. Receloso, insté a mis compañeros a que lanzáramos otra cuerda a Harvey para ayudarle a salir de allí. En un principio se negó, así que seguí insistiendo y acabé por convencerlo de continuar esta conversación en el exterior como personas civilizadas. Además, estaba comenzando a anochecer y las noches en el desierto egipcio distaban mucho de ser plácidas. 

Harvey cogió la cuerda y comenzó a trepar por ella. De pronto, la cuerda se rompió y nuestro compañero volvió a caer al suelo. Cuando estiramos de la cuerda hacia arriba vimos que el corte era limpio, pero él no había sido capaz de cortarla.

Nerviosos, lanzamos una cadena y esta vez logró ascender a la superficie, pero distaba de haber recuperado su conducta anterior. Actuaba extraño, como ido, como si no hubiera salido de allí. Era como si algo quisiera que hubiéramos entrado con él al templo. 

Después de cenar y ya en la tienda, lo atamos de manos antes de retirarnos a descansar. Se quejó, obviamente no lo teníamos atado por su propia voluntad, pero todos y no sólo yo desconfiábamos de Harvey y su singular comportamiento. 

Con estos pensamientos sin poder abandonar mi cabeza, caí en un vigilante duermevela.

 

Sábado 27 de marzo de 1924

Me desperté sobresaltado en mitad de la noche para descubrir, no sin demasiado asombro, que Harvey no estaba. Cogí mi pistola y salí corriendo por el campamento, gritando para despertar a los demás.

Lo encontré en la puerta del templo, observando fijamente el sello. No recuerdo que me dijo, pero yo sabía la verdad, alguien lo estaba controlando y no iba a dejar que nos pusiera a todos en peligro. Lo retuve allí con la fuerza de mis palabras y di tiempo a mis compañeros para llegar hasta nosotros. Cuando lo hicieron, Tachenko agarró al profesor para inmovilizarle y le hizo una llave para inutilizarle una pierna. Sin embargo, aplicó demasiada fuerza y lesionó a Harvey de levedad.

Con este nuevamente atado de manos y ahora además tullido, volvimos a la tienda a descansar durante las pocas horas que faltaban hasta que saliera el sol.

Nada más amanecer, nos despabilaron unos gritos provenientes del campamento. Cuando salimos pudimos de nuestras tiendas fue para observar a una multitud congregada alrededor de un cadáver.

Haciendo a un lado a la gente, Doc examinó el cuerpo reseco. Es como si hubieran chupado su vida hasta dejarlo momificado en un asombrosamente buen estado de conservación. Por su antigüedad, la momia debía tener más de dos siglos, sin embargo, el resto de trabajadores estaba firmemente convencido de que se trataba del cadáver de uno de los excavadores. Nos maldecían, por ser blancos y extranjeros y rezaban a Alá para evitar un destino así. Algunos de ellos abandonaron la excavación, pero los capataces lograron mantener la calma al cabo de un rato. 

El pánico no debía cundir por el campamento, sólo habíamos sufrido un desgraciado accidente. Esa fue la versión que nos repetimos los unos a los otros, por increíble que pareciera. El trabajo debía continuar. 

Una vez nos hubimos deshecho del cuerpo, Harvey se sinceró con nosotros y volvió a insistir en que debíamos entrar en el templo por el agujero donde él había estado el día anterior. Susurró que aquello que había dentro ya había salido hace mucho y ahora debíamos ser nosotros quienes acabáramos con lo que moraba en el interior de aquel santuario maldito. Al principio me negué, no quería que todos acabáramos como él, sin embargo, ¿cómo podíamos derrotar a nuestro enemigo sin ir hasta él? Adentrarnos en su terreno era la única opción posible. 

Pensé que debíamos ser héroes. Cuán estúpidos fuimos. 

Descendimos a la cámara donde Harvey había estado con la cadena que había utilizado para sacarlo de allí. Nada más entrar los escombros desaparecieron, dando lugar a tres arcos bien ornamentados de decoración egipcia que conducían al interior de la construcción.

Por uno de estos pasillos vimos a una figura avanzar hacia nosotros. Era Harvey, pues el que hasta ahora había estado con nosotros ahora se había desvanecido sin dejar rastro alguno. El recién llegado profesor nos explicó lo que había ocurrido con pelos y señales. 

Era algo de locos, tenía que serlo. No obstante, no me resultó difícil de creer y comprender, para bien o para mal he de decir que voy acostumbrándome.

Nuestra alma partida en dos y atada a este lugar, dos partes de nosotros conectadas, un hechizo sobre el templo, una gran ilusión, el Innombrable…

Puede que fuera algo de locos, pero sus ojos veían lo mismo que los míos. Y los míos me decían que había retrocedido en el tiempo a una era en la que los dioses erraban por la tierra como hombres.

Fue Doc el único inmune a nuestra locura, era Doc quien siempre veía y había visto el mundo de forma racional, el último atisbo de un alma pura en esta vorágine de demencia.

Todos juntos caminamos a través de los pasillos pintados de dorado y carmín, cubiertos de jeroglíficos multicromáticos. A medida que avanzábamos, Harvey iba traduciendo en voz alta las antediluvianas inscripciones grabadas en la piedra.

No habíamos caminado demasiado, cuando entramos en una sala cuadrada, en cuyo centro había una luminosa caja de madera. En los cuatro vértices del habitáculo se encontraban cuatro estatuas antropomorfas con testa de chacal que empuñaban pesados khopesh.

Recordando los episodios de la caja de Numbos y el Cubo Resplandeciente advertí a mis compañeros de que llevaran cuidado en no tocar nada y seguimos avanzando.

Nuestro camino nos llevó hasta un pasillo notablemente más ancho que desembocaba en lo que parecía ser la puerta del templo, aquella que estaba cerrada con el sello desde el exterior.

Harvey, entusiasmado mientras descifraba las inscripciones, pasó por alto mi advertencia y pisó de forma descuidada una losa que cedió ante su peso. Nada más darnos cuenta de lo que sucedía fuimos testigos, con horror, de que las estatuas de la sala anterior cobraban vida y se lanzaban a la carrera a por nosotros.

Gracias a nuestra suerte, todos excepto Harvey logramos esquivar los golpes de las efigies animadas y salir ilesos del combate. No obstante el profesor, todavía debilitado por la luxación de su pierna, no tuvo tanta suerte. Fue alcanzado por una de las afiladas armas y comenzó a sangrar como un cerdo por un amplio tajo en su pecho. Su estado era crítico, pero contra todo pronóstico se las arregló para permanecer consciente.

Yo por mi parte, descargué mis armas sobre tres de las estatuas, reduciéndolos a escombros, mientras que Tachenko acababa con el último. No negaré que suspiré aliviado cuando vi apagarse la endemoniada luz azul de sus ojos de piedra.

Sin tiempo que perder, agarré mi maletín médico y traté las heridas de Harvey tan bien como pude, logrando estabilizarlo y conteniendo la hemorragia que manaba de su pecho abierto. 

Fue entonces cuando escuché Su Voz.

El tiempo se detuvo, el mundo dejó de girar, y ante nosotros apareció Él.

¿Su rostro? Oculto.

¿Su voz? Sonando en el más recóndito rincón de mi mente.

¿Su nombre? Impronunciable

Y nos propuso el trato, sí que lo hizo.

El ruso calló, incapaz de articular palabra.

Sus ojos ámbar estaban clavados en mí, esperando una respuesta.

Y acepté, no podía rechazarlo.

Pensé en que todos dependían de mí, de lo que yo respondiera en ese momento.

Él sabía que aceptaría el pacto incluso antes de hacerlo.

Nos dijo que abriría las puertas para que pudiéramos cumplir nuestra parte.

Nos dijo que las almas de nuestros compañeros quedarían perdonadas.

Y abrió la puerta; una puerta que jamás debió abrirse.

Y yo sigo siendo el único culpable.

Ahora debo cargar con este peso hasta el fin de mis días.

Puede que no hubiera otra opción, es lo que me digo continuamente para evitar volverme loco.

Puede que realmente no la hubiera, pero eso no me hace inocente.

Fui yo el único responsable de esa masacre, de esa desgracia, de todas esas almas…

Fui yo, Jack Sigmund Freud, su único asesino.

***


Como habéis podido leer en el título ya hemos llegado al final de las aventuras publicadas de J. S. Freud. En primer lugar, me gustaría agradecer a todo el que esté leyendo estas palabras el haber llegado aquí. Si bien la idea de crear el blog fue nuestra, sois los lectores más fieles aquellos que hacéis que todo esto siga siendo posible. La buena acogida que tuvo el re-estreno fue felizmente inesperada y es a causa de vuestro interés y no otra cosa lo que nos motivó y nos sigue motivando a continuar escribiendo y abrir el blog a otra clase de géneros y temáticas. 

En lo que respecta al Freudiario, todo el que haya leído la entrada de hoy ya sabrá que las aventuras del parapsicólogo no han finalizado con su más que profetizada muerte, como habéis podido comprobar a lo largo de sus aventuras este hombre no es fácil de matar, sino por la simple razón de que sus aventuras en la campaña de rol no han continuado por ahora. 

Echando la vista atrás es curioso recordar el momento en que nacieron estas aventuras. Recuerdo bien esa calurosa tarde de verano en que un buen amigo mío, el jugador que se esconde tras la infame señorita Jefferson, me convenció para unirme a esta campaña de rol. Quién me iba a decir que aquella supondría una de mis mejores experiencias roleras, y la mejor puerta de entrada al maravilloso mundo de los Mitos de Cthulhu del maestro Howard Phillip Lovecraft.

Por todo ello me gustaría dar las gracias a todos mis compañeros en este viaje, tanto a mis camaradas de la Sociedad Enigma como al magnánimo director de juego que dotaron de una emoción y color a estas partidas imposibles de plasmar en cualquier diario. 

Pero no tenéis por qué llorar, Freud volverá. Todavía no sé cómo, cuando ni en qué forma, pero os aseguro que lo hará y que en el futuro volveré a ponerme en los zapatos del que para mí es uno de los mejores personajes que he tenido el placer de interpretar. Hasta entonces, sus aventuras quedarán para su re-lectura en el archivo de la Torre Morada, esperemos que por mucho mucho tiempo. 

Aunque si lo que buscáis es contenido fresco, tampoco tendréis que esperar demasiado, pronto comenzará una nueva historia que estrenará el inicio de la más extensa saga que el blog haya visto hasta la fecha: Forgiven Desencadenada. 

Me hace mucha ilusión anunciar este nuevo proyecto en el que llevamos trabajando distintos autores ya bastante tiempo y estoy muy seguro de que superará vuestras mejores expectativas.

Dicho esto poco más, gracias de nuevo por haber llegado hasta aquí y espero que pronto vuelvan a cruzarse nuestros caminos.

Nos vemos en la Torre Morada. 

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