martes, 16 de junio de 2020

Narración preliminar a la Campaña: Los Asesinatos del Juguetero


EL CABALLO DE HOJALATA

"Nadie regalaría un juguete a un hombre adulto, y muchísimo menos uno tan horrible como ese."

 

Hacía un espléndido día de agosto en Madrid, el sol brillaba con fuerza sobre el tejado de la lujosa residencia de estilo inglés del barón Juan Martínez, en pleno barrio de Salamanca.

En su interior, la señora Maruja sudaba y resoplaba al subir los empinados escalones que conectaban el primer piso con la planta baja de la aristocrática casa. Sonaba por todo el piso de arriba, la alegre música de un gramófono.

Ese condenado chisme parecía no callarse nunca -pensaba la señora Maruja- además ¿qué era esa clase de galimatías que cantaban esos señores? Su Señoría el barón parecía enamorado de esos desagradables ingleses y de todo lo que ellos hacían. Tenía unas aficiones realmente extrañas Don Juan. ¿Por qué no podía escuchar a Raquel Meller, como todo buen hijo de vecino?

Llevaba Maruja, apretujada contra su cuerpo una caja de cartón pequeña, mientras que, con la otra mano, envuelta en un rosario, se apoyaba en la barandilla que facilitaba su ascenso. Paró unos segundos en el descansillo que había a mitad de la escalera y jadeó, con el rostro azorado por el esfuerzo.

Una ya se hacía mayor para servir sola en una casa tan grande. Los años no pasaban en balde y habían endurecido su oído, por eso casi no había escuchado el ruido de la puerta al ser golpeada.

El cartero había tenido que llamar con fuerza, porque ella estaba en la cocina y el estridente sonido del chisme de Su Señoría sonaba por todas partes, camuflando la mayor parte de los ruidos de la vida cotidiana.

Cuando abrió, esperando encontrar a Pablo, el cartero habitual, encontró a un mozo nuevo, delgado, con el rostro chupado y ligeramente encorvado. Tenía un paquete en sus manos, la caja de cartón para el señor de la casa.

La señora Maruja cogió el paquete. Era ligero, no como las dádivas que solía recibir el Don, así que echó una buena ojeada al hombre. Algo extraño debió haber visto en sus ojos que, nada más despedirse y cerrar la puerta, sintió la necesidad de rezar el rosario que siempre llevaba bien envuelto en su mano izquierda.

Fue sólo tras el credo, un padrenuestro y tres avemarías cuando se vio con el valor suficiente de enfrentarse a la subida por esa escalera del demonio.

Tras un esfuerzo titánico, la señora Maruja logró llegar al piso superior de la casa y llamó a la puerta del despacho de Su Señoría Juan Martínez, dueño de esa bonita casa de estilo inglés y destinatario del paquete de cartón.

Don Juan le indicó con un gesto a la vieja mujer que dejara el paquete en el suelo. Era un hombre joven, corpulento pero apuesto, portaba una cuidada barba a la europea y vestía un elegante traje negro. Se hallaba disfrutando afanosamente una copa de un Jumilla mientras escuchaba lo último del jazz swing, recién llegado del otro lado del charco.

Se acercó, con curiosidad, a la deslucida caja de cartón y vio su nombre en el destinatario. El albarán indicaba que lo habían enviado desde la ciudad de Alicante, pero el nombre del remitente no figuraba por ninguna parte.

Haciendo uso de su abrecartas de enjoyado mango, cortó el cordel y abrió el paquete, revelando en su interior una nota y un pequeño caballito de hojalata.

Don Juan dejó caer el paquete al suelo con fuerza, y el caballo de hojalata hizo un ruido metálico al chocar contra el entarimado de madera escocesa.

No había sido el asombro de encontrar un juguete dirigido a su nombre lo que le había hecho perder los nervios. Maldición, él se tenía por un hombre cuerdo. Sino el hecho de que el caballo tenía algo más que inquietante. Estaba sonriendo.  

Con unos dientes blancos como la cal en una boca anormalmente grande, el espeluznante caballo de hojalata sonreía. Al lado del mismo había una nota, una muestra del amplio refranero español: “A caballo regalado no le mires el dentado”.

Desde luego se trataba de una broma de mal gusto, probablemente un artificio de alguno de sus rivales. Nadie regalaría un juguete a un hombre adulto, y muchísimo menos uno tan horrible como ese.

Iba a descubrir quienes eran los responsables, iba a buscar al que hubiera traído el paquete y …

BUM

Las llamas del fuego lamían con furia los restos del despacho del barón. Su cadáver, completamente calcinado, había salido disparado hacia el gramófono, acallando así por fin su música.

La explosión había reventado las ventanas y desarrajado las puertas. Los cimientos se habían sacudido sin furia y la antaño bonita casa inglesa crujía, su primer piso expulsando un denso humo negro que oscurecía el sol estival.

En mitad de todo ese infierno, sin la nota y sin la caja de cartón, podía verse todavía al caballo de hojalata que sonreía pese a toda la destrucción que le rodeaba.

Casi podemos decir que en el interior de sus ojos metálicos había un destello…de inteligencia...


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