martes, 14 de julio de 2020

Diario J. S. Freud - Llamada de Cthulhu, parte 5 (2/2)


LA CAJA DE NUMBOS


"Fue entonces cuando la vi. Entre la oscuridad me pareció ver algo reposando en el suelo. Una caja gris con un botón."


Viernes 20 de julio de 1923

Esperamos en Arkham un par de días a que Tachenko recibiera el alta médica para que pudiera acompañarnos. Donde quiera que nos llevara esa dirección, estaba seguro de que necesitaríamos un ruso con ametralladora.

Nada más salir del hospital le pusimos al corriente de todo lo que había sucedido en su ausencia y planeamos nuestro viaje a Nueva York.

Justo ese mismo día, Jefferson se entrevistó con el agente Allright, que logró que le concedieran una libertad bajo fianza debido a los extraños sucesos de dos días atrás.

 

Sábado 21 de julio de 1923

Llegamos a Nueva York al día siguiente. Nada más llegar propuse ir a la dirección para echar un primer vistazo. Las placas nos condujeron hacia un edificio de oficinas con un gran letrero en el que ponía: EMPRESAS OXIUM. Parte del esoterismo secretista con el que había relacionado a esa supuesta “secta”, desapareció de un plumazo. Nuestro enemigo era mucho más rico y poderoso de lo que imaginé en un principio. No sabíamos de qué era capaz. Ojalá hubiera podido evitar todo lo que sucedió a continuación.

Cerca del edificio Jefferson se sobresaltó, afirmando que había sentido algo. Nosotros le restamos importancia, ciertamente el edificio parecía inquietante, muy distinto a todo lo que nos habíamos enfrentado hasta ahora. Pero ninguno de nosotros nos percatamos de nada extraño. Doy gracias a Dios por ello. Puede que nunca sepa qué fue lo que alarmó a mi colega.

El edificio estaba cerrado a cal y canto, por lo que decidimos preparar nuestro equipo y volver al día siguiente.


Domingo 22 de Julio de 1923

Tachenko, Jefferson, Doc, Yvonne y yo nos equipamos con nuestras armas y utensilios. De nuevo íbamos a enfrentarnos a lo desconocido. ¿Quién sabe qué encontraríamos en el edificio Oxium? Desde luego, nada que jamás hubiera podido imaginar. 

Una vez nos montamos en el coche me recorrió una extraña sensación, algo veloz pasó por delante de mis ojos. Sentí frío. Después todo se volvió negro.

 

Cuando desperté y abrí los ojos no noté ninguna diferencia con tenerlos cerrados. La oscuridad era tan intensa que era imposible ver algo en la negrura. Palpé, aturdido a mi alrededor y noté la figura de mis compañeros a mi alrededor. Los desperté a todos, dejando a la periodista para el final. Una vez ésta abrió los ojos la estancia empezó a iluminarse.

Estábamos en el suelo de una habitación de piedra, como los antiguos calabozos medievales. Quien fuera que nos había recluido allí se había preocupado de desarmarnos. Las paredes estaban cubiertas de cierta luminiscencia y tratamos de seguirlas, buscando una salida. Fue en vano. La habitación se repetía como un bucle, si avanzabas demasiado por un extremo acababas saliendo por el otro. No había puertas, ventanas, ni corría el aire por ningún lado. Estábamos encerrados en un diabólico lugar sin salida.

Fue entonces cuando la vi. Entre la oscuridad me pareció ver algo reposando en el suelo. Una caja gris con un botón.

Grité a mis compañeros para alertarles sobre mi descubrimiento y Jefferson dio un respingo. Nos exigió que le entregáramos la caja. Mi instinto se alarmó, resultaba sospechoso. Me negué rotundamente a la periodista y así la caja, guardándola para mi. 

Conforme Jefferson iba repitiendo que le diéramos la caja, algo comenzó a suceder en la habitación. Las paredes comenzaban a moverse. Paulatinamente pudimos observar como en la roca surgía relieve, formando la figura de lo que parecía ser una caja con un botón.

Asombrado, acallé la voz de la curiosidad que me decía que pulsara el botón mientras Yvonne iba a la pared para examinar el relieve. Cuando lo hizo se giró rápidamente y hecha una furia golpeó con su puño a Jefferson, tumbándola en el suelo. 

Las paredes retumbaron y comenzaron a resquebrajarse, la leve luminiscencia se volvió roja intensa. Tachenko ahogó un grito y cayó al suelo. Doc y yo saltamos a separar a ambas mujeres.La detective gritaba como una demente que iba a matar a la periodista. 

Cuando finalmente conseguimos tranquilizarla nos dijo que Jefferson era la causante de todo, quien nos había encerrado allí. Las paredes olían a su perfume.

La luz roja atenuó y Jefferson comenzó a llorar desconsoladamente. Nada más caer las primeras lágrimas de los ojos de la mujer la habitación comenzó a inundarse a una velocidad vertiginosa.

Grité a Jefferson que dejara de gimotear y gracias a Dios que lo hizo. Justo entonces el agua desapareció tan rápidamente como había aparecido y volvió la calma.

El ruso estaba en el suelo, aturdido y nervioso. Sufría un shock tal, que ni siquiera recordaba quien era o qué hacía allí. Curiosa es la forma en que la mente humana se refugia en lugar de tratar de enfrentarse a aquello que no comprende. Mientras Doc trataba de calmarlo, me dirigí a la periodista.

Jefferson estaba desquiciada, estaba sentada en el suelo y parecía estar hablando con alguien que nadie más podía ver o escuchar. Traté de calmarla y hablar con ella con el fin de que me contara qué es lo que estaba pasando.

Jefferson nos contó que ÉL se le había aparecido la noche anterior y la había hipnotizado. Le había dado la caja y la había obligado a pulsar el botón cuando todos estuvieran reunidos. Ahora, ÉL estaba dentro de su cabeza. ÉL le decía que debía coger la caja y pulsar el botón. No todos podíamos salir de aquí. Éramos nosotros o ella.

De esto, dedujimos que, al haber pulsado el botón, Jefferson estaba conectada con la caja. Por un lado, todo lo que parecía suceder a Jefferson le sucedía también en el lugar donde estábamos. Por otro lado, ÉL no tenía intención de dejarnos salir a ninguno.

Porqué Jefferson no nos mató entonces, es algo que quizá nunca sepamos. Dentro de su cabeza ella era casi omnipotente, podría haber deseado nuestra muerte y simplemente nos habríamos desintegrado. Pero no lo hizo, quizá quedara algo de nuestra colega en su torturada mente.

Continuamente me pregunto qué habría hecho yo en su lugar. ¿Me habría atrevido a pelear con mis compañeros para arrebatarles la caja? ¿Habría sucumbido a la insistente voz en mi cabeza? ¿Habría enloquecido ante la presión? ¿Habría dado mi vida por mis compañeros?

Son preguntas que todavía me impiden, hoy en día, conciliar el sueño por las noches.

Las horas pasaban muy despacio y varias ideas fueron cobrando forma en nuestras cabezas.

Doc era partidario de destruir la caja, no pulsar el botón como Jefferson y ÉL querían. Quizá si estuviéramos dentro de la mente de Jefferson y la caja fuera el objeto causante de todo, destruirla nos habría liberado. En cambio, existía otra posibilidad. Era posible que estuviéramos dentro de la caja y el hecho de destruirla significara también nuestra destrucción.

Yvonne era partidaria de matar a Jefferson, segura de que así podríamos escapar de ese lugar. Sin embargo, yo no me mostraba tan proclive a matar a mis compañeros como la detective. Buscaba otra solución desesperadamente, una que no fuera tan arriesgada. 

La tercera solución era pulsar el botón, aunque parecía ser justo lo que ÉL y Jefferson querían. No sabíamos qué podría pasar si lo hacíamos. Jefferson tampoco tenía idea alguna. Las posibilidades eran tan infinitas como la imaginación del ente superior que nos tenía allí recluidos.

Después de todo me sentía responsable, era yo quien tenía la caja. Era yo quién debía dar la razón a uno u otro. La vida de mis compañeros pendía en mis manos. ¿Podía permitir a Yvonne matar a Jefferson? Ni siquiera estábamos seguros de que esa solución nos salvara al resto.

En efecto, estábamos atrapados en una pesadilla.

Durante el tiempo que estuvimos reflexionando tratamos de experimentar con los poderes de Jefferson. Descubrimos que no podía simplemente desear salir de allí, por lo que no era omnipotente. ÉL y Jefferson luchaban por el control de lo que sucedía en la caja. Nosotros éramos las pobres ratas de laboratorio.

Tras lo que parecían ser horas, pero bien pudieron ser días, algo en el suelo comenzó a cobrar la forma de un hombre extremadamente demacrado y cubierto con una túnica. Su cara era idéntica a la de los otros clones, si bien, sus rasgos eran casi esqueléticos.

La criatura hizo surgir un enorme y viscoso tentáculo de la nada y lo lanzó hacia nosotros, con la mala suerte de que fui alcanzado en un brazo y mi extremidad se partió con un chasquido.

Grité de dolor y caí al suelo, al tiempo que la periodista se tensaba y alrededor del ser enfermizo comenzaba a aparecer una especie de halo translúcido. El ruso, desquiciado, se lanzó hacia el hombre de la túnica y lo placó, tirándolo al suelo. Doc corrió hacia ellos y descargó una tremenda patada sobre la cabeza de nuestro enemigo. El chasquido del cuello partido reverberó por toda la sala. Miré la herida de mi brazo y al ver el hueso sobresalir entre la carne supe que no teníamos mucho tiempo, necesitaba encontrar un médico lo antes posible. Teníamos que salir de allí.

Fue idea de Doc que Jefferson deseara que el ruso recuperara sus recuerdos y aparecieran nuestras armas. Y tan pronto como lo deseó, la caja hizo que fuera posible. 

Con mi Mouser en mano me sentí algo más seguro, sin embargo, la asesina mirada de Yvonne estaba fija en Jefferson. Debíamos escoger rápido. ¿Pulsar el botón, destruir la caja o matar a Jefferson? Jamás he tomado una decisión tan difícil en toda mi vida.

El tiempo apremiaba, ÉL se estaba impacientando. ¿Quién sabe cuántos más de sus esbirros podía mandar contra nosotros?

Finalmente decidimos que debía ser Jefferson quien apretara el botón. No conseguiríamos nada matándonos los unos a los otros. Si la caja era destruida había bastantes posibilidades de que nosotros también. Jefferson había sido quien, apretando el botón, nos había traído aquí. Quizá que volviera a apretarlo era la forma de volver a la realidad.

Decididos y hartos de esperar, Jefferson apretó el botón y por un momento, mi corazón dejó de latir.

De la pequeña caja surgió ÉL. Era muy parecido a todos los clones que nos habían atacado, pero, al instante, todos supimos que este era el original. Debía medir al menos dos metros, era físicamente imposible que hubiera surgido de una caja tan diminuta. Pero qué importaba la física ahora.

El ser fijó sus ojos en la periodista, musitó una palabra de poder y con un gesto suyo mi colega se consumió en fuego mágico. Jefferson murió con un rictus de terror en el rostro, convertida en una estatua de ennegrecida ceniza.

Tachenko soltó una maldición en ruso y vació su ametralladora sobre el asesino de Jefferson. El brujo apenas tuvo tiempo a reaccionar. Las balas lo devolvieron al agujero del que había venido.

Y todo se volvió negro. 

 

Cuando abrí los ojos, estábamos en el interior de las oficinas de Oxium. Sacudí la cabeza deseando que todo hubiera sido un sueño perturbado. Una ilusión de mi mente lunática. Pero no. A mi lado se hallaba lo que quedaba de Jefferson: ascuas y culpabilidad.

Frente a nosotros encontramos un despacho con un nombre grabado. El odiado nombre de a quien había jurado matar. Allan Frost.

Una búsqueda concienzuda en el despacho reveló un conjunto de escritos sobre la “Caja de Numbos”, los cogí rápidamente. El efecto de la adrenalina comenzaba a disiparse y cada vez notaba más el dolor de mi brazo roto.

Salimos del edificio y llamamos a una ambulancia. Absorto por el dolor no tuve tiempo de volver la vista atrás, en cambio, Doc, Yvonne y Tachenko sí que lo hicieron. Justo a tiempo para observar como el edificio Oxium desaparecía como si nunca hubiera existido.

 

Al fin he cumplido la promesa que me hice a mí mismo. Juré que nunca descansaría hasta tener el cadáver de Frost a mis pies. Allan Frost yace muerto. Hemos librado a la humanidad de un terrible enemigo, nuestra cuenta ha sido saldada.

Entonces, ¿por qué siento este peso en el pecho?

¿Por qué siento que nuestro trabajo no ha terminado?

¿Por qué el rostro de Jefferson y la caja siguen apareciendo en mis pesadillas?

Él está muerto, tiene que estarlo.

No hay manera de que pueda haber sobrevivido.

Tenía que ser él

¿No es cierto?


2 comentarios:

  1. A este paso, no sé si el sr Freud conocerá alguna vez las aventuras y desventuras de Tony y Alfred J. Kwak a lo largo del transiberiano...

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    1. ¿Quién sabe? Yo solo puedo alcanzar a anunciar que desde luego el diario de Freud tiene un final...y que este no está tan lejano.

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