martes, 3 de noviembre de 2020

Guía de viaje del Padre Stone - Vuelta 8 - Forgiven Desencadenada


La "Guía de viaje del Padre Stone" es el nombre que reciben una serie de posts de género fantástico-medieval, pertenecientes a la saga de relatos: Forgiven Desecadenada, que se haya ambientada en un mundo de creación propia llamado Gloom.

Si este es el primer relato que habéis encontrado de la sección os invito a leer la introducción a la misma aquí. Si deseáis empezar directamente a leer desde el primer capítulo podréis hacerlo desde este enlace. Y si en cambio queréis echar un vistazo a todos los capítulos publicados hasta la fecha, podréis hacerlo aquí o pulsando en "Guía de viaje del Padre Stone"  en las Categorías del blog, a la derecha de esta entrada. 

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Octava Vuelta

"Y así, con Crystaline guiando nuestros pasos, ambos sacerdotes escapamos del Infierno".



Voluble es el favor de los dioses. 

                                                                                                     Corrió hasta llegar a la posada.

Inescrutables son sus designios. 

Cerró la puerta de su alcoba.

Y, aun así, ¿quién de entre todos los mortales puede tener la osadía de llamarse el Elegido?

Lloró al escribir por última vez.

¿Quién posee la voluntad para proclamarse su paladín?

Observó su reflejo en el cristal.

¿Cuál ha de ser su tarea?

Sacó el argem y la daga de su túnica.

¿Cuán libre es de decidir su camino?

Miró con odio a ambos.

¿Es el destino inevitable o una mera expresión de los deseos de los dioses?

Suplicó en silencio una respuesta.

¿Puede un simple mortal ser su sagrado instrumento?

Hundió la daga en su pecho.

¿Hay sólo tinieblas tras la muerte?

Dejó de latir su corazón.


En mi sueño me vi a mí mismo en el interior de una pirámide de grandes dimensiones, de paredes de cristal y relucientes aristas de argem. No había decoración en aquel lugar, no había lujo alguno, sólo una armoniosa música de campanas llenaba la pirámide y hacía vibrar dulcemente aquel paraíso de fino espejo.

Paz. Libre ahora de las distracciones de mi cuerpo y sus pasiones, la paz se alojó sobre mi ánimo como el dulce manto de una madre.

Ambrosía.

Supe en aquel momento que me hallaba en la Tierra de los Dioses y que Dios me había transportado a su propio corazón.

Comulgué, dejando reposar al fin mi torturada mente. Mis preocupaciones, pasiones e inquietudes se desvanecieron ante la melodía que una vez nos había visto nacer. Esta era la paz que tanto tiempo había buscado. En la muerte, mi alma se había reencontrado con Crystaline.

Cerré los ojos y me dejé llevar por ella. De mi piel surgió una luminiscencia similar a la de una pequeña llama que prendió mi cuerpo y limpió mi alma. No temí, pues en su fuego dorado sólo ardían los pecadores.

Sumido en mi plácida calma pudieron pasar vueltas mayores, deciclos o cientos de ciclos florales.

Pero ni siquiera en el reino de los dioses podría descansar eternamente, pues mi descanso fue alterado por una pequeña veta negra que apareció en uno de los extremos del poliedro. Me resistí a abrir los ojos, pero no me hizo falta. Sentí cómo la pirámide se oscurecía como si yo mismo fuera parte de ella.

Pronto, esa diminuta mancha se ramificó y la oscuridad comenzó a ensombrecer por completo uno de los vértices de cristal. Brillante polvo de argem cayó sobre mi cabeza. La armonía de las campanas se descompasó, y su melodía tenía ahora un tono alarmante. La pirámide se estaba quebrando.

Blasfemia. En el exterior de la pirámide, envuelto en penumbra, se encontraba el abominable causante de este mal. El odioso traidor. El Padre Venerable Puro.

Sus manos extendidas despedían la oscuridad que en forma de vetas negras cubría y quebraba la pirámide. El hereje sonreía con sus pequeños ojos clavados en mí al otro lado del cristal transparente. Sangraba, y el espeso líquido que caía por todos los orificios de su cuerpo avanzaba dispuesto a sofocar toda luz todo a su paso. Su pelo cano ya no era gris, sino de un blanco pálido.

Era un servidor de El Negro. Siempre lo supe.

Las tinieblas cubrieron por completo el exterior de la pirámide y la constreñían como una serpiente hace con su presa. Las campanas sonaban ahora tan tenues que apenas eran inaudibles. La brillante luminiscencia del cristal titilaba y amenazaba con extinguirse. Gemí de angustia. ¿Qué podía hacer yo contra tan terrible mal?

Entonces lo supe. Crystaline me había dado la respuesta.

Convoqué a Dios y de mis manos surgió un orbe llameante de luz dorada. Sentí el poder del Dios del Cristal entre mis dedos, pugnando por salir de ellos. Sentí la energía que me embargaba al usar el Don de Proto, aunque de forma más límpida y pura. Pero, sobre todo, sentí paz.

Alcé mis manos hacia la pirámide y el fuego dorado escapó como un torrente, haciendo retroceder con su luz a las sombras que se alejaron heridas de la pirámide. Mis ojos fueron cegados y apenas fui capaz de ver cómo el traidor Puro era consumido por el fulgor divino antes de desvanecerme.

***

Desperté hecho un ovillo en el frío suelo de piedra. Ni en mi pecho ni en mi túnica había agujero alguno, pero la sangre en la daga de la sacerdotisa de El Negro no dejaba lugar a dudas.

Había muerto y Crystaline me había traído de vuelta.

Alcancé el espejo con ansia y miré mi cuello. La cicatriz había desaparecido y toda mi piel brillaba con el resplandor de un argem repleto de energía. Volvía a tener mi don. Me sentí rebosante de poder, como si un fragmento de su alma se hubiera quedado conmigo para guiar los pasos de mi renacimiento. Pero eso no era todo.

Los ojos que me devolvieron la mirada no eran de mi natural color cobalto. Eran dorados, y resplandecían como el poder de la llama que en mi sueño había salido de mis manos.

No. No fue un sueño. Fue una revelación, una profecía.

Crystaline me había mostrado lo que estaba escrito. Lo que debía ser.

Y me había escogido a mí para llevarlo a cabo.

Stone había muerto a la séptima Vuelta de su llegada a Forgiven.

Golden es el nombre de aquel que ha renacido. El Elegido de Crystaline.

Y tenía una misión.

***

Me temo que os debo una explicación, queridos lysandros, pues parece haber pasado toda una vida desde la última vez que tomé la pluma para dirigirme a vosotros. ¡Oh, cuántos y qué intensos han sido los últimos acontecimientos!

De hecho, aunque me encontrara escribiendo estas palabras en el Kandro Feliz justo tras mi milagrosa resurrección tendría mucho que contaros sobre la vergonzosa nota que escribí y los sucesos que llevaron a ella. Pero ese no es el caso.

Me encuentro por segunda vez en muy poco tiempo en la botica de Galeno, el único lysandro que ejerce los servicios de curandero en Forgiven. No niego que el maestro cirujano ejerce su labor con mucha destreza, al fin y al cabo, fue capaz de coser notablemente bien mi cuello de la terrible llaga que esos malditos de la Mano Negra me habían infringido. Como Garip, su poder medicinal está muy por encima de cualquier auxilio que Vanish o sus esclavos pudieran haberme dado, y puede que incluso sea superior a una plegaria a la Madre de los Dioses. Pero de ahí a haberme mandado unas vueltas de reposo...maldito vejestorio.

No entiende que las quemaduras de mi cuerpo ya casi han sanado por completo. No entendió cuando le expliqué que la energía de los argems fue la que me mantuvo en pie cargándonos a mí y a mi compañero hasta llegar a la puerta de la botica. No entiende por qué mis ojos han cambiado de color, ni por qué insisto en que me llame Golden.

No entiende nada. Pero supongo que vosotros tampoco. 

Es natural. Como ya he dicho, os debo una explicación. 


El posadero de El Cáliz nos dijo a Armour, Vanish y a mí que Puñal se había reunido con unos compañeros de viaje en la posada hacía unas cuantas vueltas menores. Tras pagar su estancia, ensillaron sus kandros y partieron en dirección a las puertas de la ciudad.

Ante la insistencia de Armour, el posadero recordó que Puñal portaba una lujosa espada larga en su cinto, adornada su empuñadura con plata y esmeralda.

Tenían a Mason.

No perdimos el tiempo y partimos de inmediato, ensillando nuestros propios kandros nos dirigimos en la dirección que nos señaló el posadero: el camino de Risen. Debíamos cabalgar veloces si pretendíamos alcanzarlos, nos llevaban muchas vueltas de ventaja.

Nuestro kandro no era especialmente robusto, pero sí lo suficiente como para cargar con el ligero Vanish y conmigo. Tomé las riendas y espoleé a la pobre criatura hasta que agrieté sus escamas con mis espuelas.

Armour nos siguió cabalgando su propia montura. Su kandro siseaba y babeaba, molesto, no debía ser agradable mantener esa velocidad soportando el peso de la fornida lysandre y su pesada armadura de mallas.

Con la ayuda de Crystaline logramos alcanzar a los fugitivos a la altura de un escarpado desfiladero no muy lejano de la puerta de la ciudad. Los cinco jinetes de kandro habían avanzado de forma despreocupada, desconociendo que los perseguíamos. Al ver que nos aproximábamos galopando por el horizonte uno de ellos dio la voz de alarma. Cuando la distancia fue más próxima logré reconocer los tatuajes en sus brazos y piernas. Mi diagnóstico había sido acertado. Eran ladrones de la Mano Negra. 

Apenas necesitaron hablar entre ellos. Su jefe, al que reconocí como Puñal por la espada que colgaba al cinto, arreó a su kandro y emprendió la carrera con su insólito rehén. El resto bajaron de sus monturas y se encararon hacia nosotros, desenvainando sus armas. Sabían que nos superaban en número. Nos matarían sin poner en peligro al prisionero o su recompensa. Su plan era sencillo.

Pero ellos no contaban con Vanish, y a decir verdad yo tampoco. 

Todavía sigo preguntándome cómo lo hizo. No lo vi desaparecer de mi kandro, tan sólo escuché el aire vibrando tras de mí y sentí cómo la bestia se aligeraba al desaparecer su peso.

La siguiente vez que lo vi estaba en uno de los kandros de los ladrones. Cogió las riendas y espoleó su montura en persecución de Puñal. 

Me asusté. Ese poder ni de lejos era uno de los más elementales. En el combate vi a Armour invocando un vendaval para quitarse de encima a un ladrón y a su contrincante defendiéndose con una pantalla de agua. Piedra, aire, agua y fuego. Esos eran los poderes que habían sido concedidos a los lysandros.

Pero Vanish... ¿es posible que tuviera alguna de las Ancestrales? La Espada Dimensional o quizá la Alquímica podrían haber hecho lo que él hizo. Quizá. No estoy seguro.

¿Qué otra explicación hay?

En el momento miré con terror el pelo de su cabeza, esperando encontrarme que había revelado su total palidez, confesando su naturaleza como Oscuro. Pero su cabello permanecía tan oscuro como el negro tizón, el único destello blanco de su pelo provenía de un solitario bucle en la parte de atrás de su cogote, como el de cualquier otro lysandro.

Vanish no es un Oscuro, pero tampoco un Portador. Ha de ser un Garip, es la única explicación posible a su magia. Pero su poder es demasiado útil, demasiado peligroso. ¿Cómo es posible que no haya sido llevado a la Ciudadela como Tributo de Sangre? 

Por insólita que sea su magia, mi compañero parece capaz de controlarla. Fue gracias a él que recuperamos a Mason y logramos vencer a los asesinos de la Mano Negra. No he preguntado al respecto, pero sé que fue él y no Armour quien salvó mi vida cuando caí herido en el combate

Así es, queridos compañeros, perdí la consciencia cuando una perversa daga atravesó mi cuello en un golpe que pensé que era mortal. Fue así como acabé por primera vez en el negocio de Galeno, y fue él quien aprovechó las vueltas que pasé inconsciente para sanar la herida que me había cercenado las cuerdas vocales. Pero por buena que fuera su magia, no era capaz de obrar milagros.

Cuando traté de hablar no fue mi voz la que emergió de mi lacerada garganta. Fue un estertor roto. Una muda mutilación. Un grito afónico.

Descuartizado. Vacío. Roto. Inservible.

Esa y no otra fue la razón que me llevó a tomar la terrible decisión de acabar con mi propia vida.

La voz de un sacerdote de Crystaline es, sobre sus manos o sus ojos, su don más preciado, especialmente para un confesor. Sin ella jamás sería capaz de ejercer mi profesión, de cumplir con la Primera Regla, de elevar mis plegarias a la tierra de los dioses, de convocar el sagrado Don de Proto. Un fiel del Dios del Cristal dotado con una locuaz lengua de plata es mucho más que un regalo, es una bendición de los dioses. Es mediante el habla y ninguna otra arte la forma apropiada de transmitir los conocimientos y relatar las más importantes historias.

Es mediante mi voz como rompería las cadenas de los esclavos.

Y me la habían arrebatado.

Puede que pese a comprender esto no entendáis las razones por las que escribí esa vergonzosa nota y me encomendé a Crystaline antes de clavar la daga en mi pecho. 

Fue el destino que los dioses me habían reservado.

Fue la voluntad de Crystaline que muriera para renacer como su Elegido.

Puede que no lo comprendáis nunca.

Al fin y al cabo, ¿no son sus designios inescrutables?


Cuando desperté como Golden y escuché mi voz restaurada por completo no pude sino llorar doradas lágrimas de alivio. Como no podía ser de otro modo, mis primeras palabras como Elegido de Crystaline fueron una plegaria de agradecimiento. 

Salí de mi habitación de muy buen humor. El dios había tenido la generosidad de recargar de energía todos mis argems, incluso aquellos que, por no ser negros, eran inútiles para mi poder de tierra. Mi bolsa de tierra brillaba con luces brunas, violetas, azules y rojas, y creo que fue esa visión la que me llenó de gozo. 

En la planta baja del Kandro Feliz se encontraba Flames, el tabernero, que me saludó con una sonrisa y me ofreció una suculenta morcilla de rata, que no dudé en devorar. Estaba hambriento. Fue en mitad de mi comida cuando el buen lysandro se percató de que el color de mi iris había cambiado y casi pegó un respingo de la sorpresa. Yo me limité a quitarle importancia, divertido, y pregunté por el paradero de mis socios, Vanish y Forgeron.

Nada sabía Flames de Forgeron, que no había vuelto desde que dos Vueltas Mayores atrás partimos en la búsqueda de Mason hacia las canteras. Tampoco sabía nada de Vanish, al que no veía desde que ambos marchamos de allí temprano la Vuelta pasada en nuestro segundo intento de buscar al Notable. 

Ello significaba que Vanish no había vuelto a la posada tras llevarme con Galeno, por lo que el plan seguía en marcha. Si todo había funcionado según lo previsto, Vanish se habría ocupado de acabar con el Consejero de Canteras para ir más tarde a la mansión de hueso de Vice y notificar al Notable la triste noticia de que la muerte de su socio había sido inevitable. De esta forma Vice necesitaría un nuevo socio, uno que ya hubiera mostrado su lealtad y valía. Uno capaz de ocupar el antiguo puesto del paranoico Mason. 

Descuidadamente pregunté a Flames si sabía algún rumor sobre los Notables Mason, Vice y su nuevo socio, sin embargo, el afable rostro del tabernero se ensombreció de pronto. Claro que lo sabía, las medidas del Oscuro de Forgiven contra los rumores no eran más que palabras vacías. Todo el mundo en la ciudad sabía que Vice había traicionado a los esclavistas Mason y Fade.

Dejando mi comida a la mitad, corrí hacia Ciudad Alta para asegurarme por mí mismo. 

Maldición. No podía ser cierto. No podía haber conspirado contra nosotros en tan poco tiempo. No podía habérsenos adelantado.

Pero lo había hecho. 

La orgullosa fortaleza de sílex y hueso del Notable Mason no eran más que un montón de ruinas. Como si hubiese sido presa de un terremoto, del opulento torreón no quedaba piedra sobre piedra. Casi parecía como si un dios hubiera jugado a desmontar las imponentes murallas y hubiera desperdigado sus cimientos por toda la finca. Vice habría tenido que emplear a docenas de lysandros con poder de tierra para lograr tal destrucción. Pero tal desolación no sólo era obra de la magia. Los malogrados escombros estaban completamente cubiertos de cenizas y sangre fresca. Los restos de sus defensores.

El número de cadáveres entre esclavos y lysandros era tal que los sacerdotes de El Negro habían tenido que traer varias carretas para transportarlos al templo. En uno de ellos distinguí con horror el hacha ensangrentada de Armour.

Y fue allí de pie, contemplando como los encapuchados servidores del Rey de los Dioses recogían esa inacabable marea de cuerpos, cuando me sobrevino una segunda revelación y algo en mi mente pareció encajar. 

Había estado delante y lo había ignorado. Los dioses me habían ofrecido la respuesta y había sido demasiado estúpido como para comprenderlo entonces. Pero ahora que sé que cuento con el favor de Crystaline nada puede escapar a la agilidad de mi mente u ocultarse de mis ojos de oro. 

Marché de allí y me encomendé al Dios del Cristal, pues necesitaría su llama para la temeridad que me disponía a llevar a cabo en su nombre. 


Parado frente a la puerta del local contuve mis emociones inspirando siete veces. Habría de ser más rápido que ellos, no estaba dispuesto a morir por segunda vez en aquella Vuelta Mayor.

Mente fría y corazón ardiente. Así es como debía luchar.

Esta vez sería yo quien atacara primero.

Entré en El Vergel como una exhalación y sin tocar la puerta de piedra la lancé hacia el interior como una avalancha de rocas hacia las endemoniadas sombras que allí se hallaban.

Los sacerdotes de El Negro esquivaron mi proyectil moviéndose con destreza, casi como si me hubieran estado esperando en el interior de la taberna. Demonios. 

Wraith y Fear, esos eran los nombres de aquellas sombras que habían confesado el rapto de mi hermano Somnus. Bebían viciosamente en jarras de vino mientras intimidaban al pobre posadero con palabras malditas y dagas afiladas. Desde mi primera visita supe que en ese lugar se ocultaba algo. ¿Cómo había estado tan ciego?

Les desafié y mi voz resonó clara en la taberna aumentada su magnitud por el Don de Proto. Les exigí que me devolvieran a Somnus, pues esa era la voluntad de Crystaline y yo su paladín. No podrían impedir que me lo llevara, sus míseras vidas no serían las primeras que arrebatara en su nombre. 

Pero ellos lo sabían, por supuesto que lo hacían, Wraith había sido el artífice de todo, aquel que en mi primera visita a El Vergel había instigado a esas primeras sombras para que me alejaran de allí. Fue inteligente, lo reconozco, pero ese demonio me había subestimado.

No pensó que me defendería, igual que no pensó en que volvería a por ellos.

Wraith y Fear se rieron de mi desafío, se encomendaron a su dios y desenvainaron sus curvas dagas antes de abalanzarse contra mí. Corrían, pero eso sólo lo haría más interesante. 

Me bastó con mirar al posadero para que se ocultase detrás de la barra.

Un pensamiento.

La roca bajo los pies de Fear detonó con un sonoro estallido. La explosión convirtió sus piernas en pedazos sanguinolentos y clavó un enorme trozo de metralla en su torso, que parecía atravesado por una estalagmita. Murió al instante.

Wraith resultó ser más escurridizo. Había logrado apartarse a tiempo del radio de la explosión, por lo que apenas arañaron su piel un par de guijarros. Se ocultó entre la nube de polvo que había generado mi magia y usó su poder para convocar dos torrentes de fuego y lanzarlos contra mí. 

Nada más ver cómo los proyectiles salían de entre la polvareda intenté hacerme a un lado para esquivarlos, pero fui demasiado lento. Grité mientras las llamas prendían mi túnica y abrasaban mi piel. Me eché al suelo, tratando de rodar para extinguir el fuego. 

Pero el demonio no pensaba darme tregua, y aprovechó que estaba indefenso para arrastrarse tosiendo fuera de la nube de polvo y propinarme un torpe golpe con su afilada arma.

Interpuse el brazo en el camino del acero hacia mi estómago y ambos forcejeamos sobre un creciente charco de mi propia sangre. La bolsa de argems se abrió, derramando su valioso contenido de cristales relucientes. Wraith y yo vociferábamos, maldecíamos y nos escupíamos mutuamente mientras luchábamos por acabar el uno con el otro. No todos los combates son elegantes.

Ya sentía como mis fuerzas comenzaban a flaquear ante la superioridad física de mi contrincante, cuando noté que los argems a nuestro alrededor perdían luminosidad al tiempo que un nuevo vigor envolvía mis extremidades. Pegué un poderoso empellón a Wraith y lo mandé volando al otro extremo de la taberna, donde cayó como un muñeco de trapo. El dolor de mis heridas había desaparecido. 

Inspiré siete profundas veces y me alcé del suelo con una facilidad pasmosa. Brillaba. Al igual que en el sueño, mi piel resplandecía con la luz de la llama de Crystaline. Los argems, fragmentos de esencia divina, me otorgaban su divina energía para derrotar a mis enemigos. Era imposible, no había lysandro capaz de hacer algo así. 

Pero yo soy el Elegido de Crystaline

Con la túnica manchada de sangre y los iris chispeando destellos de oro me acerqué al agonizante Wraith, que me contemplaba atónito como si el Dios de Cristal hubiera retornado al mundo.

No se equivocaba del todo.

Encontré al moribundo Somnus en la trastienda de la posada. Deliraba entre susurros, por lo que dudo que pudiera reconocerme. Las múltiples quemaduras y cicatrices que plagaban su piel reflejaban que había sido torturado por aquellos dos demonios durante incontables Vueltas Mayores. 

Deshice sus ataduras y con dificultad eché a mi hermano al hombro. Somnus había sido corpulento una vez, pero ahora los evidentes signos de la malnutrición habían hecho mella en su maltratado cuerpo. No me habría costado cargar con él para sacarlo de allí en circunstancias normales, sin embargo, poco a poco el vigor de los argems comenzaba a desaparecer de mis músculos, a la vez que retornaba el lacerante dolor de las quemaduras que Wraith me había provocado.

Debía llegar a la botica de Galeno antes de que fuera demasiado tarde. 

No tenía mucho tiempo. 

Me forcé en dar un primer paso. Gruñí mientras daba el segundo. Ahogué un grito al dar el tercero.

Y así, con Crystaline guiando nuestros pasos, ambos sacerdotes escapamos de ese Infierno.

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