La "Guía de viaje del Padre Stone" es el nombre que reciben una serie de posts de género fantástico-medieval, pertenecientes a la saga de relatos: Forgiven Desecadenada, que se haya ambientada en un mundo de creación propia llamado Gloom.
Si este es el primer relato que habéis encontrado de la sección os invito a leer la introducción a la misma aquí. Y si en cambio queréis echar un vistazo a todos los capítulos publicados hasta la fecha, podréis hacerlo aquí o pulsando en "Guía de viaje del Padre Stone" en las Categorías del blog, a la derecha de esta entrada.
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Primera Vuelta
¡Qué Crystaline guíe vuestros pasos, viajeros que
recorréis las buenas tierras de Gloom! Stone es el nombre que me ha sido dado,
y con gran gozo me presento como parte del cuerpo de confesores del brillante
templo Ardu Warda, en la blanca ciudad de Lysan.
No obstante, mi dios ha conducido mis pasos lejos
de su Gran Templo y mientras garabateo estas palabras me encuentro en la Vía
del Perdón, aquella que conecta la Primera Ciudad con Forgotten, y esta misma
con Forgiven, la Ciudad de los Esclavos.
Ciertamente es a esta desdichada urbe hacia dónde nos
dirigimos y, dado lo arduo del camino, he tomado la decisión de llevar un
registro de mi viaje ahora que la pasada Vuelta aún se mantiene fresca en mi
memoria. De esta forma podrán los nuevos novicios del templo documentarse en el
caso de que planeen llevar a cabo un viaje parecido sin tener que confiar en la
costosa información de los pérfidos traficantes de esclavos, los usuales
viandantes de este septentrional camino tan lejano de toda civilización lysandre.
Mi narración ha de comenzar en los últimos deciclos de Crystem. Corría el ciclo floral 490 después de la Ascensión y felizmente me hallaba en mis labores rutinarias para el Gran Templo cuando recibí la llamada de Crystaline, que guió mis pasos hacia el salvaje desierto con una sagrada misión.
Pero me estoy adelantando. La voluntad del dios se manifestó en la forma de una carta, no demasiado elegante, que me citaba
para acudir a la taberna que los locales conocen como el Caldero
Chorreante, en el segundo de los niveles de la ciudad.
Oh, si Dios hubiera querido que en Lysan permanecieran mis pasos os habría gustosamente hablado de las maravillas de la Primera Ciudad. Orgullosa, de altas torres marfiladas que emiten reflejos acristalados y brillante a la luz del musgo y los pequeños phoenicopterus. La ciudad, dividida verticalmente en siete niveles, se halla en una elevación de la roca casi simétrica unida a las faldas occidentales de la montaña. Destaca además el espolón, similar a la quilla de un barco, que parte la ciudad en dos mitades, una oriental y otra occidental, unidas ambas por accesos situados en los siete niveles de la ciudad. Al amparo de las murallas, cientos de Phoenicopterus iluminan la ciudad escalonada en siete niveles. Mantienen así estas pequeñas criaturas aladas alejados a los enjambres de luciérnagas y seguros a sus agradecidos habitantes.
No por nada es Lysan el destino predilecto de los viajeros y los peregrinos que acuden a ver con sus propios ojos las maravillas de Ardu Warda. Sin embargo, aunque el segundo de los niveles de la ciudad no sea ni de lejos el más majestuoso, sí confieso que puede llegar a ser harto divertido para un joven sacerdote del Dios del Comercio. Un gigantesco mercado, quizá el más grande de todo el este de Gloom, dividido por el gigantesco espolón de la ciudad en dos mitades: la oriental, centrada en la venta de productos perecederos; la parte occidental, destinada a ser sede de los mejores negocios artesanos.
Medran por este sector de la ciudad tabernas y posadas, así como casas de juego, vino y placer. Los orgullosos habitantes de Lysan suelen fanfarronear sobre las maravillas de su ciudad, pero la mayoría callará si mencionáis a los mendigos, borrachos y prostitutas que vagabundean sin rumbo por el segundo de los niveles. Odian que su soberbia metrópoli no sea carente de defectos, al igual que os odiarán a vosotros si os referís al eficiente Gremio de Ladrones, que tiene en el mercado de la ciudad su particular coto de caza desde hace cientos de ciclos florales, muy para deshonra de la altiva Guardia Blanca.
Pero mucho me temo que divago. Fue en el Caldero Chorreante, el lugar donde la carta me había convocado, donde el tabernero me introdujo a mis dos compañeros de viaje. Vanish y Forgeron, como me anunciaron que les llamaban.
Vanish era pequeño, aunque saltaba a la vista que se
trataba de un lysandro ágil. Pude leer con facilidad las marcas de su rostro,
que infructuosamente trataba de mantener bajo una negra capucha. Un alma joven
y una vida difícil, eso me dijeron las arrugas de su frente. Apenas habló en
toda la reunión. Formaba parte del estereotipo del que me habían hablado sobre
aquellos que componían la Rebelión, lysandros destrozados que se consumían en
la venganza contra los Oscuros.
Forgeron, en cambio, no era para nada como me lo
podría haber imaginado. Serio, formal y meditabundo, se parecía mucho más en
sus formas a un sacerdote de El Extraño que a un simple herrero de
Diven.
Fue allí donde el tabernero de aquel insalubre negocio, un hombre delgado con cierto tufillo a azufre, nos informó de que habíamos sido convocados por la Rebelión para llevar a cabo una osada tarea. Hacía dos ciclos florales que habían mandado a un nutrido grupo de espías rebeldes a Forgiven, la Ciudad de los Esclavos, con la misión de fomentar el espíritu rebelde entre sus habitantes y reclutar posibles efectivos para la causa. El culmen de la misión llegaría con el desencadenamiento de una rebelión masiva entre los esclavos, el alzamiento de aquellos que hubieran roto sus cadenas y la expulsión de esclavistas y Oscuros de la ciudad. En efecto, como habréis imaginado, la Rebelión planeaba dar un golpe de Estado en Forgiven.
Sin embargo, la comunicación entre los mensajeros de Lysan y la misión rebelde se cortó súbitamente hace un deciclo y el Concilio Blanco temía que la misión rebelde hubiera podido ser descubierta y sus integrantes capturados. En manos de los Oscuros nuestros hermanos serían torturados y obligados a confesar los más recónditos secretos de nuestra causa. De ello no cabía duda alguna.
Es por ello por lo que decidieron enviar a un
pequeño grupo de rebeldes con la misión de averiguar el paradero de nuestros
camaradas perdidos y, en el caso en que hayan sobrevivido, escoltarlos de vuelta
a Lysan o...silenciarlos.
Por supuesto que me negué a esta última posibilidad cuando el tendero la expuso. Si había una forma, cualquier manera, de salvar a nuestros hermanos rebeldes
por Crystaline que lo haríamos. No por nada era conocido en el templo por ser
el más tenaz de todos los confesores de Ardu Warda. Y si no había manera alguna, por
Crystaline también que buscaríamos otra solución. Bajo ninguna posibilidad iba
a permitir que mis compañeros de viaje llevaran a cabo una acción tan
vil como asesinar a nuestros propios camaradas.
Fue cuando en última instancia, el posadero mencionó la posibilidad de que termináramos la tarea que fue encomendada a los primeros cuando mis ojos azules chispearon de emoción. Eso era.
Según los archivos de la Gran Biblioteca de Lysan, los desdichados habitantes de Forgiven son descendientes de los primeros rebeldes del Ejército Gris hacía casi quinientos ciclos florales. Por el terrible crimen de sus ascendientes, la Segunda Ley Oscura condenó sus vidas y las de su estirpe a una vida de miseria y esclavitud eternas. Por un crimen que tanto las Leyes Oscuras como la Iglesia de El Negro se empeñaban en tratar como pecado.
Pecado. ¿Había sido pecado luchar contra los hijos del Dios de la Muerte? ¿Había sido pecado defenderse? ¿Había sido pecado luchar por conservar la libertad? ¿Por salvar a sus familias?
No. Ese es el credo de mi dios, El Padre de todos los
lysandros. Esa es la razón por la que me había unido a la rebelión. Y
Crystaline ha guiado ahora mi alma inmortal hacia mi sagrada misión. Yo, Stone, debo ayudar a los habitantes de Forgiven a romper sus cadenas para que pudieran alzarse una vez más. Debo liberarlos a
todos.
El posadero nos hizo entrega de doscientas setenta sigmas en total para posibles gastos en útiles para el viaje hasta la Ciudad Perdonada y sufragar allí nuestros posibles gastos. Tal cantidad de oro era toda una fortuna, aunque realmente insuficiente si pretendíamos instigar una revolución en la Ciudad de los Esclavos. Si bien, lo cierto es que cualquier cantidad me habría sabido a poco para tan tamaña tarea. Me quejé, por supuesto, pero el tabernero apenas quiso escuchar mis quejas, la Rebelión no podía permitirse gastar una sola sigma más en nosotros.
Así abandonamos el Caldero Chorreante y los tres
convenimos en abandonar la ciudad por la Puerta del Silencio a la cuarta vuelta
mayor.
Por mi parte, me despedí de mis singulares compañeros y
marché en dirección a mi hogar, el Gran Templo de Ardu Warda, situado en el
último de los niveles de la ciudad, aquel que los locales conocían como Ciudad Alta.
Oh, mis queridos lectores, cuán regio y glorioso era el séptimo de los niveles de Lysan. La Plaza Áurea está presidida por una estatua de oro de Lys en el Pozo, un antiguo artilugio de achique de agua que hunde sus cimientos en el acuífero subterráneo que calma la sed de todos los ciudadanos. Bordeando la plaza hallaréis cuatro edificios: la espléndida Casa Real, hogar del Oscuro Umbra; la Gran Biblioteca; la Sala de Justicia; y el Gran Templo de Crystaline, Ardu Warda. En el extremo del camino hacia espolón se encuentra el Torreón de Lys, que se yergue con orgullo como una soberbia punta de lanza. En su cúspide ondean al viento el níveo estandarte de Lysan y su noble blasón, el argem hueco coronado sobre el fondo gris, noble emblema de la Primera Ciudad.
Pero no tenía momento para maravillarme ante la gloriosa arquitectura del lugar que había aprendido a llamar hogar, pues debía hablar con Pane, el Padre Venerable de Ardu Warda, principal representante de la Iglesia de Cristal en Lysan y un buen amigo mío. Me dirigí por tanto al interior del templo y crucé la amplia bóveda columnada, pasando bajo los cimborrios y cúpulas acristaladas de los siete campanarios que rascaban la oscuridad de la cúpula. De camino a la Sala Capitular no pude sino deleitarme con las estatuas de mármol y alabastro que adornaban las capillas sepulcrales de los antiguos Padres Venerables.
La luz del musgo entraba en la Sala Capitular,
enteramente de argem, a través de las vidrieras multicolor y reflejaba en el
Libro de Cristal en cuya lectura Pane se hallaba sumido cuando sintió mi
interrupción. Besé sus enjoyadas manos y lo vi cansado, mucho más que de
costumbre. Con premura, pues el tiempo de un Padre Venerable es siempre
precioso, me dispuse a relatar los detalles de mi misión, de la que ya parecía
estar al corriente. Trató de sonreír pese a su fatiga y me dio su bendición para el camino. El viejo lysandro me confesó que Crystaline le había mostrado en sus sueños claros presagios de victoria, las tinieblas retirándose para dar paso a
la luz. ¿Sería este un posible final de la eterna Guerra?
Pero no todo podía ser luminoso en nuestro mundo de
penumbras, pues el Padre Venerable me advirtió también de que Puro, el
principal representante de nuestra Iglesia en Forgiven se había mostrado indiferente
ante la causa de la rebelión. En la última reunión durante la Procesión de los
Cristalinos había predicado desde el púlpito por la neutralidad de la paz.
Tal idea me impactó sobremanera, pero
desafortunadamente cierto es que cada vez hay más fieles en el seno de nuestra
Iglesia que piensan que debemos abandonar la sagrada cruzada que El Negro
comenzó al dar muerte al divino Crystaline.
Herejes y cobardes. La propia creación de los lysandros por parte de nuestro Padre fue un acto de rebeldía en sí mismo. No nacimos del
cristal para ser subyugados por aquellos que nacieron de las sombras. Mente
fría y corazón caliente, así fue creado Proto, el primero de nosotros y en su
propia alma de cristal fueron talladas la insumisión y el libre albedrío.
Todo aquel iluso que trate de buscar una interpretación distinta en el Libro de Cristal se equivoca rotundamente. El lysandro es libre por definición y negar el espíritu combativo lysandre es negar nuestra propia naturaleza.
Me despedí del Padre Venerable y acudí a uno de los
cuencos de cristal, donde, ofrendando parte de mis riquezas a Crystaline, le pedí que me
otorgara su suerte para sobrevivir a los peligros del camino.
Nada más salir del templo me dirigí nuevamente hacia el mercado de la ciudad donde mis camaradas y yo nos pertrechamos con víveres, útiles y bestias para el camino. Incluso adquirí para Vanish un bello broche de argem hueco, del que se había encaprichado al verlo en la tienda. No resultó barato, pero he de confesar que la obstinada testarudez del pequeño acabó por persuadirme.
Curiosa resultó mi experiencia con el criador de kandros, que se conmovió al ver mi
indignación por tener encadenadas a tan dóciles bestias. Los dóciles kandros, cuadrúpedos reptilianos cuya altura erguidos llega a alcanzar la de un lysandro a pie,
se encontraban en un deplorable estado, con las escamas deslucidas y las fauces
drenadas de su preciada saliva.
Como animal sagrado para Crystaline como
era, había visto a una infinidad de kandros domesticados en el templo y
alrededores. Aunque no me dedicaba a su cría, sabía de algunos hermanos que los
entrenaban como fieles guardianes de los tesoros del templo, cubiertos de
riquezas y deslumbrantes como la imagen del Dios.
Cuánto me dolió ver a los castos hijos de mi dios encadenados sin necesidad alguna y así se lo hice saber al comerciante, al que
espeté que porque los lysandros estuviéramos cargados de invisibles cadenas, las
almas libres de las bestias no tenían por qué sufrir el mismo destino; ellas,
no como nosotros, sí estaban inmaculadas de la Traición, el primero y más terrible de nuestros pecados.
Para mi sorpresa, mi argumento caló en el comerciante,
que accedió a liberar a los animales de sus ataduras y a regalarnos los tres
ejemplares que teníamos pensado adquirir. De forma distraída y totalmente inadvertida para mis compañeros, hizo con uno de sus dedos la equis, la seña de la Rebelión.
Y así cruzando la Puerta del Silencio, nos hicimos al camino. Marchábamos los tres cabalgando sobre nuestras magníficas y económicas monturas en las que habíamos cargado nuestras repletas alforjas. Me quedé muy satisfecho con mi excursión al mercado de la ciudad, pues había conseguido salvar gran parte de las sigmas que la rebelión nos había otorgado. Crystaline debía de estar realmente complacido. Probablemente acabemos buscando un buen uso a esas monedas en cualquier otro momento, mas hasta entonces es todo un placer disfrutar del reconfortante peso de unas alforjas rebosantes de oro.
Queridos lectores. Antes de haceros a los caminos y
acogeros a la bendición de Crystaline, me temo que he de advertiros sobre los
peligros que acechan más allá de las altas murallas de las ciudades. Rodeado de piedra en su techo y suelo, el nuestro
es un mundo triste, yermo y cubierto en una eterna penumbra allá donde no crece
el musgo, que no abunda en los caminos septentrionales de Gloom, tan cercanos a
la Gran Oscuridad. Apenas crecen plantas en el desierto pedregoso que separa entre sí las ciudades y guardaos de las que lo hacen, pues la mayoría de ellas resultan, en mayor o menor medida, tóxicas para el común de los lysandros. Como digo, muchas son las flores y helechos cuya ingesta
pueden acabar con la vida de un lysandro, pero sólo una de ellas sirve de
antídoto para todas las demás. Su nombre es blancadera y, bendita sea Gea, es
fácilmente reconocible en los caminos por crecer de un sano color verde claro y
carecer de flor alguna.
En cuanto a la fauna, también es mejor que os
mantengáis alejados. Unas alforjas repletas de víveres en salazón destierran la
innecesaria actividad de la caza que os separaría irremediablemente de los
caminos y os adentraría en la guarida de gigantescos groaacos y hambrientos enjambres de
luciérnagas.
Particularmente peligrosos por su salvaje fauna son
los caminos que conectan con la ciudad de Lysan, tanto la Vía Oscura, que la
une a Darken; como la Vía del Perdón, que la une a Forgotten y a Forgiven. Fue
precisamente al cruzar el punto en que el camino se bifurcaba para continuar el
paso hacia estas dos ciudades, cuando advertimos la cercanía de una pestilente
manada de ghuls.
Ghuls, sean siete veces malditos por Crystaline esos demonios. Bestias bastardas de Gea, horrores procedentes del Abismo más allá de la Gran Oscuridad.
Hace apenas un ciclo floral todo un enjambre estas viles criaturas apareció en
el norte de Gloom, amenazando la estabilidad del mundo que Gea había creado.
Los ejércitos de los lysandros fueron llamados desde la Ciudadela de Obsidiana
a defender su hogar y ambos bandos se enfrentaron en la recientemente
bautizada por los eruditos como Guerra Roja. La negra magia de los Oscuros fue liberada con contundencia contra el ejército invasor y sus planes de dominación mundial fueron
frustrados por los autoproclamados regidores de Gloom.
Tras su descomunal derrota, los remanentes del
numeroso ejército ghul se desperdigaron como una plaga por el desierto
pedregoso y se convirtieron en el terror de los caminos y azote de
mercaderes que los recorren. Y, hasta ahora, así lo siguen siendo.
Ante la terrorífica visión de los seres captando
nuestro olor y abalanzándose sobre nuestra caravana, las monturas de mis
compañeros de viaje se encabritaron y salieron despavoridas, lanzando a sus
jinetes por los suelos. Por la gracia de Crystaline, yo logré dominar al mío y
convení con Dios que lo más conveniente era resguardarme en un lugar a salvo de
estas bestias.
Forgeron, que ya me había comunicado que actuaría como mi guardaespaldas, se plantó delante de los encorvados seres. Su color era arcilloso, sus ojos brillantes y su aliento pútrido, pero con gozo observé que el fornido Forgeron superaba en estatura al menos un pie a sus contrincantes.
Por otro lado, Vanish desapareció en la nube de polvo
que había creado su propio kandro y para mi sorpresa apareció a mi espalda y
montó en la grupa del mío. Me sobresalté, el pequeño era mucho más rápido de lo
que me lo había imaginado, y le insté a pelear mientras yo cubría la
retaguardia a lomos de mi montura y rezaba por su pronta victoria.
Él rodó los ojos y desenvainó su arma, una larga daga.
Con ella en mano corrió contra una de las bestias, decidida a estocarla en su maligno
corazón.
Mala fortuna. Crystaline no estaba de su lado, y lejos de guiar la daga hacia el corazón del ghul, Vanish erró el golpe y la criatura lanzó su terrible aliento sobre su pecho, dejándolo tendido en el
suelo mientras gritaba de dolor. Por supuesto, yo no me mantuve ocioso, y desde
la distancia prudencial en que me encontraba moldeé la piedra del suelo para
crear una gruesa barrera que interpuse entre el ácido
aliento del ghul y mi compañero de viaje. No obstante, mi intento no resultó del todo
exitoso, pues el corrosivo proyectil acabó con mi muro y el vigor de mi
compañero con bastante tino en un único disparo. Tras un par de agónicos gritos Vanish calló y quedó inerte.
Mientras tanto, Forgeron estaba completamente rodeado
y era sólo cuestión de tiempo hasta que uno de los ghules se colocase en su descuidada espalda y le propinase un golpe
letal.
Suspiré. Mis compañeros habían resultado ser mucho más inútiles de lo que parecían. Pidiendo fuerzas a Crystaline, ajusté las correas, tomé las riendas y reuní a los huidizos kandros, espoléandoles hacia el combate. A lomos de uno de los reptiles, lideré una gloriosa carga más propia de un experimentado jinete que la de un humilde sacerdote. Fue en ese momento en que descubrí que, con la bendición del Dios de la Suerte, la equitación era uno de mis muchos dones.
Nuestra embestida fue capaz de disolver a las bestias, muchas de las cuales perecieron ante las fauces supurantes de veneno de los reptiles.
Forgeron me miró agradecido. El fornido lysandro
sangraba por las numerosas heridas que las criaturas le habían hecho con sus garras
putrefactas. Aunque los arañazos no parecían ser de gravedad, sería necesaria
aplicar blancadera en la herida para prevenir una más que probable
infección.
Pensaba disponerme a ello cuando me sobresaltó un débil gemido proveniente del inerte cuerpo de Vanish. ¡Por Crystaline, el pequeño seguía con vida!
Forgeron puso sus callosas manos sobre nuestro compañero y musitó una plegaria a la Anciana Madre. Curiosa devoción la del Maese herrero. Aunque Crystaline es el indisputado dios y señor de todos los caminos, son muchos los sureños procedentes de Darken o Diven que se encomiendan a Gea en lugar de al Padre Creador a la hora de abandonar sus ciudades.
En cualquier otro momento habría detenido al
bienintencionado lysandro, afirmando que no había nada que los dioses pudieran
hacer por nuestro camarada, pero contra todo pronóstico la diosa escuchó su
plegaria y el pecho de Vanish volvió a moverse.
Gracias a los dioses, estaba respirando.
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