martes, 22 de septiembre de 2020

Guía de viaje del Padre Stone - Vuelta 3 - Forgiven Desencadenada


La "Guía de viaje del Padre Stone" es el nombre que reciben una serie de posts de género fantástico-medieval, pertenecientes a la saga de relatos: Forgiven Desecadenada, que se haya ambientada en un mundo de creación propia llamado Gloom.

Si este es el primer relato que habéis encontrado de la sección os invito a leer la introducción a la misma aquí. Si deseáis empezar directamente a leer desde el primer capítulo podréis hacerlo desde este enlace. Y si en cambio queréis echar un vistazo a todos los capítulos publicados hasta la fecha, podréis hacerlo aquí o pulsando en "Guía de viaje del Padre Stone" en las Categorías del blog, a la derecha de esta entrada. 

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Tercera Vuelta 

"Si logramos que los esclavos rompan sus cadenas, 
juro por Crystaline que no lo harán con las manos desnudas." 

Canción: El Don de Proto

Intro en audio y vídeo

Audio Stone vs Ferros

Leed con atención el siguiente consejo, viajeros de todo Gloom: si arribáis a Forgiven cuidaos de portar todo lo que podáis necesitar. El mercado en la Ciudad Perdonada es sumamente insuficiente en todo lo que no son carne y cadenas. Si no poseéis siervos o propiedades en este condenado lugar os advierto de que os será sumamente difícil satisfacer incluso la menor de vuestras necesidades. Hablo específicamente de las necesidades textiles y no, por jocoso que sea en ocasiones el Dios de la Suerte, me temo que este no es ningún chiste. El deficiente comercio de esta ciudad (Crystaline la maldiga) es una amenaza mayor que las criaturas de los caminos. 

Creo que la mejor forma de que entendáis mis palabras es relatando mi propia experiencia durante la pasada Vuelta. Pero me perdonaréis si comienzo desde el principio. 

Las agujas de mi sonuit marcaban la segunda vuelta menor cuando abrí los ojos. Lo primero que hice nada más levantarme de mi cómodo catre en la posada fue acudir al Templo a implorar el favor del Dios del Cristal. El dios atendió a mi llamado y me hizo entrega de seis brillantes argems. Aunque cinco de ellos estaban teñidos con los cuatro colores elementales, había uno de ellos, el más grande de todos, que no mostraba color alguno y en lugar de ello resplandecía de forma especial. 

Era un argem hueco mucho más grande que el del broche de Vanish. Como bien sabréis, esta clase particular de argem es capaz de albergar cualquier clase de magia, lo que vuelve a estos cristales enormemente codiciados por los lysandros debido a su poder y belleza. Mi complaciente deidad me había hecho entrega de una verdadera fortuna. 

Agradecí el generoso favor ofrendando algunas monedas y guardé los recién nacidos argems en el pequeño saco relleno de tierra que suelo llevar al cinto. 

Con feliz ánimo y pesada la bolsa, Crystaline guió mis pasos hacia mi encuentro con el Maese Forgeron, que se hallaba en la calurosa forja del Taller. Este me comunicó que Vice, uno de los Notables esclavistas más poderosos de Forgiven, había reclamado la entrega de un centenar de herramientas de minería hacia una de sus propiedades en el Distrito Perdonado. Comuniqué a Forgeron mi idea de esconder armas en el cargamento entre las herramientas y este me aseguró poder diseñar un arma oculta en las herramientas de minería. Puede que mi compañero de Diven acabara resultando mucho más útil de lo que pensé en principio. 

Tras haber obtenido la promesa de dueña del Taller de apoyar a la Rebelión debía trasladar mi propuesta sobre el nuevo diseño de las armas a Ferros, su hijo y sucesor. De poco servirían mis esfuerzos si Mina fallecía sin haber comunicado a su hijo sus últimas voluntades. Entre susurros, imploré a Crystaline que guiara sus pasos entre los vivos al menos un poco más. 

Aproveché que continuaba en el Taller para acudir de nuevo al despacho de Ferros. Hacía ya una Vuelta Mayor de mi anterior visita y no dudaba que le habrían llegado noticias sobre el breve tiempo que había pasado con su madre. Casi sonreí al recordarlo. No había resultado una confesión silenciosa. 

Supliqué al Padre Creador para que concediera locuacidad a mi lengua y, tras sentir como el peso de las monedas de mi bolsa se aligeraba, crucé el umbral de la puerta con una sonrisa en el rostro. 

Nada más verlo, me percaté de que el ánimo del joven Ferros se hallaba alterado, pues hundía el fatigado rostro entre sus ásperas manos. Al escuchar el sonido de la puerta alzó una mirada rebosante de odio e ira. Saltó de la silla y se abalanzó sobre mí, agarrándome por la túnica y alzando mis pies del suelo. Me espetó que era un entrometido y que mi intervención iba a provocar la destrucción de su familia. Quería matarme. La furia hacía salir despedidos espumarajos de su boca, haciéndole parecer mucho más kandro que lysandro.

Pero yo no flaqueé. Contaba con el favor de Crystaline. Cerré los ojos y convoqué el más poderoso de sus milagros: el Don de Proto. 

Dicen las viejas historias que Proto fue el primero de todos los lysandros, modelado por el Padre Creador a partir de un fragmento de argem. Siete días duró su creación, y tras finalizar la talla del bendito cristal, el dios sopló su aliento sobre él, otorgándole los dones de la razón y de la vida.

Lo primero que Proto hizo fue hablar, y sus primeras palabras fueron alabanzas a la grandeza de su creador. Sus ojos eran dorados y su lengua de plata. Crystaline rió, divertido, y le concedió el don de la elocuencia, que lo hizo capaz de convencer incluso a los mismísimos dioses. 

Sólo los más experimentados sacerdotes del Dios del Cristal son capaces de convocar en sus voces el Don de Proto, secreto que es fielmente guardado por los servidores de su Iglesia. Y no es para mal, pues tal poder divino en las manos equivocadas podría suponer una auténtica catástrofe para Gloom. Sé de buena voluntad que los habitantes de la Ciudadela buscaron el secreto del Don de Proto durante cientos de ciclos florales, pero finalmente abandonaron su búsqueda por el celo con el que se guardaba. Aunque quizá pensaron que tal poder no les era necesario, el efecto del Don de Proto es claramente limitado no tanto así los insólitos poderes de los que hacen gala.

Pero divago. Convoqué el Don de Proto y la furia en los ojos de Ferros dio paso al más profundo de los temores. Mi piel resplandecía como un argem y de mis labios entreabiertos escapaban hacia el exterior esplendorosos brillos áureos.

Le ordené que tomara asiento mientras sentía como cada una de mis palabras llenaba mi boca y pugnaba por salir hasta casi desbordarla. Mi lengua era pesada y a duras penas fui capaz de mantener el don en mi frágil cuerpo. Pero lo hice. 

Ferros obedeció, asustado, no tenía más opción que hacerlo. No existe más opción que obedecer al que habla con la voz de los dioses. 

Lo comprendió entonces. Comprendió lo insignificante de nuestras almas ante sus ojos dorados. Comprendió la futilidad de nuestros intentos por actuar en contra de su voluntad. Comprendió que Crystaline lo había escogido para desempeñar un papel dentro de la Guerra Eterna. Comprendió que los lysandros nacimos para la guerra y nuestro destino había sido luchar desde mucho antes de haber sido concebidos. 

Comprendió. Proto le hizo comprender.

Ferros era nuestro. 

Nada más abandonar el despacho las fuerzas me abandonaron. Me agarré a la barandilla mientras sentía como los últimos vestigios del poder del dios abandonaban mi cuerpo mortal. Las escaleras de hierro que se extendían a mis pies parecían bambolearse ante mi mareada vista y tuve que luchar para mantener la consciencia. 

En mi interior se había extendido un doloroso vacío, como siempre ocurría cuando el poder de Crystaline me abandonaba. Invocar el poder de los dioses siempre acarreaba un precio, en ocasiones demasiado elevado como para poder pagarlo con monedas. El Don de Proto había desaparecido y con él gran parte de mis fuerzas. 

Pero no podía desfallecer allí mismo. Cerré los ojos con fuerza y luché por mantener la razón. Tomé profundamente aire hasta siete veces, soltándolo con suavidad mientras los latidos de mi desbocado corazón se calmaban en mi enjuto pecho. 

Queridos viajeros, ya sea en mitad de un camino o en cualquier ciudad extranjera os recomiendo que por grande que sean la fatiga o los males que os asolen os encomendéis a los dioses, inspiréis en profundidad siete veces y prosigáis vuestro camino hasta encontrar una bendita ciudad, posada, o Templo de Crystaline que os guarde. Si actuáis de esta forma Crystaline guiará vuestros pasos y guardará vuestra alma hasta que halléis refugio. De no hacerlo corréis el mortal peligro de quedar indefensos y tendidos en la fría piedra, y creedme cuando digo que poca diferencia distinguen aquellos que de El Negro son fervorosos entre un lysandro durmiente y uno cuya alma ha sido separada de su cuerpo. 

Una vez me hube recuperado me obligué a conformar una sonrisa y a ocultar el temblor de mis músculos mientras me despedía de Forgeron y salía del Taller de camino a buscar a Vanish. Nuestro particular esclavista en potencia había estado desaparecido a mis ojos desde hacía más de una Vuelta Mayor, y ya era hora de ocuparnos en hacer de él todo un ambicioso comerciante.

Una vez en el Kandro Feliz llamó mi atención Flames, el alegre posadero que regentaba el lugar. Me invitó a sentarme junto a él y comer algo antes de hacer cualquier otra cosa. Mi aspecto, que permanecía pálido por mucho que tratara de ocultarlo, debía ser deplorable. 

El dueño del lugar parloteó con amabilidad sobre su estirpe familiar y me relató el origen del negocio y del nombre que portaba. Su historia sonó sospechosamente parecida a una que había leído en Gran Biblioteca de Lysan, pero realmente apenas le doté de la menor importancia. 

Una vez hubo terminado su narración murmuró con voz queda su preocupación por el futuro de su negocio y su deseo de retirarse pronto. Pregunté al respecto y me confesó que los nuevos impuestos al comercio no hacían a esta ciudad especialmente atractiva para los mercaderes a la hora de vender sus productos. El Kandro Feliz, como taberna y posada, tenía como principal ingreso a aquellos visitantes que llegaban a la ciudad, sin ellos, mantener el negocio a flote (como diría un natural de Risen) se había tornado prácticamente imposible. 

Me apenó la tristeza que se ocultaba tras sus palabras y pensé para mí que quizá podríamos llegar a un acuerdo para mantener el lugar. Crystaline podría proveernos de riquezas suficientes como para comprar la totalidad del lugar a un buen precio y usarla como base de operaciones. No pienso seguir durmiendo bajo el mismo techo que Puro eternamente. Incluso quizá podríamos seguir ofreciendo los servicios de una taberna cualquiera y encargar a un esclavo o dos la administración de esta. 

Esclavos. Íbamos a necesitarlos si pretendíamos llegar a algún lado. Odio la idea de intercambiar mis sigmas por la libertad de un hijo de Crystaline, pero la totalidad de esta ciudad funciona en base al músculo y sudor de aquellos desdichados. 

Esclavos, lysandros maldecidos con la lacra de no poseer el pálido mechón de pelo que caracteriza a aquellos que poseían el don de los dioses. La Iglesia de El Negro mantiene en su credo la inferioridad intelectual de su raza, que para su fortuna resulta minoritaria en Gloom.

Por suerte, los sacerdotes de Crystaline tenemos prohibido poseer esclavos. Aunque, por supuesto, no es que los desee para mí.

Toqué la puerta de la habitación de Vanish y lo llamé por su nombre en voz alta. La puerta de hierro se abrió lentamente, revelando a un receloso Vanish que me miró por debajo de su grasiento flequillo.

Entré en su habitación y eché un rápido vistazo alrededor. La cama estaba deshecha. No importa la vuelta menor en que se trate, el condenado duerme como un svamp.

Según las agujas de mi sonuit, conversamos durante cerca de una vuelta menor y le informé de los últimos descubrimientos de Forgeron, así como de mis fabulosas hazañas con Ferros y Mina. Él se limitó a bufar y mirar hacia otro lado. Ya pensaba regañar su natural desprecio a los favores divinos cuando me sorprendió con un susurro de agradecimiento.

Abrí mucho los ojos y cerré la boca. Asombrado.

El pequeño continuó, dándome las gracias por haberle salvado de la herida propinada por el ghul.

Por Crystaline que apenas cabía en mí de puro gozo y, sin necesidad de contenerlo, lo atraje hacia mí y estrujé entre mis brazos, dando gracias a los dioses por haber hecho entrar en razón esa dura cabeza suya.

Debéis saber, queridos viajeros, que bajo ninguna circunstancia debéis haceros solos a los caminos. Lo que en cualquier taberna podría tratarse de una hazaña de la que presumir por su coraje, en la cruda realidad que se extiende más allá de las ciudades no es más que un acto de estupidez. Manteneos alejados de los desiertos llenos de piedras de Gloom, y si ello os resulta imposible, sea por profesión, sea por ansia de aventuras, aseguraos de viajar con bien acompañados. Los grupos grandes, pese a que suelen llamar la atención de las luciérnagas, suelen arrojar unas mayores oportunidades de supervivencia en cualquier caravana.

Que mi tan tardíamente agradecida experiencia salvando la vida a mi amigo Vanish os sirva de ejemplo, lectores míos.

Nada más deshacer nuestro abrazo llevó sus ojos al suelo y cabizbajo, confesó que necesitaba mi ayuda. Al parecer, mi compañero no había estado tan inactivo como yo habría creído.

***

Maldije, regañé y pronuncié palabras que nunca deberían salir de la boca de un sacerdote. Le reprendí de tal forma que fue una suerte (Crystaline bendito) que las paredes amortiguaran mis reproches.

Salimos juntos de la posada. Yo portando mi túnica de sacerdote y él disfrazado de mendigo. Refunfuñábamos juramentos el uno contra el otro, ambos con el emotivo recuerdo del reciente abrazo ya olvidado.

Y así anduvimos. Por culpa de su descuido tuve que visitar a tejedores, sastres y curtidores tan ineficientes como el ladronzuelo de tres al cuarto que tenía como compañero en la rebelión, lo que como os podréis imaginar, no contribuyó a mejorar mi ánimo.

¡Lectores, no confiéis en el mercado y mercancías de Forgiven! Y ya de paso, ¡no os fieis tampoco de los pequeños saqueadores de extraños poderes ni de aquellos que hallan su vicio en apropiarse de lo ajeno!

Comenzaba a pensar que el propio Crystaline y los líderes rebeldes se habían puesto de acuerdo en gastarme una monumental broma.

Desde luego que no tenía gracia, por El Negro que no era para nada divertido.

Me ahorraré los detalles sobre qué fue lo que me confesó, pero me temo que no es ningún secreto el aciago resultado de sus acciones.

Suspiré entonces y sigo suspirando tan profundamente que parezco enfermo cada vez que me encuentro uno de esos carteles que comienzan a medrar por la ciudad como una horrible plaga.

Los bandos muestran tanto el impreciso rostro, como la ropa y figura de Vanish, que aparecen sobre la cifra de la recompensa que pesa sobre su cabeza.

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