martes, 29 de septiembre de 2020

Guía de viaje del Padre Stone - Vuelta 4 - Forgiven Desencadenada


La "Guía de viaje del Padre Stone" es el nombre que reciben una serie de posts de género fantástico-medieval, pertenecientes a la saga de relatos: Forgiven Desecadenada, que se haya ambientada en un mundo de creación propia llamado Gloom.

Si este es el primer relato que habéis encontrado de la sección os invito a leer la introducción a la misma aquí. Si deseáis empezar directamente a leer desde el primer capítulo podréis hacerlo desde este enlace. Y si en cambio queréis echar un vistazo a todos los capítulos publicados hasta la fecha, podréis hacerlo aquí o pulsando en "Guía de viaje del Padre Stone" en las Categorías del blog, situadas a la derecha de esta entrada. 

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Cuarta Vuelta

"Falló por un amplio margen y los desafié con la mirada. 
Ellos desenvainaron sus dagas en silencio."



Qué Crystaline me asista en esta Vuelta aciaga y guíe la pluma que escribe estas palabras. 

¿Quién sería yo sin el favor de los dioses en esta ciudad condenada? Por El Negro, ¡qué Glow se cierna sobre esta ciudad sobre las dos Iglesias y sobre todos los Notables de Forgiven! ¿Cómo puedo cumplir mi sagrada tarea estando rodeado de ratas sedientas de probar mi sangre?

Ruego que disculpéis mi falta de educación, lectores, si prescindo de mis habitualmente cordiales saludos, pero comienzo a pensar que quizá esta guía de viaje no esté destinada a acabar en manos de novicios ávidos de aventuras, sino en las atroces garras de los servidores del Dios de la Muerte

Aunque si piensan o alguna vez han pensado que este sacerdote se dejará morir fácilmente, mucho me temo que poco conocen al Padre Stone. Por Crystaline que, si en algo tengo fe, es en que venderé caro mi pasaje a la Tierra de los Dioses. Ello esas sombras desalmadas lo pueden tener por seguro. Y no solo ellas. 

Pero divago. Con vuestro permiso retomaré la narración sobre los últimos acontecimientos de mi estancia en Forgiven, pues lo que por mí ha sido experimentado esta Vuelta puede no distar de la situación en el resto de las ciudades de Gloom. De estar en lo cierto, considero de una importancia capital que este manuscrito sobreviva a la más que posible purga de rebeldes que desencadenaría el fracaso en nuestra misión.

Pero no he de adelantarme.


Vanish necesitaba un cambio de aspecto.

Ya lo había necesitado desde el momento en que llegamos a la ciudad con el plan de hacer de él todo un esclavista, pero ahora que su semblante adornaba todas las áreas respetables de la ciudad, la necesidad de un cambio de apariencia resultaba realmente acuciante.

Y a esa fatigosa tarea me había dedicado en cuerpo y alma durante toda la Vuelta, cuando observé a una pequeña multitud que se había congregado en las empedradas calles. Me sorprendí al comprobar que los curiosos reunidos allí eran mis propios paisanos, que habían abandonado sus casas y tardíos quehaceres para contemplar a la orgullosa comitiva que se dirigía a través del Museo de Cadenas hacia el empinado camino que conducía a la Fortaleza Gris, el ciclópeo hogar de Blaine, tirano de Forgiven.

Cuando pregunté a un viandante al respecto, este me susurró con voz tan queda que apenas pude escucharle que se trataban de diplomáticos enviados por la Ciudadela de Obsidiana. Su cometido era reunirse con el Oscuro de la ciudad y los asuntos a tratar un completo misterio. Forcé mi malograda vista y con esfuerzo logré atisbar a las tres figuras que abrían el desfile. Montaban en kandros y pese a la distancia eran visibles sus mantos de un indistinguible color purpúreo. 

Capas Moradas. 

Un simple diplomático lysandro no eran tan relevante como para poseer un séquito de Capas Moradas. No, solo podía tratarse de un Oscuro. 

Me encomendé a Crystaline y recé porque su estancia aquí fuera corta y Dios supiera mantener sus pasos bien alejados de los nuestros. 

Tuve la prudencia de esperar hasta que el desfile desapareciera en el horizonte y la multitud de espectadores se hubiera disuelto, para retomar yo mismo el camino hacia la Ciudad Alta. Pese a mi agotamiento tras un ajetreado día en el papel del más valioso miembro de la rebelión en Forgiven, mi sonuit indicaba que aún restaba algo de tiempo hasta que cerrasen los negocios dedicados a la gastronomía. Por ello, y para desgracia de mis machacados pies, me dirigí hacia la taberna conocida como El Vergel, donde planeaba comenzar mi investigación sobre el desaparecido hermano Somnus. 

Nada más llegar, la sorpresa y el horror se apoderaron de mí. El antro se hallaba irreverentemente próximo al templo de Crystaline. Casi contiguo. ¿Cómo podría haber permitido el Padre Venerable que semejante burdel prosperara a las puertas de la casa de Dios?

A mis ojos, el Sumo Sacerdote de Forgiven no sólo había resultado una irritante decepción, sino que eran su pasividad y esa clase de incompetentes gestos los que, unidos al insano vicio por el vino, me indicaban la deshonra que su presencia suponía a la Iglesia de Cristal.

Allí parado frente a la puerta del local logré contener mis emociones. Prestad atención y recordad, queridos lectores, que las pasiones fueron uno de los envenenados regalos de El Negro a los lysandros, y que, como todos sus favores, se tratan de un arma de doble filo. El control de las emociones, sobre todo aquellas asociadas a los más primarios instintos, es un acto de virtud y de libertad en sí mismo. Abandonarse por completo al odio, a la furia o al amor, es el peor de los pecados, pues la razón tiene la función de ser la muralla que nos protege de las bestias.

Mente fría y corazón caliente. Así es como nacimos del argem.

Una vez aplacado mi desasosiego, decidí adentrarme en el interior del lugar y para mi frustración aprecié que gran parte de los clientes se trataban de hermanos del Templo de Crystaline, en su mayoría viejos conocidos míos. Discutían, bebían y reían. Parecían estar pasándoselo en grande. 

Obligué a mi rostro a componer una sonrisa y me acerqué a ellos para saludar, sin permitir deje de reproche alguno en mi voz. Hallar el paradero del hermano Somnus era mucho más importante que nuestras diferencias a la hora de interpretar el Código de Cristal. 

Mientras charlaba con mis hermanos, no escapó de mi atención una mesa cercana a la barra y en torno a la cual estaban sentados tres taciturnos clérigos de El Negro. Vestían los ropajes habituales de un miembro de su orden: amplios mantos oscuros con capuz para ocultar sus cabezas afeitadas y mantener sus rostros en la sombra.

Debí haber sabido que mi presencia allí llamaría su atención. Fui demasiado confiado. 

Muy a mi pesar, la información de los más cercanos a Somnus entre los sacerdotes solo venía a corroborar aquello de lo que ya sabía por Puro, por lo que acudí a hablar con el tabernero sin quitar ojo de las tres encapuchadas sombras que se negaban a disiparse. 

Durante mi conversación con el dueño del lugar confieso que en un primer momento me vi asombrado por su honradez. Había esperado ver en él a uno de esos ruines comerciantes de Forgiven que tratan de enriquecerse a base de la miseria de la ciudad, pero en lugar de eso me reveló que era un fiel devoto de Crystaline en su faceta del Dios del Comercio, y que jamás se le habría ocurrido fundar aquí su negocio si las riquezas de la deidad no proveyeran los bolsillos de los sacerdotes. 

Sin embargo, sé que me ocultaba algo. Mi intuición no dejaba lugar a dudas. Mientras hablaba con él pude percibir un hondo sentimiento en sus ojos oscuros, un inconfesable secreto que casi se moría por revelar. Curioso. 

Le pregunté, y defiendo que no lo hice demasiado alto, sobre la presencia de los sacerdotes de El Negro y el paradero del hermano Somnus. Él me habló de Wraith, uno de los miembros más violentos de su execrable orden y su enemistad con el desaparecido. Es muy posible que esa despreciable rata sea culpable de su ausencia. 

Me llevé la mano a la túnica y Crystaline proveyó mi bolsa con un par de sigmas. Me apresuré a dejar una de ellas sobre el mostrador a modo de agradecimiento antes de dirigirme hacia la mesa donde bebían mis hermanos. 

Fueron ellos, los sacerdotes de El Negro, los que me salieron al paso. Debían haber escuchado mi conversación, ¿qué otra razón tenían? No hablaron. Me hicieron señas e indicaron con gestos que debía salir de la posada. Sus manos eran tan pálidas como las de un esqueleto y estaban repletas de níveas y finas cicatrices. 

Asesinos. Los religiosos del Dios de la Muerte son conocidos en todas las ciudades por ser los mejores sicarios de Gloom. Las leyendas cuentan que son capaces de arrancar la vida de cualquier lysandro con nada más que saber su nombre. Creedme si os aseguro que su fama les es merecida. El Don de Proto no me sacaría de esta. 

La taberna quedó en silencio y me percaté que todos los presentes nos observaban con temor, pendientes de mi reacción ante su desafío. Algunos, los más sensatos, dieron un paso hacia atrás.

Ni siquiera les dirigí la palabra. Mi voz era demasiado preciada para usarla con ellos. 

Me insultaban. Esas ratas se burlaban de mí con sus rostros ocultos por la oscuridad de sus capuchas.

¡Demonios! ¡Que Glow se los lleve a todos! No eran más que meras sombras. 

Eché un rápido vistazo a mi alrededor y vi que tanto las mesas de la taberna como el suelo, la barra y los asientos estaban hechos de dura gloomita. 

Me quedé allí de pie plantado frente a ellos, pues no me dignaría en obedecerles. Si mi poder fuera el de un Maestro Cristalero habría tenido problemas, pero no lo era. Estaba en mi elemento. 

Con gesto amable pedí al posadero que se ocultase detrás de la barra. 

Las sombras atacaron primero.

Con una velocidad sobrenatural el más cercano lanzó una rápida patada dirigida hacia mi estómago. El golpe debería haberme dejado fuera de combate, pero yo estaba preparado. Nada más ver que mi enemigo levantaba su pie del suelo me desplacé hacia la derecha, aprovechando para colocar mis pies en una posición defensiva. El ataque falló por un amplio margen y las sombras comenzaron a rodearme como ratas. 

De nuevo permanecí en mi posición, con los pies firmes en el suelo y retándolos con la mirada. 

Como respuesta desenvainaron sus dagas en silencio.

Rogué a Crystaline que me perdonase.

Un pensamiento.

En apenas un latido de corazón el suelo pareció cobrar vida y ascendió por las piernas de mi adversario, aprisionando a aquel que acababa de atacarme bajo una capa de roca.

Antes de que nadie pudiera reaccionar me lancé hacia el suelo y el revestimiento de roca explotó. 

***

Parpadeé y me froté la cara para apartar el polvo de mis ojos. 

Escuché toses y algunos quejidos, pero traté de no distraerme. 

Busqué a mis oponentes y los vi tendidos en el suelo, sangrando profusamente con grandes trozos de metralla clavados en sus cuerpos. Tras comprobar que nadie más que ellos habían resultado heridos corrí hacia uno de los cuerpos inertes del que me había parecido percibir un hálito de vida.

Reconocí en el herido los ropajes del sacerdote al que había envuelto con el manto de gloomita. Escupía sangre, tenía una enorme esquirla clavada en el pulmón y, aunque por Crystaline juro que traté de mantenerla con vida, su herida superaba por mucho mis escasos conocimientos en medicina. Era demasiado tarde.

La explosión había desprendido su capucha, y pese a su cabeza afeitada pude reconocer el rostro afeminado de una lysandre. A diferencia del resto de dioses de la Triada, a El Negro no le importaba el género de sus siervos. El final era igual para todos.

Vi su arma en el suelo, aquella que había usado para matarme. Una daga curva de acero negro y mango brillante. Estaba ornamentada con runas de color carmesí en su filo. El mero hecho de mirarla hizo que mis ojos dolieran. 

La recogí con respeto y la hice desaparecer entre los pliegues de mi túnica. Todavía no sé por qué lo hice. 

La lysandre exhaló entre mis brazos y yo sólo pude rezar a mi dios para que ella en su muerte se reencontrara con el suyo. 

Cuando terminé mi oración me alcé con dificultad, percatándome de que los clientes de la taberna se habían congregado a mi alrededor y me observaban con ojos acusadores. Se levantaron del suelo con cuidado de esquivar los cuerpos caídos de los sacerdotes de El Negro. Los de su orden no tardarían demasiado en acudir a por ellos. Nunca se demoraban en hacerlo. 

Furioso, devolví la mirada a mis hermanos y les eché en cara que no hubieran movido un solo dedo para ayudarme. El frenesí de la lucha me dominaba y la ira se apoderó de mí. Les maldije, les acusé de cobardes y exigí su colaboración en virtud de la santa Guerra Eterna. Y me ignoraron, me miraban horrorizados, como si lo que acababa de realizar hubiera sido el más sacrílego de todos los pecados. 

Ellos habían atacado primero.

Pero no les importaba. 

Salí de la taberna y lloré de rabia mientras rezaba de camino al Templo de Crystaline. 

No debo arrepentirme de mis actos. No lo hice entonces y no lo hago ahora. 

Se habían interpuesto en mi camino, me habían atacado y desenvainado sus dagas. Mis actos son excusables, podría defenderlos en un tribunal ante el juicio de cualquier Oscuro. A quien no conozca el Código o el Libro del Cristal le diré que Crystaline no prohíbe a sus fieles defendernos del mal. La nuestra es una fe práctica, pues la Iglesia sabe que por aborrecible que les resulte, el Dios de la Rebelión jamás podría prohibir la violencia a sus seguidores. 

Pero de igual modo, puedo entender la reacción del resto de sacerdotes. La Guerra Eterna es un concepto que se remonta a los primeros días de la Edad Dorada y que la Rebelión había hecho suyo tras la ascensión de los Oscuros. Con la consolidación de la hegemonía de estos, la mera idea de un conflicto armado que enfrentara a los dioses por medio de sus seguidores lysandros había sido duramente perseguido por la Iglesia de El Negro. No en pocas ocasiones la Iglesia de Cristal había necesitado matizar que la Guerra Eterna se trataba sólo de una abstracción teórica de la rivalidad entre ambas divinidades hermanas. En los últimos tiempos, y con el credo en la Guerra Eterna depurado, el ánimo belicoso de la mayoría de los seguidores de Crystaline se ha bía visto relegado al plano de la teología intelectual. 

Pero yo conozco la Verdad. Crystaline me la ha revelado. 

No me preguntaba el quién. Desde el momento en que los asesinos interpusieron en mi camino había sabido quién era el culpable. 

¿Por qué? Esa es la pregunta que atormenta mi conciencia. 

¿Era mi relación con el hermano Somnus las que les había movido a actuar? ¿Acaso esperaban encontrarme allí y habían planeado mi asesinato de antemano? ¿O es que El Negro les había revelado mi naturaleza como principal agente de la rebelión en Forgiven? ¿Estaban actuando contra más sacerdotes en el resto de ciudades de Gloom?

Y lo que es más importante, ¿por qué allí? ¿Por qué en ese momento? ¿Les enfureció mi negativa a obedecerles? ¿O su intención había sido provocarme para que usara mi poder?

Jamás fue mi intención acabar con sus vidas, pero haberme contenido sólo habría significado mi muerte. 

Entonces, ¿qué me había movido a intentar salvar la vida a esa lysandre? ¿Es que Crystaline me había empujado a ello? ¿O sólo fui yo? 

Nada más llegar al templo me dirigí hacia los aposentos del Padre Venerable y toqué su puerta, haciendo caso omiso a la intempestiva hora que marcaban las agujas de mi sonuit. Puro asomó la cabeza por la puerta, y la abrió al reconocerme. El tono de su voz era casi ininteligible, sus manos temblaban y su aliento hedía a culpa y pecado. 

No pude contenerme. Me avergüenzo, mis queridos lectores, de las furiosas palabras que pronuncié, por lo que no pienso repetirlas aquí por escrito. Bastaría con que supierais que derramé sobre los pies del Padre Venerable tantas lágrimas como gotas de agua tiene el Mar de Plata, convertido en pecador.

Pero cuando el negligente viejo me preguntó por el motivo de mi mal confesé, como tantos otros han confesado ante mí, que mi pecado no había sido el asesinato, sino la estupidez.

Había sido un estúpido por confiar en las palabras de quien santos me advirtieron que no debía fiarme. Había llegado a pensar que aquellos con el verdadero favor de Crystaline podían estar a salvo en la Ciudad Perdonada. Había creído estar seguro, arropado por los que conocía como hermanos. Había obedecido las órdenes de algo que ya no podía llamarse Iglesia y seguir adorando a nuestro Dios. Había roto la Séptima Regla de CristalMe había humillado ante los anillos del Padre Venerable. Había tenido fe en sus mentiras. Había compartido mi credo con un viejo incapaz de proteger a los miembros de nuestra orden de sus mortales enemigos. Había compartido mi fe con un traidor. 

Y no hay pecador que Crystaline odie más que a los traidores.

La expresión en el rostro de Puro fue inescrutable cuando me pidió que me retirase.

Me fui entonces, pero en ese momento juré que jamás volvería a obedecer las órdenes de otro lysandro. 

A partir de ahora, la de los dioses será la única autoridad que reconozca.

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