martes, 15 de septiembre de 2020

Guía de viaje del Padre Stone - Vuelta 2 - Forgiven Desencadenada


La "Guía de viaje del Padre Stone" es el nombre que reciben una serie de posts de género fantástico-medieval, pertenecientes a la saga de relatos: Forgiven Desecadenada, que se haya ambientada en un mundo de creación propia llamado Gloom.

Si este es el primer relato que habéis encontrado de la sección os invito a leer la introducción a la misma aquí. Si deseáis empezar directamente a leer desde el primer capítulo podréis hacerlo desde este enlace. Y si en cambio queréis echar un vistazo a todos los capítulos publicados hasta la fecha, podréis hacerlo aquí o pulsando en "Guía de viaje del Padre Stone"  en las Categorías del blog, a la derecha de esta entrada. 

--------------------------------------------------------------Segunda Vuelta

"Nada más avistarla en el horizonte llamaron mi atención las altísimas murallas de la Ciudad Escondida. Jamás las había visto de esta forma, como un castillo que expugnar."


Canción: Forgiven, La Ciudad Perdonada

Intro en audio y vídeo

¡Saludos viajeros! Apenas ha pasado una Vuelta Mayor desde mis últimas palabras y de nuevo me hallo batallando con pluma y tinta para narrar mi experiencia como trotamundos en la Vía del Perdón y nuestra agridulce entrada en Forgiven. Aprovecho este momento de soledad, con los pies junto al fuego y degustando en mi paladar una más que recomendable morcilla de rata, para retomar la guía de viaje en el exacto punto en que lo dejé hace ya casi doce vueltas menores. 

Tras mi contundente victoria contra los horrores de las profundidades, insté a Forgeron a acampar allí mismo y descansar en el mismo lugar donde habíamos sido atacados. Esto, queridos viajeros, no es algo que recomiende al común de los viandantes, pues por todo sabio es bien sabido que los ghuls son criaturas viles y carroñeras, y que poco respetan el cuerpo de sus congéneres cuando el hambre les acucia. Sin embargo, nuestro amigo el joven Vanish se hallaba en tan deplorable estado que temía empeorar su salud al montarlo en kandro, pues carecíamos de camilla o modo de transportarla. Además, los cadáveres de los ghuls nos servirían de combustible para encender un fuego (que es una excelente arma contra las fieras), por lo que no tendríamos que malgastar nuestros propios suministros ni cargar innecesariamente con el cadáver.

Arropé al herido y tras echar un nuevo vistazo a sus heridas insté a Forgeron a que hiciera una hoguera. Ante esta tarea, y como en el combate, mi compañero se mostró inútil, llegando incluso a chamuscarse sus propias ropas con la yesca y el pedernal. Suspiré de frustración, ¿qué clase de herrero carece del poder del fuego? ¿Cómo es capaz de avivar la forja sin él? El control de este elemento, junto al aire, la piedra y el agua, es uno de los más comunes entre los lysandros de todo Gloom.

Al resultar mis intentos de encender un fuego también infructuosos, que no tan soberanamente patéticos, Forgeron me pidió con amabilidad que me apartara del cuerpo inerte, orden que obedecí con extrañeza. 

El callado lysandro miró fijamente al cadáver del ghul y alzó la palma de su mano. Susurrando algo que apenas alcancé a oír, observé como sus ojos oscuros se tornaban de un tono más añil que el mío. De pronto y con un potente rugido como aviso, de la palma abierta de Forgeron salió despedido un potente rayo azul que impactó de lleno contra el cuerpo, calcinándolo y haciendo surgir una pequeña, pero brillante llama que rápidamente se dispuso a avivar. 

Yo me quedé petrificado, como si hubiera sido a mí a quien el rayo hubiera alcanzado.

Eso no había sido fuego, pero tampoco agua, aire o tierra. Jamás había visto nada parecido. Su poder era distinto, insólito, imposible. 

Un Garip.

Comimos en silencio, lysandros y kandros. Me encargué de dar de beber a Vanish, que seguía convaleciente. Su fiebre remitía, pero en sus peores vueltas menores había llegado a delirar de forma preocupante, presa de un mal sueño. No me atreví a despertarlo y tampoco me molesté en escuchar lo que decía con su ininteligible acento de Risen. 

Hice la primera guardia junto al fuego, y aproveché para dar gracias a los dioses por salvar a Vanish, especialmente a Crystaline, pues la mano del dios sobre la mía había guiado la determinante carga de los kandros que concluyó con la huida de las criaturas. Con mi vista fija en el fuego pensé en el rayo azul que Forgeron había convocado y la insistencia de Vanish por adquirir al menos un argem hueco en Lysan antes de partir.

El pequeño rebelde había llegado demasiado rápidamente a la grupa de mi kandro, mucho más rápido que un ladrón cualquiera. Era rápido y silencioso como un Oscuro, de hecho, apenas lo había sentido tras de mí hasta que me habló revelando su presencia. 

Medité en silencio el significado de lo que acababa de presenciar y observé con otros ojos al artesano durmiente. 

Garip. 

Un arcaico nombre para referirse a los que durante quinientos ciclos florales habían sido conocidos como brujos. 

La esencia de El Negro en su máxima potencia. Un poder insólito más allá de todo cánon posible, imposible de restringir o de controlar. Lejos de ser una bendición, se trataba de una broma cruel. Despreciados por todo argem que no fuera hueco. Mis compañeros habían sido maldecidos por los dioses. Quizá en la Edad Dorada, o quizá la olvidada Forgotten, un lysandro que ostentara tales poderes podría haber disfrutado una alta posición social e incontables riquezas. Pero no aquí, no en Forgiven. Ahora, y desde hacía casi cien ciclos florales poseer tales poderes solo significaba una cosa: Tributo de Sangre.

Forgeron me relevó pasadas dos vueltas menores y cuando hube descansado tomamos nuestras raciones y emprendimos el camino de vuelta con un recuperado Vanish, que ya se veía capaz de cabalgar su propio kandro. El poder de la diosa era realmente asombroso, no quedaba más que una fea cicatriz sobre su esternón, el lugar donde había impactado el mordiente ácido del ghul.

No obstante, Gea no había mejorado el humor del pequeño, que se mostró más arisco y desagradecido que nunca con aquellos que habían salvado su vida.

Como respuesta le negué su ración de provisiones con la excusa de que pronto llegaríamos a la ciudad y pensaba repartir la comida sobrante entre los esclavos de Forgiven. Un esclavo de las canteras siempre está hambriento, pues es difícil y poco recomendable comer hasta matar el hambre con la bazofia que les proporcionan los esclavistas. Además, es por todo confesor bien sabido que cualquier feligrés escucha mejor las palabras de un sacerdote con estómago lleno.

No faltaba más de una vuelta menor para arribar a los Pilares del Mundo, cuando propuse a mis camaradas que deberíamos elaborar un plan que nos sirviera como tapadera antes de abordar nuestra entrada en la ciudad. Antaño entre los Pilares del Mundo se alzaba la ciudad rebelde de Hiden, fundada por Jake El Gris, el Primer Rebelde. No obstante, tras el asesinato de El Gris los Oscuros tomaron Hiden y la reconvirtieron en un gigantesco campo de trabajo para los otrora rebeldes, ahora esclavos que trabajaban incansablemente en las canteras y campos de argems. 

Y así había sido durante más de cuatrocientos ciclos florales, es por ello que la urbe es conocida por todo Gloom como la Ciudad de los Esclavos, pues aquellos que cruzan el umbral como carga viviente lo hacen condenados a un único destino posible. Leed con atención, lysandros de todo Gloom: guardaos de cruzar las puertas sin retorno de la Ciudad Perdonada, pues como en el ardiente Infierno, lo difícil no es entrar, sino volver. 

Nuestra tapadera era simple. Yo me presentaría como sacerdote que acude al templo de Crystaline a retomar sus labores, al ser natural del lugar la encontré una excusa sumamente plausible. Del mismo modo, dudo que Forgeron llamara la atención de los guardias si se presentara como mi protector en los caminos. Por otra parte, Vanish debía anunciar a los guardias que se trataba de un mercader de esclavos que acudía a la ciudad a probar fortuna y adquirir su mercancía viviente. Esa tapadera, la de Vanish como comerciante, nos ayudaría también a salir de la ciudad con los rebeldes rescatados camuflados como esclavos.

Sí, ya sé lo que pensáis. Stone, no has entrado en la ciudad y ya estás pensando un plan para abandonarla. Pero no es baladí ni mal consejo este que os doy, viajeros de Gloom, si visitáis Forgiven tened claro el modo en que pensáis abandonarla. La mano en los campos de argem nunca es suficiente, por cientos de miles que en ella trabajen. La voracidad de la ciudad y de los Oscuros que en ella rigen, es insaciable.

Al divisar a lo lejos el estrecho desfiladero que servía de entrada en la cordillera, Vanish y su kandro se adelantaron, nos esperarían pasado el primer control, a salvo de ojos indiscretos. No debían relacionarlo tan pronto conmigo o con Forgeron, no si queríamos que el plan tuviera éxito. 

Como no podía ser de otro modo, los Capas Grises que vigilaban el puesto de guardia se mostraron amables con un sacerdote de Crystaline y su acompañante, incluso me aconsejaron que me mantuviese alejado del Distrito Gris, al noreste de la ciudad, donde al parecer una terrible plaga se había propagado entre los trabajadores, llevando al Oscuro a ordenar su confinamiento en los barracones moldeados en la dura piedra. 

Agradecí el consejo y amabilidad de los guardias ofreciéndoles tres plateados gammas como agradecimiento. Creo no romper ninguna Regla cuando os cuento que a aquellos que entregan su vida a Dios y siguen las espartanas directrices Código de Cristal, Crystaline les recompensa haciendo que el dinero jamás escasee de sus alforjas y bolsillos. Por supuesto que un fervoroso servidor como el que se encuentra en este momento empuñando la pluma no podía ser menos, pues esta es una habilidad muy útil para cualquier viajero apurado. Por mucho que les pese a los despreciables Oscuros, muchos de los intereses de Gloom siguen obedeciendo al dorado color de las sigmas y eso complace al benevolente Dios del Comercio.

Y de sigmas trataba la cosa, pues Vanish más tarde nos comunicó que debido al impuesto que Magno, gobernador de la ciudad, había establecido a los comerciantes extranjeros había decidido entrar en la ciudad con una licencia de mercenario en lugar de una de un permiso de comercio.

Veinte sigmas. Por alguna razón a Vanish le pareció que nuestro plan y la rebelión no valían lo que veinte sigmas.

Pero Vanish no había cruzado los Pilares del Mundo solo. Se hallaba acompañado por Greed, un mercenario que portaba una inusual armadura de escamas que cubría su cuerpo de pies a cabeza. Su figura me recordó a los antiguos relieves y grabados de los legendarios héroes guerreros de la Edad Dorada, que son conservados en Ardu Warda. Que yo tenga constancia, ningún lysandro viste ya armaduras de esa clase por anticuadas, sólo la guardia de cada ciudad tiene permitido portar la pesada loriga de caparazón de groaaco y únicamente en el torso, allá donde la daga lysandre tiene más facilidades para asestar un golpe mortal.

Del acorazado lysandro obtuvimos muy interesante información sobre el Gremio de Mercenarios de la ciudad (inexistente cuando abandoné Forgiven). Al parecer, casi todo el gremio había sido contratado por el tirano de la ciudad y colaboraba aportando una inestimable labor de apoyo a los Capas Grises. Los que no habían sido convocados por el Oscuro trabajaban en los pequeños ejércitos que formaban la guardia personal de los esclavistas de Forgiven. 

Su líder de gremio, Smelter, se había logrado un hueco entre los Notables de la ciudad a base de sangre y acero. Su repentino ascenso había sido respetado por Blaine y los esclavistas, pues pese a ser solo un lysandro, Smelter había conseguido prosperar actuando como un Oscuro, algo digno de elogiar en la implacable política de la Ciudad Perdonada. Pero a mi modo de ver, eso sólo lo volvía más repugnante.

Nada más avistar su figura en el horizonte llamaron mi atención las altísimas murallas de la Ciudad Escondida. Jamás las había visto de esta forma, como un castillo que expugnar. Apenas pude observar almenaras orientadas hacia el exterior, y las que vi estaban mayoritariamente sobre la puerta, por lo que una vez consiguiéramos salir un arquero no lo tendría nada fácil para hacer blanco sobre nosotros, pues dudo que el ángulo le favoreciese. Al fin y al cabo, la totalidad de la ciudad había sido reconstruida como prisión, destinada a ser inexpugnable hacia dentro, no hacia fuera. Cualquier ejército lo tendría fácil para tomarla atacando desde el exterior, es una verdadera lástima no disponer de uno. 

Tras comunicar mis observaciones a mis compañeros, cuidando que Greed no las advirtiera, cruzamos las puertas y nos dirigimos hacia el Kandro Feliz, una acogedora posada que el mercenario nos había recomendado (recordad lectores, debéis siempre obedecer a las recomendaciones que os proporcionen los locales, que son de lejos los que mejor conocen sus ciudades, a no ser que os encontréis en Darken, claro está. Allí, por vuestra propia seguridad, es mejor no obedecer a nadie que se presente como local).

Me hallaba guiando los pasos de mis compañeros hacia la morcilla prometida cuando el clamor de cientos de voces detuvo nuestra marcha. El griterío provenía del Museo de Cadenas, el principal punto de reunión de los Notables esclavistas y los pérfidos traficantes de esclavos. Allí se alzaba Marshall, el Consejero de Cadenas, uno de los más poderosos Notables de Forgiven. Corpulento, elegante y tan apuesto como cruel, Marshall ser erguía como un groaaco entre vítores que coreaban su nombre. Desde su pedestal, el Notable anunció el cierre del mercado de esclavos y la inminencia del espectáculo en el Crisol. En tan sólo una vuelta menor se enfrentarían "Quemado" el campeón de Mason; y "Blure", campeón de Marshall. La multitud, compuesta por traficantes, esclavistas y prisioneros forzados por sus amos, lo aclamaban a él y a su campeón a gritos.

El Crisol. Sangre, sudor, hierro y muerte. Allí luchan los cautivos, dando vueltas a la estructura circular que es su campo de batalla. Esclavo contra esclavo, acero contra acero, sin poderes ni magia que puedan facilitar su victoria. Al fin y al cabo, los esclavos carecen del don de los dioses, y es esa y ninguna otra la principal diferencia entre estos y el resto de los lysandros, así lo dicta la Segunda Ley Oscura. 

Los espectáculos de lucha entre esclavos son comunes en Forgiven. Un campeón victorioso es sinónimo de prestigio para su amo, y en la despiadada política de la Ciudad Perdonada el prestigio lo es todo. Al fin y al cabo, el esclavista en mejor posición es siempre el que consigue los mejores ejemplares a precios más reducidos. Al fin y al cabo, cuanto más poderosos se muestren tus esclavos en combate menor capacidad tienen los traficantes de extorsionar y obligarte a pagar un precio ridículo por su mercancía. Es cuestión de negocios, Crystaline debe comprenderlo.

Pero yo lo desprecio. 

Me disculpé ante Forgeron y Vanish e invité a este último a asistir al evento para que pudiera ver de primera mano cuál era el verdadero motor de esta ciudad condenada. Yo, por mi parte, ya lo había visto demasiado.

Tras despedirme de mis compañeros me encaminé lo más rápidamente posible hacia la parte alta de la ciudad, donde entre las mansiones de hueso de los esclavistas se elevaba el campanario del Templo de Crystaline en Forgiven: mi primer hogar. 

No gastaré mucha tinta escribiendo sobre este lugar. No recomiendo visitar este santuario si lo que se busca es el mero gozo de su contemplación, pues ni es especialmente grande, como el Templo de la Llama de Diven; o particularmente hermoso, como el templo de Crystaline de Risen. Y ni que decir tiene cuán lejos se halla en esplendor con el sagrado Gran Templo de Ardu Warda en Lysan. Por supuesto, el modesto edificio original construido por los rebeldes en los tiempos de la próspera Hiden fue reducido a la nada por los Oscuros. Una vez la Ciudad Alta comenzó a ser poblada por mercaderes, esclavistas, guardias y capataces, los arquitectos de la Ciudadela de Obsidiana recibieron el encargo de construir un nuevo templo lejos de las ruinas del anterior. Ni siquiera nuestros tiránicos regidores podían privarnos del favor del Padre de los lysandros

Al llegar al templo pude observar que mis hermanos sacerdotes se encontraban profundamente sumidos en sus labores cotidianas, por lo que Crystaline quiso que nadie se cruzara en mi camino e interrumpiera mis pasos hasta llegar a los ricos aposentos de Puro, Padre Venerable de Forgiven. 

Aunque Pane me hubiera advertido sobre el peligro que podría conllevar que Puro descubriese nuestra relación con la rebelión, consideré que habría sido una sospechosa falta de respeto mantenerme alejado del templo si había vuelto a la ciudad nada menos que como sacerdote. Además, debéis saber, mis buenos lysandros, que el Padre Venerable no es sólo el supremo líder del culto a Dios en cada ciudad, sino que como Maestro Cristalero es el único capaz de proteger a los miembros de su orden manteniendo a raya a las tenebrosas fuerzas de El Negro. Que Crystaline lo hubiera elegido como su heraldo no era sólo un gran honor, sino también una enorme responsabilidad sobre sus santos hombros. Por ello, recordando la Sexta Regla de Cristal, me presenté lo más raudamente posible ante mi superior.

Puro es un lysandro anciano y de estatura menuda, de temblorosas extremidades huesudas y con pequeñas venas rotas alrededor de sus ojos del color del topacio. Celebró mi regreso bebiendo vino en una hermosa copa enjoyada, y por su aspecto pude adivinar que no era la primera vez ni la última que se dejaba llevar por la embriaguez en una vuelta tan temprana. Lo odié en ese primer vistazo tanto como Crystaline me permitió hacerlo.

El vino, queridos viajeros, es un mal amigo para aquellos que se hacen a los caminos, pues enajena la razón y adormece los sentidos. Una vez escuché la historia de una imprudente caravana de mercaderes que había sido atacada por un enjambre de luciérnagas en mitad del Camino a Diven, donde estos seres abundan. Al parecer, en mitad de su descanso, habían dado rienda suelta a este rojo elixir y la embriaguez resultante no les permitió escuchar el zumbido de los insectos hasta que fue demasiado tarde. No toméis el vino, queridos lectores, pues la razón es el mejor de los regalos que Crystaline nos hizo y nublarla no solo debería ser pecaminoso, sino también un acto de estupidez. Ese es el mensaje de la Tercera Regla de Cristal, la de la castidad del cuerpo.

Sin embargo, el Sumo Sacerdote de Crystaline bebía de su copa con ansia mientras manchaba su blanca túnica y movía sus labios rojos sin parar. Yo asentía y sonreía en ocasiones, pero pronto me descubrí a mí mismo distraído, deseando que el viejo se atragantase de una vez. Su ansia era un claro atentado contra la Tercera Regla. Ese lysandro no merece su nombre. Que Crystaline me perdone.

Entre mucha parafernalia irrelevante, Puro me dijo que Mina, la regente del Taller, se hallaba postrada en cama, terriblemente enferma a causa de la vejez. Su muerte parecía inminente y los Notables de Forgiven dudaban si su hijo, Ferros, estaría a la altura del trabajo de su piadosa madre. Eso me dio una idea. 

Al preguntarle sobre el estado político de la ciudad, el Sumo Sacerdote hizo alusión al nuevo Decreto Oscuro que imperaba en Forgiven por el que los rumores quedaban prohibidos. Me sorprendió sobremanera. Hasta entonces los Oscuros no se habían atrevido a inmiscuirse en la feroz política de los esclavistas, ambos grupos de poder se necesitaban en una inmunda simbiosis, por lo que Blaine debía sentirse muy poderoso para llevar a cabo una acción tan directa contra los mismos y esperar a que resultara impune. O quizá supiera algo que el resto no. No resultaba extraño, todos en Forgiven sabían que El Negro había concedido a Blaine el don de la profecía. Dicen que es imposible conspirar contra él, y por docenas se cuentan los intentos de asesinatos del Oscuro que han sido frustrados por los Capas Grises antes incluso de que los criminales desenvainaran sus armas. 

Pero esta medida sobre los rumores... ¿sentía acaso debilidad el tirano de Forgiven? Al pensar esto en voz alta, Puro me advirtió que me guardara de meter mi afilada nariz en los asuntos que no me convenían. Rápidamente sentí la necesidad de aplastar la suya bajo una tonelada de rocas, pero me encomendé a Crystaline y forcé por controlar mis pasiones. Tenía parte de razón.

Queridos viajeros, guardad atención y atended a mi consejo cuando os digo que debéis aparentar obedecer a aquello que los Oscuros decretan, por estúpido que os resulte. Ellos no son lysandros como nosotros, ni hijos del cristal como los esclavos e incluso los olvidados de Forgotten. Pueden tener nuestra forma, hablar como nosotros y mezclarse entre los lysandros, pero que no os engañen, pues son como el voraz kandro entre una manada de ratas. Terribles hijos de El Negro, de blanca cabellera y ancestrales poderes insólitos. Guardaos de contrariar a nuestros inmortales regidores que nos dominan desde su Ciudadela de Obsidiana. Y si lo hacéis, aprended del Gris, uníos a la Rebelión, atended a su llamado y cuidad no ser descubiertos. Solo así el Dios de la Rebelión, podrá guiar vuestros pasos tal y como guía los míos. 

Por último, Puro me habló de que tenía un trabajo para mí. Ingenuo, había pensado que podría mantenerme ocioso bajo la tapadera de continuar con mis antiguas labores de confesor, pero el viejo tenía otros planes. Me contó que el hermano Somnus había desaparecido y temían por él. Según el resto de hermanos, últimamente el buscador había estado refunfuñando su deseo de salir de la ciudad y consumiendo cantidades de vino tales que Crystaline no siempre podía mantener llenos sus bolsillos. De modo previo a su misteriosa desaparición había tenido algún encontronazo con los conocidos como Wraith y Fear, dos sacerdotes de El Negro

Somnus es un clérigo joven que desempeñaba el oficio de buscador de reliquias, y desde luego comprendía su frustración al serle vedada la salida de la ciudad. Siempre se había asemejado a un phoenicopterus enjaulado mi joven hermano y aún recuerdo sus ciclos como novicio del templo. No había vuelto a verle desde que marché de Forgiven. ¿Tanto habría cambiado? Pero, por osado que se hubiera vuelto ¿por qué buscarse problemas con la Iglesia de El Negro? Esas ratas encapuchadas no tienen escrúpulo alguno en desenvainar sus sombríos aceros para silenciar a cualquier lysandro, sacerdote o no. Intrigado, prometí a Puro que investigaría su paradero. 

Terminada la conversación me sobrevino el cansancio de la larga caminata y tras disculparme, me retiré a descansar a mi celda. 

A la tercera menor de la Vuelta siguiente me reuní con Vanish y Forgeron. Ambos me relataron con pelos y señales el combate en el Crisol, aunque he de confesar que no presté demasiado atención a sus palabras. Tras esto, Vanish simuló hallarse fatigado y se retiró a la habitación que habían contratado en el Kandro Feliz, la posada que Greed nos había recomendado.

Sospechoso. El pequeño actuaba extraño desde que Gea lo había hecho retornar de la Tierra de los Dioses. Mientras se alejaba observé su espalda con mis ojos claros. ¿Un Garip? Si su pelo hubiera sido más blanquecino, quizá...

No. Vanish es fiel a la rebelión y estoy seguro de que será fiel al plan que habíamos trazado. De lo contrario Dios no nos habría unido en nuestra sagrada misión. ¿O sí? ¿Lo habrán elegido a él también como también me eligieron a mí? Y si así es, ¿qué dios podía considerarlo su heraldo?

Mientras Vanish descansaba, Maese Forgeron y yo acudimos al Taller a buscar un empleo a la altura de mi compañero de Diven. Allí dejé a mi compañero, con la misión de sondear la lealtad de los forjadores de Forgiven. Tenía curiosidad por ver cómo funcionaban los repartos del acero, sobretodo de armas y armaduras. Si logramos que los esclavos rompan finalmente sus cadenas, juro por Crystaline que no lo harán con las manos desnudas. 

Por mi parte, yo me dirigí a ver a Ferros, el actual gerente del lugar. 

El atareado lysandro ni siquiera me dirigió una mirada cuando entré en su despacho. Se hallaba encorvado sobre su escritorio de forjado acero, forzando sus ojos a la luz de varios candiles y enterrado en toneladas de pergamino. Era obvio que se sentía incómodo. No todos los lysandros nacen para esa clase de trabajo. 

Me presenté a mí mismo como Edén, una de mis muchas tapaderas, y le comenté que había sido enviado del Templo de Crystaline para otorgar la bendición del Dios del Cristal a su desdichada madre en sus últimos momentos en Gloom. 

Él asintió de forma distraída y me concedió el permiso que necesitaba. Era el primero de los sacerdotes que la Iglesia había enviado, ¿cómo podría haber sido Puro tan negligente como para no haber enviado a ningún confesor a ocuparse de los pecados de la anciana lysandre?

Crystaline guió la premura de mis pasos y no tardé demasiado en alcanzar la casa de Mina, dueña del Taller de Forgiven. La casa, situada en la Ciudad Alta era de reciente construcción, con lo que parecía mucho más propia de una comerciante de rápido ascenso más que de una adinerada artesana. A pesar de hallarse rodeada de los hogares de hueso de los Notables esclavistas, la decoración de la finca era espartana y revelaba algunos desperfectos en su factura.

El ambiente era triste y opresivo, como si la enfermedad de la señora se hubiera contagiado al resto de la casa. Subí las escaleras y saludé al servicio, que no pareció extrañarse en demasía por encontrar allí a un sacerdote vestido con la blanca túnica de la Iglesia del Cristal. 

La anciana lysandre estaba postrada en la cama, con un paño frío en su frente y arropada por pesadas mantas. Pese a su deplorable estado, guardaba aún el ceño fruncido y la petulancia de quien había sido una gran señora de Forgiven. Bufó al verme entrar y me pidió que me fuera pues deseaba morir en soledad.

Su recelo no me sorprendió, había sido testigo ese comportamiento en una docena de altos señores de Lysan. Sonreí y me acerqué al borde de su cama. 

No transcribiré mis palabras ni las suyas en esta guía de viaje, mis queridos lectores. Sobre las confesiones y pecados de un fiel, los sacerdotes hemos de guardar sacro silencio. No obstante, sí que diré con orgullo que logré aligerar el peso de su corazón, como había hecho con el de tantos otros antes que ella. Y no sólo eso, sino que entre lágrimas le arranqué dos promesas. La primera referente a su hijo, con quien se encargaría de enmendar los errores que había cometido en vida. La segunda referente a sus armas, pues la hice comprender que pertrechar de acero a los Oscuros no era más que un acto de pecado.

Adoro mi trabajo. Los dioses, de común acuerdo con mis padres, me concedieron una preciosa voz y una rápida lengua para llevar la divina palabra por todo Gloom, de acuerdo con la Primera Regla de Cristal. Agradezco a Crystaline toda Vuelta por haberme concedido el gracioso don de la confesión. Creedme, pues no miento cuando digo que es este el más preciado de todos mis dones. 

Es gracias a mi labor cómo logré convencer a Mina y no penséis, mis queridos lectores, que las armas de la Forja acabarían en los grises almacenes de un taller cualquiera. Cualquier espada, como pluma, es inútil sin una mano que la empuñe y yo mismo, el Padre Stone, me encargaré de que esas armas hallen un mejor propietario que Blaine. 

Oh vidente tirano, ¿será cierto que tu maléfico poder se debilita? ¿Habrá cubrido Crystaline tu visión con un manto de opaco cristal?

Sea o no, carece de importancia ahora, pues, tus profecías no pueden impedir la voluntad de los dioses. 

Las cadenas de los esclavos serán rotas, el Dios del Cristal me lo ha revelado. 

Forgiven será desencadenada. 

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